Memoria
de una calle de Atienza
Hace apenas un par de meses, a través de las redes sociales, y en ese
debate permanente en torno a los nombres de las calles de nuestros pueblos
alguien, desde Atienza, se preguntaba qué pintaba una calle dedicada a un
señor, Miguel Sánchez Dalp, a quien nadie en Atienza conocía y quien,
probablemente, no estuvo en la villa en más de dos o tres ocasiones. Si es que
lo hizo.
Y
llevaba razón, en lo de que don Miguel Sánchez Dalp y Calonge de Guzmán
Fernández de Granados, conde de las
Torres de Sánchez Dalp, que se sepa únicamente estuvo en Atienza, con certeza,
en dos ocasiones. La primera para pedir el voto, en el invierno de 1921, y ya
elegido diputado a Cortes, por la primavera. De la tercera no hay memoria,
menos de las sucesivas, sí es que las hubo. Claro está que han pasado cien
años; y cien años son mucho tiempo, tanto que han olvidado la memoria de este “señorito andaluz” a quien se presentaba
como “opulento agricultor”.
Antonio Machado, de quien no hay
duda de que por Atienza pasó, hubiese hecho de él, de don Miguel Sánchez
Dalp, un retrato semejante a aquel Don Guido por quien doblaban las campanas,
luego que la pulmonía se lo llevase. A Don Miguel se lo llevó la edad, vivió
cerca de cien años, desde la mitad del siglo XIX a la mitad del XX, en su
palacio sevillano de la plaza del Duque de la Victoria. Un capricho
arquitectónico que únicamente los soñadores, los “señoritos pudientes de Andalucía”, y las grandes fortunas, se
podían permitir. Un remedo de las Mil y Una Noches a la sombra de la Giralda.
Cuentan los entendidos que su demolición fue uno de los mayores atentados
urbanísticos llevados a cabo en aquella capital, en la década de 1960. Sobre su
solar se levantó uno de esos grandes almacenes que nos traen el anuncio de la
primavera. Catorce años tardaron en levantarlo y un par de semanas en convertirlo en
escombrera, el palacio don Miguel.
Nació como opulento agricultor a
pesar de que, sin lugar a dudas, le hubiese gustado ser cualquier otra cosa en
la vida, y como tuvo posibles fue, exactamente, lo que le dio la gana: adalid
de la moderna agricultura, señorito andaluz, escritor, periodista, arqueólogo,
político cunero… Político cunero porque llegó a Guadalajara, convencido por el
conde de Romanones, para presentarse como Diputado por la comarca de
Atienza-Sigüenza al Congreso en las elecciones generales que se celebraron en
el invierno de 1921. Por supuesto que salió elegido. Y en política, no hizo
nada.
Libros para conoccer la historia reciente de Atienza
Entonces, cuando se presentó a Diputado y pasó por vez primera por
Sigüenza y Atienza tan sólo era “señorito andaluz”; mecenas de la cultura y
adalid de la moderna agricultura. El título de Conde de las Torres de Sánchez
Dalp se lo concedió el rey Alfonso XIII cuando ya era Diputado por nuestro
rincón serrano, en los primeros días de marzo de 1923, después de que don
Miguel, como quien no quiere la cosa, sacase de su cuenta particular todo un
millón de pesetas, de los de entonces, y levantase en Sevilla un Hospital para
donarlo a la Cruz Roja. Su memoria, a partir de ahí, da para mucho. Bueno y
malo, claro está. Tanto que en 1933, cuando aquello de la Ley de Reforma
Agraria, el Sr. Conde, atendiendo a que sus fincas quedaban fuera de las
expropiaciones, las donó al Estado. Estaban valoradas en 30 millones de
pesetas, de las de entonces.
Su proclamación como candidato por Atienza-Sigüenza se dio a conocer en
el diciembre de 1920, y se comenzó a pintar su estampa, que nadie en
Guadalajara conocía: Don Miguel, para envidia de propios y extraños, había
recorrido medio mundo. Se había convertido en mecenas de las artes y las
ciencias; fundado sociedades culturales; desarrollado planes de regadío;
introducido maquinaría agrícola impensable para la sociedad española de su
época, con nuevos cultivos y unas formas de trabajo que, incluso a sus obreros,
llamaba la atención y lo admiraban, por raro que parezca.
Cuando en el mes de mayo de 1921, y como uno de tantos rumores, se
lanzaron al aire los planes de don Miguel Sánchez Dalp para con Atienza, nadie
los podía creer. Don Miguel, vaya usted a saber el porqué, estaba dispuesto
a comprar al Sr. Obispo de la Diócesis
de Sigüenza un terreno que para nada le servía en Atienza. Claro está que, encontrándose
donde se encontraba, junto a las casas solariegas de los Beladíez y los Arce,
nadie podía dudar que las intenciones del “señorito andaluz” estarían en
levantarse un palacete a lo “serrano”. Y con premura de tiempo, don Miguel se
lanzó, o lanzó, a quienes podían tener arte y parte en la construcción, a
levantar un edificio rumboso al exterior, y mucho más al interior. En apenas
seis meses se dieron por conclusas las obras y… ¡oh sorpresa! Desde su señorío
andaluz don Miguel anunció a propios y extraños que donaba aquel edificio al
Ayuntamiento de Atienza, pásmense ustedes, ¡para dedicar su planta baja a
escuela de niñas!, y la planta alta a vivienda de las maestras.
Veinte años, llevaban los munícipes de Atienza divagando sobre la
necesidad, o no, de levantar un edificio para escuela de niñas, desde que el
edificio de la escuela de niñas, que ocupó el viejo caserón de los Bravo de
Laguna, entre el portillo de Palacio y el de la Virgen, arrastrado por la
muralla, que se derrumbó, se viniese abajo. Veinte años discutiendo dónde construirlo;
haciendo reparos que para nada servían en viejos caserones de los que había que
escapar, como los gatos del agua hirviendo, a la carrera, porque la ruina
amenazó en un par de ocasiones. Veinte años en los que, en dos o tres
ocasiones, se volatilizaron los fondos que, a pachas, pusieron Ayuntamiento y
Diputación para las escuelas. Y llega don Miguel, y ¡toma!, papeleta resuelta.
No era la primera vez que lo hacía, lo de regalar una escuela a un
municipio. Por Huelva, Cádiz, Sevilla y algunos otros lugares, había
distribuido unas cuantas, sin miramiento de gasto.
La recepción oficial, con inauguración íntima, para las gentes de
Atienza, tuvo lugar el 15 de enero de 1922. La prensa lo recogió. Recogió que sin solemnidad alguna por no estar presente
el generoso donante… El Sr. Alcalde, don Miguel Rubio, dirigió unas breves
palabras; otras más breves el Sr. Párroco, don Bartolomé Llabrés; también habló
la entonces maestra de niñas, doña Rosa Galán; y se aplazó hasta más ver, el
acto oficial. Un acto oficial en el que deberían estar presentes el Sr. Obispo
de la Diócesis, y don Miguel. Se aplazó para aquella misma primavera, y si se
llevó o no a cabo, no se tiene memoria. Aquel día, el de la recepción oficial,
se descubrieron las placas que daban nombre a aquel trozo de calle, amputado a
la de Miguel de Cervantes, y que en lo sucesivo se llamaría de D. Miguel
Sánchez Dalp, y sobre la fachada del rimbombante edificio se colocó la sencilla
placa en la que se da cuenta de que un día el Sr. Diputado, D. Miguel Sánchez Dalp, hizo entrega de aquel
edificio al Ayuntamiento de Atienza. Un Ayuntamiento que, además de dar su
nombre a una calle, le dio el honroso título de “Hijo Adoptivo” de la población. ¡Qué menos!
No hace muchos años que la corporación atencina, sin miramiento de
significados, en ese ánimo de ahorrar gastos al municipio deshaciéndose de lo
superfluo, se deshizo del emblemático edificio que tanta cultura repartió en
más de setenta años de vida. A punto estuvo de convertirse en aula de verano de
la Universidad de Alcalá, pero se conoce que no hubo, como dirían los modernos,
filin, entre la Universidad y el
Municipio, y terminó convirtiéndose en residencia particular. Mucho más
pimpante que en sus orígenes, pero hay que reconocer el buen gusto de su actual
propietario quien, aun transformando el edificio, para mejor lucimiento, ha
mantenido, donde siempre estuvo, aquella placa de mármol en la que se lee que
un día don Miguel Sánchez Dalp…
Ciertamente que el callejero de Atienza, como el de cualquier otro
lugar, peca de adulación en unos casos, y le sobran placas en otros. Son cosas
que pasan.
Digamos que la de Atienza es la única calle
que tiene don Miguel a su nombre en toda España, merecería muchas más. Y digamos,
en su honor de merecido rótulo callejero, que en Atienza, en tiempos en los que
a pocos preocupaba la enseñanza femenina ¡Donó una Escuela!, para que
estudiasen las jóvenes de Atienza cuando a los munícipes de Atienza les parecía
importar un bledo que las jóvenes de Atienza accediesen a la cultura. Sobrado
mérito para que alguien, en agradecimiento, pusiese su nombre en una placa de
una calle. Que más que merecida está.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria.
Nueva Alcarria, Viernes 2 de marzo
de 2018