PEDRO ESTEBAN GÓRRIZ.
El Marqués de Hiendelaencina
Tomás Gismera Velasco
A don Pedro Esteban, dueño de una figura de
marqués, le hubiese gustado que la reina doña Isabel II le hubiese otorgado un
título nobiliario acorde a su estampa de caballero hidalgo; descendía de unos
cuantos bizarros militares distinguidos a golpe de sable en batallas reñidas
por tierras navarras y aragonesas contra el invasor francés, en aquella mal
llamada “Guerra de la Independencia”
que fue, más que de Independencia, de lucha contra el invasor que trataba de
imponer, a más de sus reyes, su idioma; entre otras muchas cosas. Su padre, al
decir de los tiempos, fue uno de los más valientes coroneles que sirvió a las
órdenes del General Mina.
Don Pedro, paseando por las calles de
Pamplona, ciudad a la que acudió a rendir las cuentas de sus últimos años de
vida, fue conocido como “Marqués de
Hiendelaencina”, título que paseó por cafés y casinos, y dejó en alguno de
sus muchos negocios, e incluso en el panteón que eligió para ser enterrado
cuando la gloria de la vida dejase paso al recuerdo de la muerte.
Pedro Esteban Górriz. El Marqués de Hiendelaencina |
Don Pedro, que vivía en el número 22 de la
calle de la Estafeta, en la década de 1850 se había convertido en uno de los
mayores inversores de Pamplona. Pocas industrias eran las que la vara mágica de
su mano no tocaba: hoteles, bodegas, y hasta inversiones en el apasionante
mundo del ferrocarril no escapan a su dinero; un dinero que, además, le
confirió las vicepresidencias de la Sociedad Minera Nacional –que presidió el
conde de la Retamosa-, y del Partido
Progresista de Navarra, presidido honoríficamente por don Joaquín Aguirre de la
Peña, quien tanto se distinguió en la Revolución de 1868. Sus idas y venidas, a
través de España, comenzó a recogerlas la prensa de su tierra con la indicación
de que “sabe gastar en beneficio de su
país, el dinero que le ha regalado la fortuna”. Y no, no le toco la
lotería.
Si bien es cierto que no nació en la
capital; en la provincia de Guadalajara tampoco. Lo hizo en Subiza el 17 de
septiembre de 1804, era hijo de Lucas Górriz, el coronel del tercer batallón de
Voluntarios de Mina que murió en la acción del Carrascal, combatiendo contra
los franceses en el mes de febrero de 1811.
También era sobrino de don José Górriz,
quien sustituyó a su hermano Lucas Górriz al frente de aquél tercer batallón.
José Górriz fue fusilado posteriormente por los franceses en la Ciudadela de
Pamplona en el mes de octubre de 1814, hecho este que le hizo merecedor del
título de Primer mártir de la Libertad, y de un acuerdo de las Cortes de 1821 mandando
que su nombre se inscribiera con letras de oro en el salón de sesiones del
Ayuntamiento de Pamplona.
Pedro Esteban Górriz, nuestro marqués,
recibió la más esmerada educación en el colegio que los Padres Escolapios
tenían en Sos del Rey Católico (Zaragoza), y muy joven todavía, estuvo agregado
–en honor a su apellido- al Estado Mayor del General Mina en Cataluña y
Navarra. Concluida la guerra, Pedro Esteban Górriz entró al servicio del
general y se ocupó en numerosas ocasiones, como persona de su confianza que
era, de llevar y traer correspondencia entre Mina y sus correligionarios
liberales de Navarra, hasta que hecho preso en una de las puertas de Pamplona,
fue encerrado en la Ciudadela pamplonesa y trasladado después a Sevilla y a
Cádiz, acusado de conspirador contra el gobierno absoluto del nefasto monarca
don Fernando VII. Tenía Pedro Esteban diecisiete años en el momento de su
detención, y había ya cumplido veintiuno cuando obtuvo la libertad en Cádiz, de
donde volvió a Sevilla para casarse con una dama doña Dolores de Moreda.
Un monolito recuerda el hallazgo del primer filón de plata, el 2 de junio de 1844. |
Antes de arribar a Guadalajara, capital,
montó alguna que otra industria por Talavera, Madrid y Sevilla. Industrias
relacionadas con la perfumería, los tintes y los estampados, que no le fueron
del todo bien; pues tanto dinero como invirtió en ellas, procedente del
patrimonio de su esposa; tanto dinero perdió. Por lo que optó por hacerse
Agrimensor. Título que obtuvo en la década de 1830, y con él bajo el brazo se
presentó en nuestra capital de provincia para ejercer el honroso cargo para el
que fue nombrado.
En los montes de esta provincia se hallaba
en labores propias de su profesión, cuando se le presentó un emigrado político
pidiéndole amparo para librarse de las persecuciones que sufría. Pedro Esteban
Górriz, ciertamente, le protegió y le salvo, pero esta acción tuvo un alto
precio para el navarro, el de la privación de su libertad durante cuatro años;
el embargo de su mobiliario, y el verse envuelto en un complejo proceso judicial.
La condena la cumplió en la prisión de Rioseco, en donde ejerció de escribiente
hasta que fue indultado; mientras tanto su mujer y sus hijos estuvieron
residiendo, o penando la vida y malviviendo, en Sigüenza.
Hay que decir que desde muy niño mostró don
Pedro Esteban una gran afición por la mineralogía; esto, y su carácter
emprendedor, le llevaron a recorrer y a analizar los montes de Guadalajara; no
hay que olvidar que Pedro Esteban se había quedado sin recursos económicos
cuando salió de prisión, y que él y su familia sobrevivían entonces gracias a
la labor de buena bordadora de su esposa.
Y la sorpresa la encontró el navarro en el
término municipal de Hiendelaencina cuando realizaba aquí unas exploraciones
del terreno, como parte de su oficio. Allí, en aquellas tierras, encontró unos
importantes yacimientos de plata que rápidamente los convirtió en minas.
Inscribió en el registro las de Santa Cecilia, Suerte, y Fortuna. Y comenzó a
hacerse rico. Muy rico. Mucho más cuando, tras darse a conocer los hallazgos
primeros, los grandes inversores comenzaron a llegar a Hiendelaencina para
invertir en la minería grandes capitales. Don Pedro Esteban, que había
registrado a su nombre los mejores terrenos, comenzó a vender participaciones
y, al final, todo el accionariado de sus sociedades, por astronómicas
cantidades para aquellos lejanos tiempos. Tanto dinero reunió que llegó a
convertirse en una de las personas de mayor capital de España. Convirtiéndose
él, a través de los decires de la gente, y de la prensa, en un mito.
El nombre de Pedro Esteban Górriz se mantiene vivo a través del Centro de Interpretación de la PLata, de Hiendelaencina |
Aquellos dos o tres primeros pozos que don
Pedro Esteban registró el 14 de junio de 1844, Santa Cecilia, Suerte y Fortuna,
al año siguiente se habían multiplicado hasta llegar a los cerca de dos
centenares.
Y no, no sólo invirtió en Hiendelaencina en
el mundo de la minería con aquel capital que comenzó a llenar sus arcas;
también lo hizo en las poblaciones aledañas, e incluso en Barbatona, donde
registró un pozo con el nombre de “Virgen
de la Salud” –no podía llamarse de otra manera-. En Alcuneza explotó el
carbón, y en Navarra el hierro y el cinabrio. Dirigió y fundó periódicos, e
incluso fue concejal del Ayuntamiento de Pamplona durante largos años. Mucho
antes de que su nieto, don Javier,
llegase a la alcaldía.
La leyenda, a su muerte, continuó, dando cuenta de que había
descubierto las minas de plata de Hiendelaencina por casualidad, o por
inspiración divina, que no fue tal. Al tiempo que se llegó a decir que cuando
llegó a Hiendelaencina era poco menos que un pobrecito sin arte ni oficio. Sus
hijos se encargaron de desmentir todo aquello, dando cuenta de la nobleza de su
estirpe y de que no, las minas no se descubrieron por casualidad, sino tras un
estudio muy laborioso y concienzudo.
Hijos que se encargaron de ir dilapidando
poco a poco la fortuna que logró nuestro gran hombre. Como suele suceder, en
ocasiones se llega a pensar que el dinero, cuando es mucho, no se acabará, pero
sí que se termina. Del hijo dilapidador, dedicado a la vida hermosa y bella de
vivir del cuento, en el sentido literal de la palabra, pues fue algo así como
escritor y actor de teatro, además de poeta, nos dejó un hermoso retrato otro
de sus casi paisanos, don Pío Baroja; sus escritos los firmó como “Pedro Górriz (hijo)”; quien igualmente
retrató a sus hijas (las del escritor), nietas de nuestro descubridor, Eloísa e
Isolina. De su hija apenas quedó otro rastro que el nombre de su marido, don
Claudio Arvizu, oficial del Ayuntamiento de Pamplona; y el de su nieto, don
Javier de Arbizu y Górriz, nacido en la casa de los marqueses de San Adrián, en
Tudela, y que llegó a ocupar la alcaldía de la capital navarra.
Al morir don Pedro Esteban de Górriz y
Artazcoz, tal su nombre completo, ya era viudo de doña Dolores Moreda,
fallecida en 1865; y se encontraba asociado, en alguno de sus negocios, con
aquel capitán Muñoz que recibió el título nobiliario de Duque de Riansares al
casarse con la reina madre viuda –de don Fernando VII-, doña María Cristina (me
quiere gobernar). Al morir, decía, se le calculaba una fortuna de 3.000.000 de
reales. Que mucho dinero seguía siendo para la época.
Hiendelaencina, que pudo ser el marquesado de don Pedro Esteban Górriz |
Falleció en Pamplona, el 10 de septiembre de
1870 y fue enterrado al día siguiente en su propio panteón. Un panteón que,
pasados los años, y abandonado, fue utilizado su solar para recibir el cuerpo
de otro grande de la historia navarra, don Martín Melitón Pablo Sarasate.
Don Pedro Esteban Górriz nunca lo recibió,
pero pasó a la historia de su tierra como “Marqués
de Hiendelaencina”. Y en nuestra tierra, en Hiendelaencina, dejó su nombre
para la historia. Había descubierto sus minas de plata. Logrado que, aunque
fuese a través de otros socios, se transformase un pueblo en poco menos que una
ciudad. Y su nombre se inscribió en la piedra; en aquella que, todavía hoy,
dice lo de: “Santa Cecilia, primera mina
de plata descubierta en este término por don Pedro Esteban Goriz en 2 de junio
de 1844”. Y su rastro aún se puede seguir en ese pueblo que lo vio hacerse
rico, a través de su Museo de la Plata.
Pedro Esteban Górriz
Artazcoz nació en Subiza (Navarra), el 17 de septiembre de 1804. Murió en
Pamplona el 10 de septiembre de 1870. Fue el descubridor de las minas de plata
de Hiendelaencina.
En: GENTES DE
GUADALAJARA