lunes, 2 de mayo de 2022

MIRABUENO EN LA HISTORIA

 MIRABUENO

    Mirabueno, en la provincia de Guadalajara, es una de las muchas poblaciones que están por descubrir, a la historia, el patrimonio y el paisaje y el folclore.

   En las cercanías de Sigüenza, dominando un amplio paisaje, a mitad de camino entre la Serranía y la Alcarria, conserva alguna de las tradiciones más significativas de la comarca, como la romería de la Virgen de Mirabueno.

   En su término se libró una delas batallas más señaladas de la Guerra de la Independencia, en la que Juan Martín, El Empecinado, comenzó a engrandecer su nombre.

   Las páginas siguientes tratan de introducirnos en estas, y en otras historias que engrandecen el nombre de la población.

 


 MIRABUENO EN LA HISTORIA. EL LIBRO DE MIRABUENO (Pulsando aquí)

 

No permanecimos muchas horas en Grajanejos, y cuando la tropa se racionó con lo poco que allí se encontrara, dieron orden de marchar hacia la sierra, en dirección al mismo pueblo de Val de Rebollo, de donde habíamos partido. Nada nos aconteció en el camino digno de contarse, hasta que nos unimos al ejército (pues tal nombre merecía) de D. Juan Martín, general en jefe de todas las fuerzas voluntarias y de línea que en aquel país operaban. El encuentro ocurrió en Moranchel. Venían ellos de Sigüenza por el camino de Mirabueno y Algora, y nosotros, que conocíamos su dirección, pasamos el Tajuña y lo remontamos por su izquierda.

Caía la tarde cuando nos juntamos a la gran partida. Los alrededores de Moranchel estaban poblados de tropa, que nos recibió con aclamaciones por la buena presa que llevábamos, y al punto la gente de nuestras filas se desparramó, difundiéndose entre la gente empecinada, como un arroyo que entra en un río. Encontré algunos conocidos entre los oficiales de línea del segundo y tercer ejército, que D. Juan Martín había recogido en distintos puntos, según las órdenes de Blake, y me contaron la insigne proeza de Calatayud, realizada algunos días antes.

Yo tenía suma curiosidad de ver al famoso Empecinado, cuyo nombre, lo mismo que el de Mina, resonaba en aquellos tiempos con estruendo glorioso en toda la Península, y a quien los más se representaban como un héroe de los antiguos tiempos, resucitado en los nuestros como una prueba de la protección del cielo en la cruel guerra que sosteníamos. No tardé en satisfacer mi curiosidad, porque D. Juan Martín salió de su alojamiento para visitar a los heridos que habíamos traído desde Grajanejos. Cuando se presentó delante de su gente advertí el gran entusiasmo y admiración que a esta infundía, y puedo asegurar que el mismo Bonaparte no era objeto por parte de los veteranos de su guardia de un culto tan ferviente.

Era D. Juan Martín un Hércules de estatura poco más que mediana, una organización hecha para la guerra, una persona de considerable fuerza muscular, un cuerpo de bronce que encerraba la energía, la actividad, la resistencia, la terquedad, el arrojo frenético del Mediodía, junto con la paciencia de la gente del Norte. Su semblante moreno amarillento, color propio de castellanos asoleados y curtidos, expresaba aquellas cualidades. Sus facciones eran más bien hermosas que feas, los ojos vivos, y el pelo, aplastado en desorden sobre la frente, se juntaba a las cejas. El bigote se unía a las pequeñas patillas, dejando la barba limpia de pelo, afeite a la rusa, que ha estado muy en boga entre guerrilleros, y que más tarde usaron Zumalacárregui y otros jefes carlistas.

Envolvíase en un capote azul que apenas dejaba ver los distintivos de su jerarquía militar, y su vestir era en general desaliñado y tosco, guardando armonía con lo brusco de sus modales. En el hablar era tardo y torpe, pero expresivo, y a cada instante demostraba no haber cursado en academias militares ni civiles. Tenía empeño en despreciar las formas cultas, suponiendo condición frívola y adamada en todos los que no eran modelo de rudeza primitiva y sí de carácter refractario a la selvática actividad de la guerra de montaña. Sus mismas virtudes y su benevolencia y generosidad eran ásperas como plantas silvestres que contienen zumos salutíferos, pero cuyas hojas están llenas de pinchos.

Poseía en alto grado el genio de la pequeña guerra, y después de Mina, que fue el Napoleón de las guerrillas, no hubo otro en España ni tan activo ni de tanta suerte. Estaba formado su espíritu con uno de los más visibles caracteres del genio castizo español, que necesita de la perpetua lucha para apacentar su indomable y díscola inquietud, y ha de vivir disputando de palabra u obra para creer que vive. Al estallar la guerra se había echado al campo con dos hombres, como D. Quijote con Sancho Panza, y empezando por detener correos acabó por destruir ejércitos. Con arte no aprendido, supo y entendió desde el primer día la geografía y la estrategia, y hacía maravillas sin saber por qué. Su espíritu, como el de Bonaparte en esfera más alta, estaba por íntima organización instruido en la guerra y no necesitaba aprender nada. Organizaba, dirigía, ponía en marcha fuerzas diferentes en combinación, y ganaba batallas sin ley ninguna de guerra, mejor dicho, observaba todas las reglas sin saberlo, o de la práctica instintiva hacía derivar la regla.

Suele ser comparada la previsión de los grandes capitanes a la mirada del águila que, remontándose en pleno día a inmensa altura, ve mil secretos escondidos a los vulgares ojos. La travesura (pues no es otra cosa que travesura) de los grandes guerrilleros puede compararse al vigilante acecho nocturno de los pájaros de la última escala carnívora, los cuales desde los tejados, desde las cuevas, desde los picachos, torreones, ruinas y bosques atisban la víctima descuidada y tranquila para caer sobre ella.

En las guerrillas no hay verdaderas batallas; es decir, no hay ese duelo previsto y deliberado entre ejércitos que se buscan, se encuentran, eligen terreno y se baten. Las guerrillas son la sorpresa, y para que haya choque es preciso que una de las dos partes ignore la proximidad de la otra. La primera calidad del guerrillero, aun antes que el valor, es la buena andadura, porque casi siempre se vence corriendo. Los guerrilleros no se retiran, huyen y el huir no es vergonzoso en ellos. La base de su estrategia es el arte de reunirse y dispersarse. Se condensan para caer como la lluvia, y se desparraman para escapar a la persecución; de modo que los esfuerzos del ejército que se propone exterminarlos son inútiles, porque no se puede luchar con las nubes. Su principal arma no es el trabuco ni el fusil, es  el terreno; sí, el terreno, porque según la facilidad y la ciencia prodigiosa con que los guerrilleros se mueven en él, parece que se modifica a cada paso prestándose a sus maniobras.

Los españoles nacieron para descollar en varias y estimadísimas aptitudes, por lo cual tenemos tal número de santos, teólogos, poetas, políticos, pintores; pero con igual idoneidad sobresalen en los tres tipos que antes he indicado, y que a los ojos de muchos parece que son uno mismo, según las lamentables semejanzas que nos ofrece la historia. Yo traigo a la memoria la lucha con los romanos y la de siete siglos con los moros, y me figuro qué buenos ratos pasarían unos y otros en esta tierra, constantemente hostigados por los Empecinados de antaño. Guerrillero fue Viriato, y guerrilleros los jefes de mesnada, los Adelantados, los condes y señores de la Edad Media. Durante la monarquía absoluta, las guerras en país extraño llevaron a América, Italia, Flandes y Alemania a todos nuestros bravos. Pero aquellos gloriosos paseos por el mundo cesaron, y España volvió a España, donde se aburría, como el aventurero retirado antes de tiempo a la paz del fastidioso hogar, o como don Quijote lleno de bizmas y parches en el lecho de su casa, y ante la tapiada puerta de la biblioteca sin libros.

 

Benito Pérez Galdós

Juan Martín “El Empecinado”

 

 

MIRABUENO EN LA HISTORIA. EL LIBRO DE MIRABUENO (Pulsando aquí)

Sumario:

-I-

La tierra, la geografía y el entorno

Pág. 11

-II-

Un repaso por la historia

Pág. 23

-III-

La Comunidad de Villa y Tierra de Atienza

Pág. 33

-IV-

Mirabueno y Mandayona, entre Doña Urraca y María de Castilla

Pág.45

-V-

Las tierras de Gómez Carrillo

Pág. 55

-VI-

Íñigo de la Cerda y Brianda de Castro,

Señores de Mirabueno

Pág. 61

-VII-

La vida entre los siglos XVI y XVIII

Pág. 73

-VIII-

España en Guerra

Pág. 85

-IX-

La vida municipal

Pág. 107

-X-

Mirabueno, Siglo XX

Pág. 119

-XI-

Nuestra Señora de Mirabueno

Pág.  129

Apéndices

Pág. 139