miércoles, 23 de marzo de 2022

MADERADAS Y GANCHEROS DE GUADALAJARA

 LAS MADERADAS Y LOS GANCHEROS DEL TAJO

LAS MADERADAS Y LOS GANCHEROS DEL TAJO
El transporte fluvial de la madera en Guadalajara

 

   El río Tajo es el más largo de la Península Ibérica, atravesando una gran parte de ella desde su nacimiento en los Montes Universales, en la Sierra de Albarracín, hasta unir sus aguas con las del Océano Atlántico por Lisboa, tierras de Portugal. A lo largo de sus 1.007 kilómetros de recorrido atraviesa parte de las provincias de Teruel, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Toledo y Cáceres, por aquí se adentra y pierde en el país vecino. 

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   Fue también uno de los más caudalosos de la provincia, y por su extensión de los que más afluentes recibe, y recibió. En la actualidad su curso se interrumpe con embalses y pantanos, en Guadalajara y Cáceres principalmente. Embalses y pantanos que de alguna manera comenzaron a interrumpir una de las industrias que, nacidas conforme cuentan algunas historias en los años finales del siglo XV llegó hasta los años medios del siglo XX, cuando embalses y pantanos hicieron poco menos que aquella desapareciese. También es cierto que la moderna industrialización ayudó a ello. Se trataba del transporte de maderas a flote por las aguas. Las conocidas maderadas. Una forma sencilla y económica de transporte, aunque no fuese nada rápida y dependiese, más que de la destreza o habilidad de los hombres, de la fuerza y corriente del río, por ello el tiempo del transporte de la madera por el río solía iniciarse en los últimos días del invierno e inicios de la primavera, para aprovechar los deshielos de las cumbres que a través de los afluentes engordasen el río, cesaban por algunos meses a partir de septiembre u octubre, con la llegada de los fríos invernales.

   Cuentan las viejas historias que la vez primera en la que por el Tajo bajaron desde las altas sierras de la comarca de Molina de Aragón las maderas fue cuando el cardenal don Pedro González de Mendoza ideó la construcción en Toledo del Hospital de la Santa Cruz. Un Hospital para la acogida a los niños huérfanos y desamparados de la ciudad en el que se emplearía, como en las construcciones de aquellos tiempos, mucha madera.


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Entramos, con esta obra, en el mundo del transporte fluvial de la madera a través del río Tajo, en la provincia de Guadalajara

 

 

SUMARIO:

-I-

EL TAJO Y LAS MADERADAS EN LA HISTORIA

Pág. 9

-II-

LAS MADERADAS EN EL SIGLO XIX

Pág. 23

-III-

LOS GANCHEROS

Pág. 37

-IV-

LA MADERADA POR DENTRO

Pág. 57

-V-

LA MADERADA, EN ARANJUEZ

Los amos de la madera

Pág. 89

-VI-

MADERADAS EN EL TAJO, DESDE EL SIGLO XIX

Pág. 99

-VII-

LOS OFICIOS, LOS TÉRMINOS, LOS VOCABLOS

Pág. 119

 

El Libro:


  • Tapa blanda : 132 páginas
  • ISBN-13 : 979-8572679427
  • Dimensiones : 13.97 x 0.76 x 21.59 cm
  • Editorial : Independently published 
  • Idioma: : Español
  • ASIN : B08P1G1248
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UN PUEBLO DE MADEREROS: ZAOREJAS

 ZAOREJAS: LA EPIDEMIA QUE VINO DE FRANCIA

Memoria para tiempos de pandemia

 

    Sin lugar a dudas, la villa de Zaorejas se encuentra situada en uno de los parajes más hermosos de la provincia de Guadalajara. Tan diversa en ellos y tan desconocidos muchos, incluso para los propios naturales de una provincia que, por fortuna, en los últimos años, se han echado a los caminos para apreciar, gustar y presumir de lo propio. 

 


 

   De Zaorejas y sus paisajes ya presumían nuestros paisanos de hace cien o más años, cuando nos contaban que estaba construida la villa para resistir el embate de los siglos, por la piedra sillar de sus edificios, rodeados de inmensos pinares y no menos abruptos barrancos coronados por un circo de picos rocosos a los que puso nombre, en 1787, el párroco titular de la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos, don Pedro Tomico Larín: La Hoya del Vado; Navaseca; El Navazo; La Pedriza; Fuente que no corre; Val de ladrones; Las Casillas; Escaleruela; La Cabeza del Masmadón; Peña Corba; Campillo; Las Sombrías; La Cabeza de Navarredonda; El Portillo del Lobo; La Cueva del Pajarillo; Valde las Cabras; Despeñaperros; Serrezuela; Las Hoyas, y el Rincón del Castillo. Castillo de Garabatea, como lo define nuestro hombre y del que, al parecer, nada queda.

 

Una villa en lo alto

   Desde las alturas de Zaorejas, a 1.225 metros sobre el nivel del mar, casi que se puede tocar el cielo y dar la mano a las cercanas sierras de la provincia de Cuenca, al otro lado del Tajo, a cuyo obispado y común perteneció hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de que, mucho tiempo antes, por aquello de eliminar barreras que la distancia imponía, Sus Majestades (que en gloria estén), como apuntó igualmente don Pedro Tomico, refiriéndose a don Carlos I de España y V de Alemania, y a su serenísima madre doña Juana I de Castilla, concedieron a Zarorejas el título de Villa el 20 de diciembre de 1537. Quizá de entonces, poco más o menos, data el escudo imperial que ostentó Zaorejas en la fachada de su Ayuntamiento. Don Juan-Catalina García López nos dijo que aquellas casas municipales se levantaron en la década de 1550, por lo que es más que probable que con ellas se emparentase la piedra heráldica.

   En tiempos en los que el río Tajo dejó de ser frontera de reinos y comenzaba a utilizarse de manera más o menos habitual en aquello de transportar los troncos maderables a lomos del agua, desde las altas sierras provinciales, hasta las riberas de Aranjuez.

 


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   Desde el Real Sitio, a lomos de mula, con la compañía de dos acemileros y don Pedro Simón, obedeciendo al mandato de nuestro paisano don Carlos de Simón Pontero, que se empeñó en hacer navegable el río desde Aranjuez hasta su cabecera, o cuanto menos hasta las angosturas de Armallones, llegó hasta las cercanías de Zaorejas don José Briz cuando corría el mes de agosto de mil setecientos cincuenta y cinco, y encontró que estos parajes, con toda su hermosura, estaban muy dejados de la mano del hombre y sus circunstancias. Alejados de caminos, de ciudades, incluso de abastecimientos.

   Eso sí, el agua, y los pinos, todo lo cubrían. El agua del río, y de las fuentes que por aquí aumentaban su caudal, luego de dejar en la plaza de la villa la suficiente para las necesidades de la población, entonces cercana a los ochocientos habitantes, que se surtían de ella a través de unos ingeniosos canales, de barro y piedra, que debieron de ser, sino únicos en la provincia, al menos sí de los más y mejor dispuestos, puestos que el agua bajaba de las alturas a través de caños de barro, para volver a subir a las alturas del otro lado del barranco por caños de madera, y todo ello por su empuje natural.

 

Zaorejas y sus gentes

   Ya eran las gentes de Zaorejas, por aquellos remotos tiempos, hábiles en el trato y sagaces a la hora de buscarse la vida. En tiempos en los que en estas tierras no había demasiado de lo que tirar para salir adelante. La ganadería, en su mayor parte, pertenecía a unos pocos hombres de lustroso apellido, a aquellos Manriques, Sicilias y Carrillos que se expandieron desde la ciudad de Cuenca hasta la Serranía provincial, por los Campisábalos y los Condemios, cruzando la raya segoviana por Riaza, y la hoy madrileña por Braojos, es por ello que numerosos grupos de mozos de la villa, llegando la época de la recolección, marchaban a Andalucía, a lomos de mula, para emplearse en la siempre útil labor de la recogida de la aceituna, regresando al pueblo con unos cuantos reales en el bolsillo y las mulas cargadas de cántaras de aceite que vendían por los pueblos del entorno.

   La prosperidad del trabajo llevó a que algunos hombres, dueños de caballerías, alquilasen las mulas a quienes no disponían de ellas para llevar a cabo un viaje que, en los últimos años del siglo XVIII no dejaba de tener sus peligros. Otros había que, por estos mismos tiempos, se quedaban un poco más cerca, por tierras de Toledo y la Mancha manchega, en la que se empleaban en la vendimia, regresando con uvas.


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   Y no faltaban los que, por la primavera, se dedicaban, como lo hicieron las cuadrillas de otros pueblos cercanos, al noble arte de desmelenar ovejas en días de esquila. O a ganchear por el Tajo.

 

Zaorejas y las carreteras

   Hasta bien entrado el siglo XX, Zaorejas no dispuso de carreteras capaces de atender las necesidades de la población. Desde que se tiene memoria fue una de esas peticiones que hacen los alcaldes de la villa a las autoridades superiores, en la esperanza de que un día se cumplan. Autoridades de atinado juicio, pues parece que el rey Carlos y la serenísima doña Juana, con el privilegio de villa concedieron a sus Regidores una dispensa especial y curiosa: los Alcaldes y Regidores no eran elegidos por el común, sino que estos podían designar libremente a sus sucesores; del mismo modo que nombrar al Alguacil Síndico, al Procurador Mayor o a los Alcaldes de la Santa Hermandad con lo que, la dirección de la villa, quedaba siempre en casa de los mismos.

   Tan complejo fue el asunto de llegar por carretera a Zaorejas, que en el enero de 1960, que fue dichoso y crudo de nieves, tan incomunicado quedó el pueblo que a pesar de los intentos de los naturales del país por llegar a los vecinos en busca de ayuda, no alcanzaron a lograr que alguien de aquellos se acercase para atender a su propio médico, que enfermo del último mal, falleció en aquellos días, sin recibir asistencia facultativa.

 

La epidemia que vino de Francia

   Algo parecido ocurrió unos años antes. Aunque por entonces las nieves no habían hecho acto de presencia todavía, pues eran los últimos de un septiembre en los que medio país se ahogaba con aquella epidemia, o pandemia, que asolaba los pueblos. Una epidemia que llegó de Europa y a la que pusieron el nombre de España. Corría, cuando aquello, el septiembre de 1918.

   Un 1918, siguientes y anteriores, que como nos ha de suceder con los que vivimos, no sería fácil de olvidar, al menos para Zaorejas, que dejó en el cementerio a unos cuantos de sus vecinos. La epidemia llegó a Zaorejas, y Zaorejas se encontró sin médico. Con el pueblo atacado por aquello que llamaban grippe

   El Regidor del municipio, a lomos de mula, y tras dos días de penosa marcha, llegó hasta Guadalajara, 130 kilómetros de camino, a solicitar ayuda de las autoridades. Las autoridades enviaron a un médico de la Beneficencia provincial, don Manuel Pardo se llamaba, quien en el coche de Brihuega llegó hasta Cifuentes, donde los espoliques lo aguardaban con las mulas correspondientes. Desde allí, tenían ocho horas de camino por delante. Ocho horas de camino que don Manuel excusó de hacer a lomos de acémila, en base a su estado de salud. Y que sus riñones no aguantarían el trote.

   Finalmente, cuando los muertos en Zaorejas pasaban de la docena, otro médico, don Julián Muñoz partía hacía la villa, por orden de la Dirección general de Sanidad, a bordo de un side car.


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   Un grupo de mocetones de Zaorejas, en aquel verano de 1918, se fueron de vendimia, a Francia. Y de Francia volvieron con unas pesetas en el bolsillo, y sin saberlo, con la epidemia dentro.

   Tan parecido, y tan duro todo, a algunas de las muchas situaciones que por estos días se viven. Que quedarán, como aquellos de Zaorejas, para el recuerdo y la memoria. Para aprender, también.

 

 

T. Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 2 de julio de 2021