LA
ATIENZA, DE GERARDO DIEGO.
Memoria
de un poema que pintó Atienza de poesía
Atienza
de los Juglares,
alto
navío de ruinas
que
nunca has visto los mares;
te
traigo –mis azahares-
ramos
de espumas marinas.
Es
el inicio del poema que tantas vueltas ha dado a lo largo del tiempo, o mejor,
desde que se publicó en la revista Carmen,
fundada por el autor y editada entonces en Gijón. Un poema dedicado en esta
ocasión al periodista y abogado seguntino Eduardo Olmedillas, editor del suplemento
de aquella revista que, en Sigüenza, se llamó Lola, y que vio la luz en el mes de junio de 1928. Una de las tres
versiones conocidas, ya que al gran autor, Gerardo Diego, no le tembló la mano
para hacer de él un objeto de deseo. O de obsequio para sus amigos poetas, o
conocidos atencinos.
Gerardo
Diego Cendoya nació en Santander, en el seno de una familia de comerciantes, en
1896; estudió letras en la Universidad de Deusto junto a quien será uno de sus
más íntimos amigos, Juan Larrea. Concluida su carrera, y por oposición, obtuvo
la cátedra de Lengua y Literatura en el Instituto
de Soria en 1920, trasladándose a vivir a la capital soriana, donde no tardó en
hacerse un hueco entre la intelectualidad de la ciudad, en la que figuran
nombres como José Tudela o Bernabé Herrero, sin abandonar su amistad con el bilbaíno
Juan Larrea.
Sin
embargo, y para Atienza, dos serán los hombres clave a la hora de componer el
poema, Larrea y Bernabé Herrero quien, tras concluir su cuarto curso de
Bachillerato ingresó en el cuerpo de Correos en 1919, siendo destinado a
Madrid, después a Soria y por último a Sigüenza en 1924, donde permanecerá
hasta 1929.
En
Sigüenza, Bernabé Herrero entablará una nueva vida social con la
intelectualidad del lugar, entre otros con el abogado Eduardo Olmedillas, sin
desvincularse de sus amistades sorianas, y mucho menos de la que ya tenía con el
joven Gerardo Diego o con José Tudela, quien ideó el lanzamiento del periódico
“La voz de Soria”, para lo que contó
con el empuje y colaboración de personas como Juan Larrea, el propio Gerardo
Diego o Bernabé Herrero, en junio de 1922.
Eran tiempos en los que los poetas y los literatos fundaban revistas y
periódicos a través de los que dar a conocer su obra, sin que ofrecerla al
público los hundiese en la ruina. Pues entonces, como hoy, para ver la obra
literaria publicada había que recurrir, en la mayoría de las ocasiones, a los
ahorros personales. Con los primeros que consiguió, se publicó Gerardo Diego sus
primeras obras.
Y
si José Tudela fundó en Soria su periódico; lo mismo hizo Eduardo Olmedillas,
en Sigüenza; y les seguiría los pasos Gerardo Diego; el abogado y escritor
Eduardo Olmedillas fundó su periódico en 1916, el semanario regional “La Defensa”, en el que unos y otros colaboraron.
Pero
quizá fuese Juan Larrea quien mayor influencia tenga en que el poema “Atienza”, viese la luz, ya que es Juan
Larrea quien por vez primera pone en el grupo de intelectuales y amigos ese nombre,
al escribir su poema en prosa “Atienza”
a comienzos de 1926, un poema de ribetes
alegóricos, no difícilmente comprensibles, cuyo tema es la desaparición humana
de un pueblo, y que representa una visión de lo que significaría para el hombre
de conducta urbana la vida en el deshabitado Atienza, en palabras de Pedro
Aullón de Haro; prosa literaria incluida en su libro “Oscuro dominio”, dentro de “Versión
celeste”. Una alegoría a una Atienza imaginada a la que el grupo de poetas
no tiene más remedio que viajar, para conocer la real y, tal vez, comparar.
El conocimiento de la villa por el grupo de
intelectuales sorianos es fruto de una de sus muchas excursiones por la
comarca.
Esa
visión de Atienza, en la pluma de Juan Larrea, influirá decisivamente, tanto en
Bernabé Herrero como en Gerardo Diego, quien en 1926, y de la mano de Herrero, visita
por vez primera la villa, haciendo desde Sigüenza una excursión con motivo de la
visita que Gerardo Diego hace a Bernabé Herrero con el propósito de hacerle un encargo
especial, la edición del suplemento de su revista “Carmen”, de la ya referenciada “Lola”;
que se llevará a cabo en los talleres tipográficos Rodrigo, de Sigüenza; talleres
en los que, igualmente, se imprime “La
Defensa”, de Eduardo Olmedillas.
Gerardo
Diego se traslada a Sigüenza desde Madrid el 2 de mayo de 1926, miércoles, “para pasar unos días al lado de su íntimo
amigo Bernabé Herrero”, según se recoge en La Defensa, que le desea “una grata estancia entre nosotros”.
Será
para el abogado Eduardo Olmedillas para quien Gerardo Diego escriba por primera
vez el poema “Atienza”, tras la
visita a Sigüenza, y a la villa serrana, en el mes de mayo de 1926. Poema que
es publicado por vez primera, y en recuadro, en el semanario “La Defensa” el 24 de marzo de 1927, año
del centenario de Góngora. Es el número 510 del semanario seguntino, número
extraordinario que cuenta con las colaboraciones, entre otros, de Melchor
Fernández Almagro, Virgilio Soria, José María de Cossío, José del Río, Bernabé Herrero,
Eduardo Olmedillas, o Ángel Lacalle.
Es la Atienza de los Juglares,
tantas veces cantada, que será recogida, un año después, en Carmen, dentro del cuaderno “Bodega y Azotea”:
Atienza
de los Juglares,
alto
navío de ruinas,
que
nunca has visto los mares…
Finalizando con un:
Adiós,
flor de los cristianos.
Del
Cid fuiste, ya eres mía,
Yo
he de volver otro día,
A
tocarte con mis manos…
Vendrá
posteriormente una nueva versión de “Atienza”,
tras una segunda visita en el mes de septiembre, dedicada al poeta local Tomás
Gómez, fruto de la casualidad e interés del propio Tomás Gómez por conocer la
intelectualidad seguntina, sin que podamos descartar la posibilidad de que
Tomás Gómez publicase alguno de sus poemas junto a los poetas sorianos.
Nada
conocemos sobre la estancia de Gerardo Diego en Naharros, sí su paso el 29 de
septiembre de 1927, mes y día en el que dedica el poema al atencino Gómez,
dejándonos la curiosidad de que, en el ofrecido al poeta local, escrito de puño
y letra del cántabro, el Atienza de los
Juglares, siendo el mismo poema, queda convertido en otro ya que, quizá
para que no sean idénticos, al poema le da la vuelta, comenzando el ofrecido a
Gómez, tras una leve corrección, por el final previamente escrito:
Atienza
peña muy fuerte,
dijo
el juglar de Medina,
y
una voz santanderina:
vencedora
de la muerte,
yo
te llevo en mi retina,
piedra
a piedra,
y ruina
a ruina,
pero
he de volver a verte.
Aquí, Atienza deja de ser de los Juglares, e igualmente se mudan de
camisa los colores, pero continúa siendo uno de los más hermosos poemas que han
cantado a la hidalga villa.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la Memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
28 de septiembre de 2018