viernes, 8 de febrero de 2019

LA BODERA: MEMORIA DE LA TELEVISIÓN. Fue uno de los primeros pueblos de la provincia en contar con Tele Club

LA BODERA: MEMORIA DE LA TELEVISIÓN.
Fue uno de los primeros pueblos de la  provincia en contar con Tele Club


   La Bodera es uno de esos hermosos pueblos de arquitectura de pizarra, fuera de la conocida ruta de los pueblos negros, o del entorno del Ocejón; y es que, más allá de las faldas del pico, todo un rosario de pueblos, en el entorno de las tierras de Atienza, desde más allá de los tiempos medievales, se vistieron de pizarra. Desde Prádena a La Miñosa, pasando por Naharros, Hiendelaencina, Robledo de Corpes o, claro está, La Bodera.

La Bodera. Memorias de la televisión


   Su arquitectura, en pizarra negra, dista un tanto de la conocida por las altas cumbres; aquella más achaparrada y esta con un toque de distinción producto quizá de la riqueza minera del siglo XIX, ya que tanto como prosperó Hiendelaencina a partir de entonces, casi tanto lo hizo La Bodera, después de haber pasado por unos inicios de siglo XIX que la castigaron como a todos estos de por aquí, a cuenta de que por estas tierras anduvo don Juan Martín Díaz, y tras él los gabachos de Napoleón castigando a todo aquel que se atrevió a dar una hogaza de pan al guerrillero a sueldo de la Junta de Defensa Provincial.

  El caserío de La Bodera, decíamos, es elegante en la actualidad, como lo debió de ser cuando se levantaron algunos de sus edificios, pizarra sobre pizarra, la mayoría de ellos con esa técnica de la piedra seca que ahora ha quedado reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; aunque nuestras tierras, que tanto dicen al respecto, parece que han quedado fuera de la medalla. Quizá que nadie se fijó en lo que tenemos.

   Por si acaso, y antes de que se pierda, que puede que el tiempo se lo lleve, recomiendo a quienes lo deseen, y a quienes esto lean, visitar el pueblo, callejear por él y descubrir una de las más hermosas verrugas, tal parece, que proliferaron por estos contornos. Uno de los hornos de cocer pan más espectaculares que se pueden encontrar. No tiene ningún adorno, salvo el de la sencilla humanidad de quienes lo levantaron para formar parte de uno de esos monumentos que, al no ser castillo, iglesia o muralla se nos escapa a la mirada. Digno es de protegerse, o de que alguien diga aquello de: ¡protéjase! Este, y todos los que como él ornan nuestros pueblos  por esta parte de la serrana tierra.


A la plaza deLa Bodera llegó la primera televisión que conoció el pueblo

   Serrana tierra que cuando sonó la campana que daba el punto de partida a la última y definitiva carrera, quizá la más veloz de la emigración provincial, comenzó a quedar un tanto a la virulé o por decirlo de otra manera: más triste, abandonada y solitaria que nunca, en el inicio de las décadas de 1950 y 1960; agravándose año a año hasta llegar a los tiempos presentes en los que, no sólo La Bodera, sino que también las poblaciones vecinas, pueden caminarse de extremo a extremo contando las puertas cerradas de sus antiguas casonas, sin encontrar al paso a nadie a quien saludar en días de invernada. En verano y tiempo bueno ya sabemos que, más o menos, en todos los pueblos hay gente.

   La hermosura de las calles de La Bodera confluyen en una hermosa plaza, con fuente redonda, como la gran mayoría, y sin espectaculares figuras que la conviertan en monumento. Aunque el sonido del agua atraiga, como atraen las melodías más hermosas que convierten el campo en escenario del mejor teatro del mundo. La plaza pudo tener un nombre rumboso, como lo hizo en otras poblaciones, Plaza de Televisión Española, aunque continuó llamándose, después de aquello, como siempre: La Plaza. Sin más.







   Sucedió allá por el lejano año de 1964, cuando en el pueblo todavía quedaban censados más de doscientos vecinos –en la actualidad el censo no alcanza al medio centenar-, y se encontraban abiertas las escuelas a las que acudían, entre chiquillos y chiquillas dos docenas de infantes con ganas de aprender. Tiempos en los que la televisión comenzaba a llegar a los pueblos o mejor, a las casas de los pueblos que se lo podían permitir, puesto que una televisión de las de aquellos tiempos alcanzaba un precio tan alto o más que el de un coche. Algunos bares, tabernas o casinos, por Atienza, Hiendelaencina, Sigüenza o Jadraque, se anunciaban con el reclamo de la televisión, cosida a la pared, hacía donde se dirigían todas las miradas para quedar extasiadas con aquellas escenas que, de aquí y de allá, correteaban detrás del cristal de aquella especie de caja lujosa. No eran pocos los chiquillos que se preguntaban cómo se las apañaban los dueños de la caja –que alguien con el pasar del tiempo definió como tonta-, para introducir en ella las escenas, los futbolistas, los danzarines o los toros. Que cuando se anunciaba corrida televisada no faltaba parroquia en el local; botellín en mano y cigarro en la comisura del labio, dando consejos de cómo mejor torear al astado.

El horno de La Bodera, uno de los más espectaculares de la provincia.


   Tampoco la televisión, su horario, era como el actual; veinticuatro horas ininterrumpidas de emisión. Tres o cuatro, o cinco horas diarias y amén. Y los programas eran mucho más sencillos y llegaban más al personal. Quizá porque no había otra cosa.

   Uno de aquellos fue el titulado “Tele-Club”, que contaba historias de aldeas y gentes, y a cuya vera se sentaban las familias. Algunas para verse en el espejo del aparato y otras a pasar el rato, ante todo en tiempos fríos, que tan largas se hacían las horas mirando a la chimenea.

   En estas fue que, escuchando la animación de los locutores para estar pendientes de la televisión, que según aquellos también servía para aprender, a la maestra de la escuela, la señorita Soco, María Socorro Campos Amo, dejando a un lado la vergüenza que aquello producía, y tirando hacía adelante, se le ocurrió escribir al entonces señor director de Televisión Española: Distinguido Sr.: Le escribo desde La Bodera, un pueblecito triste y abandonado de la Sierra de Guadalajara, en el partido de Atienza…

   El final de la carta nos lo podemos imaginar. La Señorita Soco pedía, al Sr. Director, una televisión con la que los vecinos de La Bodera pudiesen pasar del tedio invernal a la alegría de mirar el mundo a través de la pantalla.

   La carta la firmó en el mes de octubre de aquel glorioso año de 1964, recién llegada a la localidad. La sorpresa fue que, dos meses después recibió la contestación a través de don Ramón Barreiro, director del programa “Tele Club”, por medio de carta no menos amable, en la que se le decía que sí; que La Bodera tendría televisión.

La Bodera, un pueblo de grandes y hermosas casas.


   Fue el jueves 4 de febrero de 1965 cuando, en caravana, y desde Guadalajara, llegó al pueblo de La Bodera una gran comitiva, compuesta por alguno de los principales cargos de la Diputación provincial, del Gobierno civil y, por supuesto, de los protagonistas de aquel programa, encabezados por su director y la presentadora, María Pilar Cañada, junto a una docena más de celebridades televisivas de aquellos tiempos, que en La Bodera nadie conocía.
   La Bodera era una fiesta. Para instalar el televisor se habilitó una sala del Ayuntamiento, convertida, a partir de entonces, en el “Tele Club” local.

   Eran las cuatro y media de la tarde cuando la comitiva entró en el pueblo. La comitiva de coches, con todos los chiquillos detrás; hasta la plaza. Se sacó el televisor del vehículo que lo traía. Se situó sobre uno de aquellos estantes, colgado a mitad de la pared. Lo aspergeó el Sr. Cura, bendiciendo la sala y el aparato. Repicaron las campanas de la iglesia. Se lanzaron vivas a todo el acompañamiento y, La Bodera, desde aquel día, se asomó a su televisor. Fue uno de los días más hermosos del siglo XX en la población. Hoy, La Bodera, asomándose a la montaña, y al valle de su río Cañamares, continúa siendo un pueblo hermoso, con todo su encanto por descubrir. Un encanto que quedó detenido en el tiempo, después de que aquellas gentes que llevaron la televisión saliesen del pueblo, a eso de las seis de la tarde, dejando a grandes y pequeños embobados contemplando una de aquellas series de éxito, de vaqueros y de indios en un país lejano: “Cheyenne”.

Tomas Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria