domingo, 10 de junio de 2018

MEMORIA DE ANTONIO ORFILA ROTGER. El “señor de la plata”, de Hiendelaencina, que fue Alcalde de Guadalajara

MEMORIA DE ANTONIO ORFILA ROTGER.
El “señor de la plata”, de Hiendelaencina, que fue Alcalde de Guadalajara



    Don Antonio hizo parte de su fortuna en las minas de Hiendelaencina, un pueblo que comenzó a escribir una nueva historia a partir de 1844, cuando el navarro Pedro Esteban Górriz pasó por allí ejerciendo su oficio y se quedó con la copla de que las tierras de Hiendelaencina, que hasta entonces lo más que habían criado fue tomillo salsero y estepas pringosas, estaban cargadas de plata, de la buena. Y comenzó la aventura de convertir aquel pueblo en la California española.




   Pedro Esteban Górriz se ha llevado la fama, y la gloria, también es cierto que su descubrimiento lo hizo millonario y se retiró de estas tierras llevándose su fortuna a las de nacimiento. Sus descendientes, como suele pasar, se encargaron de dar cuenta de ella.

 Hiendelaencina. Memoria de don Antonio Orfila Rotger, el señor de la plata

   Don Antonio Orfila y Rotger, se convirtió en el socio necesario de los primeros inversores mineros; de don Pedro Esteban Górriz y de aquellos que fundaron la primera sociedad minera de la que surgirían decenas más. Ha pasado a la historia, porque así lo definió don Bibiano Contreras y Rata en su librito “El País de la  Plata”, como administrador del Duque del Infantado por aquellos días; que lo era de don Mariano Téllez Girón, también duque de Osuna y unas cuantas decenas de títulos más. Y su domicilio oficial, el de don Antonio Orfila se encontraba, precisamente, en el palacio del Infantado. El duque tenía tantas casas para elegir que de la que menos se ocupaba en aquellos entonces era del magistral palacio de nuestra capital de provincia. Así que todo era para nuestro don Antonio quien, además de ejercer el cargo de administrador del Sr. Duque desempeñaba los más altos provinciales: ejercía el cargo de lo que conoceríamos como Gobernador civil de la provincia, entonces Gobierno Superior Político, como se define en algunos lugares; cargo que dejó en 1847 en manos de don Juan de la Concha Castañeda; además de hacerlo también, aunque fuese en funciones, como una especie de Presidente de la Diputación  provincial y, por si esto fuese poco, también ejercía como alcalde de la ciudad de Guadalajara. Con lo que podemos bien decir que nada de lo que sucedía en la provincia le era desconocido.


   Su fortuna fue creciendo con el paso de los años, hasta convertirse en una de las más importantes y saneadas del Madrid señorial del siglo XIX, llegándose a levantar un palacete en la calle de Santa Isabel, desde donde dirigir sus negocios, de préstamo, de construcción, de minería, e incluso de pertenencia a unos cuantos consejos de administración, desde las compañías de ferrocarriles o del círculo minero, hasta de aquella tan famosa en nuestros días que trajo el agua a Madrid, la del famoso Canal de Isabel II.

   Su buen y gran amigo, don José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer e inversor de las minas de plata cuando la minería comenzaba a dar sus primeras boqueadas, le dedicó unas cuantas líneas después de la muerte de su hermano don Mateo, fallecido en París como una de las glorias de la ciencia médica: “Tú, querido amigo, llevas el nombre que ha hecho inmortal a tu hermano. Tu vida ha sido tan agitada como la suya. Tú sólo diste crédito al nuevo Farria, a Górriz, y por tu impulso y dirección se desentierran en Hiendelaencina tesoros más abundantes que los fabulosos de la isla de Monte Cristo…”


 Las casas de don Antonio Orfila, en la plaza de Hiendelaencina, se asemejaban a un palacio

   Nació muy lejos de estas tierras, en las de Mahón, en Mallorca, en 1796, de las que salió a recorrer mundo y hacer fortuna cuando cumplió los dieciséis o diecisiete años. De Mallorca a Malta, de Malta a Egipto, al servicio del jedive, donde, por aquello de la aventura, llegó hasta las fuentes del Nilo. Hasta 1820 anduvo por allí negociando, y en el 21 regresó para iniciarlos por aquí; en las Vascongadas con el hierro; en Francia con los transportes por tierra y mar. Hasta que llegó el año 1839 y se plantó en Guadalajara como administrador del duque. Al tiempo que entraba en política y se dirigía a la provincia. Como toda España, poco acostumbrada a aquello de las votaciones, cuando fue elegido presidente del comité electoral por los monárquico-constitucionalistas: Electores de la provincia de Guadalajara… -comenzaba el manifiesto.

   Probablemente, y así lo pintan cuantos lo conocieron y trataron, fue uno de los hombres más inteligentes de su tiempo, a la hora de hacer cuentas, y a la de hacer negocios. Que los hizo cuando don Pedro Esteban Górriz le propuso entrar en  el de la plata y fundaron la Santa Cecilia. Luego del descubrimiento.

   Górriz cogió los cuartos y regresó a Navarra, titulándose “marqués de Hiendelaencina”, mientras que nuestro mallorquín, reconvertido en guadalajareño, se quedó a vivir en el pueblo que comenzaba a emerger, Hiendelaencina, donde no cabe la menor duda de que trazó calles y edificios, además de la gran plaza en la que se reservó lo mejor para levantarse una casa, enfrente de la iglesia, que se asemejaba a un palacio. Tan hermosa que, una vez difunto, y puesta a la venta por su viuda, anunciaba que en ella podían residir muy tranquilamente catorce o quince vecinos.

 Antonio Orfila y suhermano Mateo fueron los artífices de la moderna Hiendelaencina

   Hasta 1860 estuvo por aquí, que voy que vengo de Hiendelaencina a Madrid. En Madrid se dedicaba a los negocios en grande, y aquí se ocupaba de La Oportuna como principal accionista. Fábrica que se puso en venta, y se vendió, en ese 1860 por una buena millonada de reales que incrementaron un poco más el ya crecido patrimonio de don Antonio.

   Lo hizo, vender lo que por Hiendelaencina le quedaba, porque la edad comenzaba a jugarle malas pasadas. Contaba entonces, cuando se desprendió de posesiones, quedándose únicamente con las casas, con 64 años de edad, que entonces era ya bastante respetable.

   Y como suele suceder, los años, y los servicios prestados le comenzaron a dar algún que otro reconocimiento, en forma de grandes cruces y títulos honoríficos, de Carlos III y de Isabel la Católica, entre otras. Sin que todo ello, la edad y los títulos, fuesen inconveniente para que no continuase al frente de vocalías empresariales y consejos de administración.

   Hasta el 27 de julio, día en el que todo se acabó. Falleció de forma casi repentina, como recogió la prensa: ha fallecido en esta Corte, casi repentinamente, el Sr. Antonio Orfila, persona muy conocida y una de las que más contribuyeron al desarrollo de la industria minera de Madrid, y de las que mayores resultados han obtenido de las grandes explotaciones del rico distrito de Hiendelaencina. Dícese que fue acometido de un accidente apoplético a cosa de las cuatro de la tarde, y cuando llegó el Dr. Asuero, que parece fue llamado inmediatamente, le halló ya cadaver… 


   Sucedió en su propio domicilio, vivía entonces en la calle de la Corredera Alta de San Pablo número 27, y de allí partió el cortejo fúnebre a la iglesia de San Martín, donde tuvieron lugar las honras fúnebres al día siguiente.

   Suele pasar desapercibido que ocupó la alcaldía de Guadalajara entre el 31 de marzo de 1844, y el 13 de agosto de 1845.

   También que, a pesar de todos sus títulos y negocios, por encima de todo, porque fue el creador de la nueva Hiendelaencina, le corresponde el de “Señor de la Plata”. Su obra todavía sigue viva en la localidad, que siempre merece una mirada, y una visita a su pasado minero que, en forma de Museo, lo recuerda.

Tomás Gismera Velasco
Semanario Nueva Alcarria
Guadalajara, 8 de junio 2018