lunes, 11 de abril de 2022

MARÍA PACHECO, LA COMUNERA DE TOLEDO

 

 MARÍA PACHECO, LA Comunera de Toledo

 

   Desde la muerte de la reina Isabel la Católica, Castilla vivió en continúas alteraciones; primero con el regimiento de su viudo, el rey Fernando de Aragón; después con el de Francisco Jiménez de Cisneros, quien lo regentó en nombre de su nieto, Carlos I, ante la supuesta locura de la reina Juana, a quien correspondía reinar. 

 



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   La llegada de Carlos I, el nombramiento de gobernadores flamencos para regir el reino y sus principales obispados, llevaría a un enfrentamiento civil que terminó en la jornada de Villalar, cuando el 23 de abril de 1521 se enfrentaron sus ejércitos y los de las ciudades alzadas en nombre de las Comunidades de Castilla. Un día después, el día 24, los principales capitanes, Padilla, Bravo y Maldonado, representantes de Toledo, Segovia y Salamanca, fueron ejecutados públicamente.

 

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   La viuda de Padilla, María Pacheco de Mendoza, hija del Conde de Tendilla, Gobernador de Grana-da, sostuvo en alto los pendones de Toledo, enfrentándose al Rey Emperador durante nueve meses más. Hasta que pacificadas las fronteras, amenazadas por el rey de Francia en Navarra, pudo acometer la conquista final de rendir Toledo a su obediencia.

   María Pacheco de Mendoza nació en Granada, hacía 1496… La historia la conoce como “La Leona de Castilla”, o “El último Comunero”, o “La Brava Hembra”, o simplemente, María Pacheco.

 


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   El autor nos sitúa en su época, en el antes y el después de la Guerra, siguiendo el relato que en su tiempo dejase escrito Diego Sigeo, a quien da palabra para conformar lo que pudieron ser aquellos años, desde la perspectiva de ambos, María Pacheco y Diego de Sigeo, quien se convirtió en su preceptor de Humanidades.

   María Pacheco falleció en Oporto, siendo enterrada en aquella catedral, conforme a lo que apunta Diego de Sigeo en la obra a la que se sigue en este relato: “Relación sumaria del comienzo y suceso de las guerras civiles que llamaron Las Comunidades de Castilla, de cuya causa se recogió la muy ilustre Señora Doña María Pacheco, que fue casada con Don Juan de Padilla a Portugal”.

 


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EL LIBRO: 

  • Peso del producto : 286 g
  • Tapa blanda : 175 páginas
  • ISBN-13 : 979-8550070666
  • Dimensiones del producto : 13.97 x 1.12 x 21.59 cm
  • Editorial : Independently published 
  • Idioma: : Español
  • ASIN : B08LNLBXSP

 AQUÍ PUEDES LEER EL PRIMER CAPÍTULO (KINDLE)

-I-

Toledo, 3 de febrero de 1522

 

   El río discurría con la serenidad de costumbre, ciñendo la ciudad. Nos habíamos acostumbrado a verlo, a observar el lento descender de las aguas, sobre las que a lo largo de las noches se reflejaban las escasas luces de las torres jugando entre los pliegues que parece formar, abrazando la tierra y continuando en su ligero descenso en busca de la amplitud y libertad del mar.

   En la última noche que lo vimos a esa parte de la tierra nos sucedió lo mismo, aunque poco a poco nos fuimos alejando de su vera.

   A pesar de ello, cuando descendíamos hacia él daba la impresión de que las torres se alzaban todavía con mayor señorío sobre el cerro que lo mira venir y perderse, en una noche de luna especialmente sensual y delicadamente triste.

   Una noche de luna de un raso helador. Noche fría como pocas, o como lo son todas las noches de los febreros que amanecen con frío y con él concluyen. A pesar de que no eran, ni el frío ni el hielo, lo que más laceraba nuestro pensamiento, sino el tener que dejar atrás la tierra por la que combatimos; en la que soñamos y a la que, tras los primeros tristes augurios en torno a sus misterios, aprendimos a querer.

   Como ladrones pareciera que escapásemos de la ciudad. Como ladrones escapando de la justicia del Rey y sus hombres, ocultándonos a los ojos de la centinela que celaba las murallas y sus pasos para que no se fijasen en nosotros, huyendo también de quienes hasta el día de antes estuvieron a nuestro lado.

   -¿Qué dirán de nosotros cuando escriban la historia?

   Lo dijo como en un murmullo. Como una queja. A sabiendas de que nunca lo llegaría a conocer, pues la historia es caprichosa a ojos de quienes la escriben, y tarda años en darse al libro y a la imprenta, cuando lo hace; lo real y lo que los historiadores añaden a los sucesos que no llegaron a conocer y por ello los han de fabular. La historia la escriben los hombres a capricho de quienes les mandan hacerlo.

   -No debe importarnos lo que digan, señora, no estaremos aquí para sonrojarnos con las líneas malamente escritas de los cronistas cuando cuenten lo que sucedió esta noche, y lo que ocurrió en las noches previas hasta que esta llegó; si acaso lo hiciesen, ya sabéis que las crónicas se escriben a complacencia de quien las encomienda, que no suele ser justa en todas sus partes –la consolé una vez más, convencido de que así sería.

   Cierto era, a pesar de que a ella no le pareció convencer. Siempre quiso que las crónicas, lo mismo que lo hacían de su padre, hablasen bien de ella. Y tampoco era el final lo que a ella le importaba, sino los días, los meses que pasaron hasta que llegó el final.

   Hasta  entonces, a su juicio y al de quienes la servíamos, ningún mal hizo para que se torciesen los renglones. Claro está que no todos quienes la conocían eran del mismo pensamiento. El día de antes, la mañana de la Candelaria, mientras su hermana la condesa de Monteagudo quien llegó a la casa días antes para ello, la trataba de convencer de que lo mejor era salir de Toledo, con la noche que todo lo vela y a escondidas, le habló de lo mismo con distintas palabras. Doña María se mostró reacia a abandonar la ciudad. Nueve meses lo llevaba haciendo.

   -Lo que ahora importa es salvar la vida. Después el tiempo irá madurando el pensamiento de amigos y enemigos.

   Siempre quiso entrar en una de aquellas historias que hablaban de los tiempos en los que se libraron las grandes batallas que llevaron a la conquista de Granada y plasmar su nombre en los libros por hechos notables, nunca por cobardía. La huida siempre fue cobardía en su imaginación. La muerte digna, proeza.

   -¿Qué conseguirías con la muerte?

   -En ocasiones es preferible a la deshonra.

   La condesa la convenció de que, dejando a un lado la deshonra de la huida, la quedaba un hijo por quien luchar. No había mayor motivo.

   Nació demasiado tarde para entrar en la batalla de Granada, para conquistar el reino y con el reino la ciudad fastuosa en la que vio por vez primera el mundo, aunque escuchó hablar de la valentía con la que se batieron los suyos en el campo del honor, en la batalla y en la guerra, como bravos Mendoza de apellido que los suyos fueron y continuaban siendo desde mucho antes de que aquel don Pedro González descabalgase para entregar al Rey su caballo en Aljubarrota, sabiendo que en la batalla y sin caballo lo aguardarían la muerte. Nunca el olvido, pues la muerte en la batalla lleva al recuerdo a través de los siglos.