miércoles, 23 de marzo de 2022

IMÓN (Guadalajara)

 IMÓN (Guadalajara)

Imón es una pedanía perteneciente al municipio de Sigüenza, en la provincia de Guadalajara, España.

UNA HISTORIA DE IMÓN

JOSÉ DE SALAMANCA EN LAS SALINAS DE IMÓN
Fue el último arrendador de las salinas provinciales


   En 1841, y tras muchos años de estar la Renta de la Sal bajo la administración directa de la Hacienda Real, las salinas del reino fueron nuevamente sacadas a subasta pública para su arriendo, sin duda ante la necesidad de contar con ingresos directos, eliminando gastos, que correrían por cuenta del arrendador, a quien se le solicitaría un adelanto de 45 millones de reales, precio mínimo de salida para la gestión de la mayoría de las salinas de la Corona, y cuyo contrato comenzaría a correr a partir del 1º de enero de 1842, por un tiempo de cinco años.



   No fueron muchos los postores, pero sí hubo uno que pujó por encima de los demás, adjudicándose el arrendamiento en 53 millones de reales a D. José de Salamanca y Mayol, quien más tarde sería recompensado con el honroso título de marqués de su apellido –Salamanca-; un hombre natural de Málaga que ha pasado a la historia contemporánea del liberalismo español como el prototipo de político especulador, enriqueciéndose de modo enfebrecido a la sombra del poder y de las concesiones estatales; sobre todo de las ferroviarias y a través de la gestión de la deuda pública, luego de pasar por las salinas.

   Para acceder a la subasta del arriendo, y poder depositar aquella fortuna que exigía la Real Hacienda, contó con la financiación del banquero José de Buchenthal, extraño personaje natural de Estrasburgo y que hizo fortuna, tras un matrimonio provechoso, en Brasil.

   Con Buchenthal fundó don José de Salamanca la “Sociedad del arriendo de la sal”, poniendo al frente de la administración a su cuñado, el literato Serafín Estébanez Calderón y a Luis Pastor, hermano de Nicomedes Pastor, quien llegaría a ser Ministro de Estado, y rodeándose de los personajes que más tarde serían pilares de su fortuna y fundadores a su vez del Banco de Isabel II, entre los que se encontraban el marqués de Remisa, Manuel de Gaviría, Francisco de las Rivas, Narciso de Carriquiri o el propio Nicomedes Pastor, y sobre todos, otro de sus cuñados, Manuel Agustín Heredia Martínez, tenido como el mayor empresario siderúrgico de la época.

   Serían puestas a disposición del arrendatario las fábricas que se hallasen útiles; con los aparejos y efectos de que constaban estos establecimientos, que se sujetarían a un inventario que firmarían por duplicado los Administradores o Jefes encargados de ellos, con los comisionados representantes del arrendatario. Siendo aquel primer inventario un documento, desgraciadamente desaparecido, que hubiese dado la medida del estado de nuestras salinas en aquella parte del siglo, tras los desastres de la primera guerra carlista.




   José de Salamanca recibía en Guadalajara dos fábricas de sal, Imón y La Olmeda, pues se consideró que las de Saelices y Almallá no entraban en el contrato por su bajo rendimiento y elevados costes de mantenimiento, por lo que fueron clausuradas en dicho periodo; lo mismo que las de Medinaceli, integradas en el partido salinero de Atienza; siendo las salinas de Imón y La Olmeda encargadas de abastecer los 4 alfolíes de Ávila; 3 de Burgos; 3 de Guadalajara; 2 de Madrid; 4 de Soria; 5 de Segovia; 6 de Salamanca; 3 de Valladolid y 2 de Zamora.

    La Empresa de la Sal dirigida por José de Salamanca accedía al arriendo por una cantidad superior a la prevista por la Hacienda, los ya dichos 53 millones de reales cuando esperaba obtener ocho o diez menos. Y sería el propio Salamanca quien discutiría, una vez adjudicado el arrendamiento y el tiempo de explotación, las condiciones del contrato, que resultaron en casi todo beneficiosas para él.

   Se haría cargo de la sal existente en los almacenes, en las fábricas y en los alfolíes. Teniéndose en consideración aquellas existencias a fin de que no precipitase la fabricación con objeto continuar el surtido de los pueblos de manera que la Real Hacienda, cualquiera que sea el número de fanegas que el arrendatario tenga existentes al fenecer el arriendo, no abonará más que un 10 por 100 sobre las fanegas existentes, al tiempo de exponerse en el mismo arriendo. La única cláusula en su contra, que se le pagaría una mínima cantidad de la sal que tuviese almacenada, si la tenía, en el momento de finalizar el contrato.

   Por supuesto que los efectos del contrato no modificaban la propiedad de las salinas que no llegaron a incorporarse a la Corona, en ese momento pertenecientes a la Hacienda pública, entre 1562 y 1564, y que se beneficiaban por cuenta de sus dueños; pero estos reconocerían la obligación de vender al arrendatario estatal la sal que necesitase para el surtido del reino en los mismos términos y con igual recompensa que lo hacían a la Hacienda, a una cantidad bastante inferior de la que la Hacienda la hacía llegar a los alfolíes,  obligándose a no dar salida a la sal sobrante, sino al extranjero. Algo criticado desde algunos sectores de la oposición política, pues mientras que en el reino la sal estaba gravada con todas las cargas habidas y por haber, en la exportación carecía de ellas. También podía establecer alfolíes, depósitos de surtido y expedición en todos los pueblos y parajes que creyese útiles al abastecimiento de los pueblos, conservando los alfolíes de que se haga cargo o suprimiéndolos o trasladándolos a donde considere más ventajoso al consumo general.

   Haciéndose cargo de los empleados que existían en las fábricas, en los alfolíes, y en los establecimientos de administración y de expedición de sal, a los que  mantendría en sus destinos o trasladaría o ajustaría a sus cargos, según su conveniencia, pudiendo también suspender o separar a su entera voluntad a los que estimase conveniente, reemplazándolos por otros. Como en muchos casos hizo; pero con la obligación de abonar al Gobierno los haberes que por clasificación correspondían a los destinos de que fueren separados; obligándose al pago de sus salarios, e incluso de sus jubilaciones, llegada la edad.





   Se encargaría al propio tiempo de la reorganización del resguardo especial de las fábricas, lo que en otros tiempos fuese la conocida guardia de las salinas, herederos de los criticados albareros, o vigilantes de la sal, y estableciendo en los puntos de alfolíes y depósitos el número de guardianes que creyese conveniente para impedir los fraudes, que muchos se cometían, dando conocimiento a los intendentes respectivos de los nombramientos que se hagan, para que dichos jefes les expidan los títulos, en cuya virtud puedan transitar y ejercer sus funciones los citados dependientes. Funciones semejantes a las que tiempo adelante ejercería la Guardia civil, o la de fronteras.

   Igualmente estaba obligado a mantener las capillas o ermitas que ha mantenido la Hacienda en algunas de las fábricas en el mismo pie. Incluyendo cláusula de que en caso de robo de la sal, o pérdida de efectos de las salinas, por fuerza o incendio, no sería de su cargo el abono de la sal robada ni el deterioro de los edificios, cuya reparación correría por cuenta de la Hacienda.

   Salamanca se centraría más en las salinas marítimas que en las de interior, en donde apenas invirtió lo justo para extraer el máximo rendimiento al producto, a juzgar por el estado en que las dejó, calculándose que en los años en que las tuvo bajo arriendo le produjeron las plusvalías que fueron el origen de su futura fortuna.

   Al término de los cinco años nuevamente regresaron las salinas a la Hacienda Pública, se presupuestaron los ingresos, del conjunto de las existentes en España en cien millones de reales, de los que debían deducirse los gastos de producción y personal, ascendentes a 19.682.660 reales,  dejando un beneficio al Tesoro Público de 80.517.340 reales. El marqués de Salamanca, deducidos gastos, obtuvo una media de noventa millones anuales de beneficio durante el tiempo que estuvieron bajo su administración.







   Del inventario que se llevó a cabo a la finalización del arriendo consta que en las salinas de Imón y de La Olmeda no se había llevado a cabo ninguna labor de mantenimiento, y que incluso habían desaparecido todos los archivos, libros de cuentas o cualquier otro documento referente a las salinas, por lo que no podía hacerse historia de las mismas anterior a 1847. Cincuenta años después, los herederos de alguno de sus empleados continuaban reclamando sus haberes a los descendientes del Marqués.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva  Alcarria
Guadalajara, 4 de septiembre de 2020


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 UN LIBRO SOBRE IMÓN

IMÓN Y SUS SALINAS. La tierra de la sal



Imón fue uno  de los pueblos más conocidos de la provincia de Guadalajara, fuera y dentro de ella.

Sus famosas salinas abastecieron a las principales ciudades de Castilla y fueron uno de los primeros recursos de la Real Hacienda.


La población creció en torno a ellas, llegando a cifras de habitantes impensables en la actualidad, ocupados en los meses de verano, en el trabajo de la fábrica.


En la actualidad prácticamente sin función, y declaradas Bien de Interés Cultural, siguen siendo uno de los principales exponentes de la industria de Guadalajara.






Indice
Un apunte geográfico  /  9
Sobre los tiempos primitivos  /  14
La Reconquista  /  16

La Edad Media  /  21
Imón en el Ducado de Medinaceli  / 24

De la Edad Moderna al Siglo XIX  /  29
Imón en los Diccionarios  /  33
El Diccionario de Sebastián Miñano
El Diccionario de Pascual Madoz
El Nomenclátor de la Diócesis de Sigüenza
La Guía Arqueológica y de Turismo


Las Salinas de Imón  /  39
Los orígenes de la Sal  /  39
La Propiedad de la Sal
La Sal de la Iglesia
Monasterios y Conventos
El Estanco de Felipe II
José de Salamanca, el último arrendador
La Salina de Imón, en 1852
Los alfolíes de Imón en 1852


El Municipio  /  85
Imón, el urbanismo y el Concejo  /  85
Los Alcaldes
El Pósito
La cárcel
El horno de pan cocer
La Posada
El Veterinario
Imón siglo XIX
1834, el Año del Cólera
1859, La Guerra de Marruecos
El Mercado de trigo de Imón
El Topónimo
Evolución de la población

Nombres para la historia de un pueblo  /  101
Manuel Esteban Álvarez
Eusebio Ventura Beleña y Álvarez
Silvestre Morterero Baquero
Policarpo Amo Llorente
Juan Baquero Zarza
José Amo Fernández
Fulgencio de Miguel Alonso
Alejo Hernando Montejo
Macario Díaz Cepeda
José Moreno Morterero
Eugenio Pérez Botija


Imón Siglo XX, miscelánea de noticias  /  117

Las Salinas después del desestanco  /  125
Las pequeñas explotaciones
La Salivencia y San José
Santa Casilda
La Floreciente

Los Apéndices  /  145
Imón en los Anuarios
Fueron Alcaldes de Imón
Lista de electores y contribuyentes de Imón, 1879

Bibliografía  /  155



 El libro:

  • Tapa blanda: 159 páginas
  • Editor: Independently published
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1093806680
  • ISBN-13: 978-1093806687