domingo, 24 de abril de 2022

EL CRIMEN DEL MÉDICO DE CESPEDOSA

 

EL CRIMEN DEL MÉDICO DE CESPEDOSA. El Tormes guarda silencio

   Cespedosa de Tormes es un pueblo cercano a Salamanca. En el ángulo de poblaciones importantes, como Béjar, Guijuelo o Alba de Tormes.

   Allí tuvo lugar uno de los crímenes que más conmocionó a España, el del médico de la población, don Leopoldo Soler….
El libro:
·  Tapa blanda: 118 páginas
·  Editor: Independently published
·  Colección: Tinta Negra. Núm. 4
·  Idioma: Español
·  ISBN-13: 979-8663448925
·  ASIN: B08C9CZ1KH

Aquella noche…

-I-
AQUELLA NOCHE

   La noche que lo iban a matar don Leopoldo Soler Monge salió de su casa como todas las tardes noches de los últimos años, a eso de las siete y media o las ocho, a pesar de que ni su tía Filomena ni sus hermanos, Agustina y Ángel, se pondrían de acuerdo al señalar la hora. Si estuvieron de acuerdo en que salió después de cenar, y que estaba caída la noche.
   ¿Qué a dónde iba? Al mismo lugar que todas las noches de los últimos años. A hacer un recorrido por las tabernas de Cespedosa de Tormes.
   A su tía, doña Filomena Monge, como todas las noches de los últimos meses no le gustó que su sobrino, como todas las tardes de los últimos años, se vistiese como si fuera a un teatro de Salamanca, con su traje de pana, para salir de tabernas. Su tía Filomena cuando lo vio colocarse el sombrero, sin mirarle, le soltó la misma indirecta de los últimos meses:
   -¡Anda que si te viera la difunta! ¿Qué dirán las lenguas?
   Claro está que a don Leopoldo no le pareció importar lo que escuchó aquella, como todas las tardes anteriores. La hermana del señor cura, cuando lo veía pasar por delante de la casa y meterse en la taberna de Castorete, frente a la iglesia, decía poco más o menos lo mismo que doña Filomena:
   -¡Anda que le han durado los lutos, que todavía no se ha enfríao la pobre santa y míralo, de taberna en taberna!
   La niña, Merceditas, dicen que cuando su padre se despidió de ella le dijo que no se fuese, y el padre, que todas las tardes-noches se solía ir, le dio un beso en la frente diciéndole lo de:
   -Tú acuéstate, que enseguida vengo.
   Sobraba decirle a su hermano Ángel Soler que saliese con él. No lo solía hacer por muchas razones. La primera por la juventud, y después porque antes de acostarse se propuso dar un repaso a las últimas lecciones. Su hermano, desde que terminaron las clases en la Universidad de Salamanca, vivía, al igual que su hermana Agustina y su tía Filomena, en Cespedosa. Todas las tardes bajaban dando un paseo hasta el río, hasta el embarcadero. Aquella no lo hicieron porque hacía demasiado calor. A doña Filomena la admiraba el que, bajo aquel sol de justicia, los segadores fuesen y viniesen por el camino de Tala como si tal cosa. Y como si fuesen de uniforme, con sus pantalones de pana, la camisa blanca tirando a parda, el blusón y el pañuelo a la cabeza, debajo de la gorra o del sombrero. Saludaban llevándose a él la mano, sin quitárselo. Formaban un cuadro un tanto extraño, doña Filomena, Agustina, Ángel y la niña Merceditas, toda vestidita de negro.
   Agustina, toda una señora maestra, de Villalba de los Llanos, a quien el futuro, y el suceso en el que se vio  involucrado su hermano, la llevarían a contraer matrimonio con todo un señor médico, don Higinio Martínez González, el hijo de don Esteban, de la droguería del Chorrillo de la plaza de la Fuente, de Salamanca. Don Higinio, que sería médico de Salvatierra.
   Don Leopoldo no era partidario de que a la niña la pusieran también de luto; pero donde hay mujeres los hombres se callan.
   Así que la niña, a pesar de sus cuatro años, y vestida de riguroso luto, se sentó junto a su padre en la iglesia el día del entierro de doña Basilisa Cáceres, y junto a las mujeres de la familia escuchó lo de: ¡Qué gran desgracia!
   Que lo era. Doña Basilisa, que se murió, de rápida enfermedad, como todos dijeron, en flor de juventud, el 21 de febrero de ese mismo año en el que  mataron a su marido, a don Leopoldo Soler.
   Cómo no iba a recoger la prensa de Salamanca la noticia de su muerte:
   En Cespedosa de Tormes ha fallecido, víctima de rápida dolencia la señora doña Basilisa Cáceres Gómez, de Soler, esposa del médico de aquel pueblo y antiguo amigo nuestro don Leopoldo Soler, e hija del abogado de este Colegio, don Valentín Cáceres”.
   Don Valentín Cáceres Gutiérrez, todo un caballero. Uno de los más significativos abogados de Salamanca conocido, más que por sus méritos jurídicos, por sus rifirrafes políticos, como consecuente republicano que siempre fue. A sus ideas republicanas arrastró a toda la familia, incluso a su yerno, a don Leopoldo Soler, a pesar de que el médico de Arevalillo, don Crescencio Sánchez Esculta: “Si en alguna época de su vida Leopoldo Soler fue republicano, lo fue a su manera, dejando de serlo cuando…”; don Valentín Cáceres, que se fue de este mundo sin llegar a conocer el final del asunto. Se murió en Salamanca, el 25 de mayo de 1914. Una continuación más de la mala racha que la familia inició en 1908 o 1909, en que entró en la casa la guadaña de la muerte, y todavía continuaba echando sangre por la punta.
   De qué murió doña Basilisa no lo sabemos. Hubo quien dijo que de los disgustos; otros que de sobreparto y muchos más “porque Dios lo quiso”.
   Don Manuel Sánchez Acosta, el señor cura de Cespedosa que ofició las honras fúnebres, al dar el pésame a don Leopoldo y a su suegro, don Valentín, les dijo que cuando Dios la llamó a su lado era porque mayor servicio hacía a Dios en el cielo que en la tierra.
   Después, mirando fijamente a la huerfanita, toda vestida de negro, con sus bucles enlazados en negro y sus zapatitos de charol, negros también, se conmovió un poco más:
   -¡Criaturita!

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