El “señor de la plata”, de Hiendelaencina,
que fue Alcalde de Guadalajara
Don
Antonio hizo parte de su fortuna en las minas de Hiendelaencina, un pueblo que
comenzó a escribir una nueva historia a partir de 1844, cuando el navarro Pedro
Esteban Górriz pasó por allí ejerciendo su oficio y se quedó con la copla de
que las tierras de Hiendelaencina, que hasta entonces lo más que habían criado
fue tomillo salsero y estepas pringosas, estaban cargadas de plata, de la
buena. Y comenzó la aventura de convertir aquel pueblo en la California
española.
Pedro Esteban Górriz se ha llevado la fama,
y la gloria, también es cierto que su descubrimiento lo hizo millonario y se
retiró de estas tierras llevándose su fortuna a las de nacimiento. Sus
descendientes, como suele pasar, se encargaron de dar cuenta de ella.
Hiendelaencina. Memoria de don Antonio Orfila Rotger, el señor de la plata
Don Antonio Orfila y Rotger, se convirtió en
el socio necesario de los primeros inversores mineros; de don Pedro Esteban
Górriz y de aquellos que fundaron la primera sociedad minera de la que
surgirían decenas más. Ha pasado a la historia, porque así lo definió don
Bibiano Contreras y Rata en su librito “El País de la Plata”, como administrador del Duque del
Infantado por aquellos días; que lo era de don Mariano Téllez Girón, también
duque de Osuna y unas cuantas decenas de títulos más. Y su domicilio oficial,
el de don Antonio Orfila se encontraba, precisamente, en el palacio del
Infantado. El duque tenía tantas casas para elegir que de la que menos se
ocupaba en aquellos entonces era del magistral palacio de nuestra capital de
provincia. Así que todo era para nuestro don Antonio quien, además de ejercer
el cargo de administrador del Sr. Duque desempeñaba los más altos provinciales:
ejercía el cargo de lo que conoceríamos como Gobernador civil de la provincia, entonces
Gobierno Superior Político, como se define en algunos lugares; cargo que dejó
en 1847 en manos de don Juan de la Concha Castañeda; además de hacerlo también,
aunque fuese en funciones, como una especie de Presidente de la Diputación provincial y, por si esto fuese poco, también
ejercía como alcalde de la ciudad de Guadalajara. Con lo que podemos bien decir
que nada de lo que sucedía en la provincia le era desconocido.
Su fortuna fue creciendo con el paso de los
años, hasta convertirse en una de las más importantes y saneadas del Madrid
señorial del siglo XIX, llegándose a levantar un palacete en la calle de Santa
Isabel, desde donde dirigir sus negocios, de préstamo, de construcción, de
minería, e incluso de pertenencia a unos cuantos consejos de administración,
desde las compañías de ferrocarriles o del círculo minero, hasta de aquella tan
famosa en nuestros días que trajo el agua a Madrid, la del famoso Canal de
Isabel II.
Su buen y gran amigo, don José Muñoz
Maldonado, conde de Fabraquer e inversor de las minas de plata cuando la
minería comenzaba a dar sus primeras boqueadas, le dedicó unas cuantas líneas
después de la muerte de su hermano don Mateo, fallecido en París como una de
las glorias de la ciencia médica: “Tú,
querido amigo, llevas el nombre que ha hecho inmortal a tu hermano. Tu vida ha
sido tan agitada como la suya. Tú sólo diste crédito al nuevo Farria, a Górriz,
y por tu impulso y dirección se desentierran en Hiendelaencina tesoros más
abundantes que los fabulosos de la isla de Monte Cristo…”
Las casas de don Antonio Orfila, en la plaza de Hiendelaencina, se asemejaban a un palacio
Nació muy lejos de estas tierras, en las de
Mahón, en Mallorca, en 1796, de las que salió a recorrer mundo y hacer fortuna cuando
cumplió los dieciséis o diecisiete años. De Mallorca a Malta, de Malta a
Egipto, al servicio del jedive, donde, por aquello de la aventura, llegó hasta
las fuentes del Nilo. Hasta 1820 anduvo por allí negociando, y en el 21 regresó
para iniciarlos por aquí; en las Vascongadas con el hierro; en Francia con los
transportes por tierra y mar. Hasta que llegó el año 1839 y se plantó en
Guadalajara como administrador del duque. Al tiempo que entraba en política y se
dirigía a la provincia. Como toda España, poco acostumbrada a aquello de las
votaciones, cuando fue elegido presidente del comité electoral por los
monárquico-constitucionalistas: Electores
de la provincia de Guadalajara… -comenzaba el manifiesto.
Probablemente, y así lo pintan cuantos lo
conocieron y trataron, fue uno de los hombres más inteligentes de su tiempo, a
la hora de hacer cuentas, y a la de hacer negocios. Que los hizo cuando don
Pedro Esteban Górriz le propuso entrar en
el de la plata y fundaron la Santa Cecilia. Luego del descubrimiento.
Górriz cogió los cuartos y regresó a Navarra,
titulándose “marqués de Hiendelaencina”,
mientras que nuestro mallorquín, reconvertido en guadalajareño, se quedó a
vivir en el pueblo que comenzaba a emerger, Hiendelaencina, donde no cabe la
menor duda de que trazó calles y edificios, además de la gran plaza en la que
se reservó lo mejor para levantarse una casa, enfrente de la iglesia, que se
asemejaba a un palacio. Tan hermosa que, una vez difunto, y puesta a la venta
por su viuda, anunciaba que en ella podían residir muy tranquilamente catorce o
quince vecinos.
Antonio Orfila y suhermano Mateo fueron los artífices de la moderna Hiendelaencina
Hasta 1860 estuvo por aquí, que voy que
vengo de Hiendelaencina a Madrid. En Madrid se dedicaba a los negocios en
grande, y aquí se ocupaba de La Oportuna como principal accionista. Fábrica que
se puso en venta, y se vendió, en ese 1860 por una buena millonada de reales
que incrementaron un poco más el ya crecido patrimonio de don Antonio.
Lo hizo, vender lo que por Hiendelaencina le
quedaba, porque la edad comenzaba a jugarle malas pasadas. Contaba entonces,
cuando se desprendió de posesiones, quedándose únicamente con las casas, con 64
años de edad, que entonces era ya bastante respetable.
Y como suele suceder, los años, y los
servicios prestados le comenzaron a dar algún que otro reconocimiento, en forma
de grandes cruces y títulos honoríficos, de Carlos III y de Isabel la Católica,
entre otras. Sin que todo ello, la edad y los títulos, fuesen inconveniente
para que no continuase al frente de vocalías empresariales y consejos de
administración.
Hasta el 27 de julio, día en el que todo se
acabó. Falleció de forma casi repentina, como recogió la prensa: ha fallecido en esta Corte, casi repentinamente, el Sr. Antonio Orfila,
persona muy conocida y una de las que más contribuyeron al desarrollo de la
industria minera de Madrid, y de las que mayores resultados han obtenido de las
grandes explotaciones del rico distrito de Hiendelaencina. Dícese que fue acometido
de un accidente apoplético a cosa de las cuatro de la tarde, y cuando llegó el
Dr. Asuero, que parece fue llamado inmediatamente, le halló ya cadaver…
Sucedió en su propio domicilio, vivía
entonces en la calle de la Corredera Alta de San Pablo número 27, y de allí
partió el cortejo fúnebre a la iglesia de San Martín, donde tuvieron lugar las
honras fúnebres al día siguiente.
Suele pasar desapercibido que ocupó la
alcaldía de Guadalajara entre el 31 de marzo de 1844, y el 13 de agosto de
1845.
También que, a pesar de todos sus títulos y
negocios, por encima de todo, porque fue el creador de la nueva Hiendelaencina,
le corresponde el de “Señor de la Plata”. Su obra todavía sigue viva en la
localidad, que siempre merece una mirada, y una visita a su pasado minero que,
en forma de Museo, lo recuerda.
Tomás Gismera
Velasco
Semanario Nueva
Alcarria
Guadalajara, 8 de
junio 2018