LA
BODERA: MEMORIA DE LA TELEVISIÓN.
Fue
uno de los primeros pueblos de la
provincia en contar con Tele Club
La Bodera es uno de esos hermosos pueblos de arquitectura de pizarra,
fuera de la conocida ruta de los pueblos negros, o del entorno del Ocejón; y es
que, más allá de las faldas del pico, todo un rosario de pueblos, en el entorno
de las tierras de Atienza, desde más allá de los tiempos medievales, se
vistieron de pizarra. Desde Prádena a La Miñosa, pasando por Naharros, Hiendelaencina,
Robledo de Corpes o, claro está, La Bodera.
La Bodera. Memorias de la televisión |
Su arquitectura, en pizarra negra, dista un tanto de la conocida por las
altas cumbres; aquella más achaparrada y esta con un toque de distinción
producto quizá de la riqueza minera del siglo XIX, ya que tanto como prosperó
Hiendelaencina a partir de entonces, casi tanto lo hizo La Bodera, después de
haber pasado por unos inicios de siglo XIX que la castigaron como a todos estos
de por aquí, a cuenta de que por estas tierras anduvo don Juan Martín Díaz, y
tras él los gabachos de Napoleón castigando a todo aquel que se atrevió a dar
una hogaza de pan al guerrillero a sueldo de la Junta de Defensa Provincial.
El
caserío de La Bodera, decíamos, es elegante en la actualidad, como lo debió de
ser cuando se levantaron algunos de sus edificios, pizarra sobre pizarra, la
mayoría de ellos con esa técnica de la piedra seca que ahora ha quedado
reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; aunque nuestras tierras,
que tanto dicen al respecto, parece que han quedado fuera de la medalla. Quizá
que nadie se fijó en lo que tenemos.
Por si acaso, y antes de que se pierda, que puede que el tiempo se lo
lleve, recomiendo a quienes lo deseen, y a quienes esto lean, visitar el
pueblo, callejear por él y descubrir una de las más hermosas verrugas, tal
parece, que proliferaron por estos contornos. Uno de los hornos de cocer pan
más espectaculares que se pueden encontrar. No tiene ningún adorno, salvo el de
la sencilla humanidad de quienes lo levantaron para formar parte de uno de esos
monumentos que, al no ser castillo, iglesia o muralla se nos escapa a la
mirada. Digno es de protegerse, o de que alguien diga aquello de: ¡protéjase!
Este, y todos los que como él ornan nuestros pueblos por esta parte de la serrana tierra.
A la plaza deLa Bodera llegó la primera televisión que conoció el pueblo |
Serrana tierra que cuando sonó la campana que daba el punto de partida a
la última y definitiva carrera, quizá la más veloz de la emigración provincial,
comenzó a quedar un tanto a la virulé o por decirlo de otra manera: más triste,
abandonada y solitaria que nunca, en el inicio de las décadas de 1950 y 1960;
agravándose año a año hasta llegar a los tiempos presentes en los que, no sólo
La Bodera, sino que también las poblaciones vecinas, pueden caminarse de
extremo a extremo contando las puertas cerradas de sus antiguas casonas, sin
encontrar al paso a nadie a quien saludar en días de invernada. En verano y
tiempo bueno ya sabemos que, más o menos, en todos los pueblos hay gente.
La hermosura de las calles de La Bodera confluyen en una hermosa plaza,
con fuente redonda, como la gran mayoría, y sin espectaculares figuras que la
conviertan en monumento. Aunque el sonido del agua atraiga, como atraen las
melodías más hermosas que convierten el campo en escenario del mejor teatro del
mundo. La plaza pudo tener un nombre rumboso, como lo hizo en otras
poblaciones, Plaza de Televisión Española, aunque continuó llamándose, después
de aquello, como siempre: La Plaza. Sin más.
Sucedió
allá por el lejano año de 1964, cuando en el pueblo todavía quedaban censados
más de doscientos vecinos –en la actualidad el censo no alcanza al medio
centenar-, y se encontraban abiertas las escuelas a las que acudían, entre
chiquillos y chiquillas dos docenas de infantes con ganas de aprender. Tiempos
en los que la televisión comenzaba a llegar a los pueblos o mejor, a las casas
de los pueblos que se lo podían permitir, puesto que una televisión de las de
aquellos tiempos alcanzaba un precio tan alto o más que el de un coche. Algunos
bares, tabernas o casinos, por Atienza, Hiendelaencina, Sigüenza o Jadraque, se
anunciaban con el reclamo de la televisión, cosida a la pared, hacía donde se
dirigían todas las miradas para quedar extasiadas con aquellas escenas que, de
aquí y de allá, correteaban detrás del cristal de aquella especie de caja
lujosa. No eran pocos los chiquillos que se preguntaban cómo se las apañaban
los dueños de la caja –que alguien con el pasar del tiempo definió como tonta-, para introducir en ella las
escenas, los futbolistas, los danzarines o los toros. Que cuando se anunciaba
corrida televisada no faltaba parroquia en el local; botellín en mano y cigarro
en la comisura del labio, dando consejos de cómo mejor torear al astado.
El horno de La Bodera, uno de los más espectaculares de la provincia. |
Tampoco la televisión, su horario, era como el actual; veinticuatro
horas ininterrumpidas de emisión. Tres o cuatro, o cinco horas diarias y amén.
Y los programas eran mucho más sencillos y llegaban más al personal. Quizá
porque no había otra cosa.
Uno de aquellos fue el titulado “Tele-Club”, que contaba historias de
aldeas y gentes, y a cuya vera se sentaban las familias. Algunas para verse en
el espejo del aparato y otras a pasar el rato, ante todo en tiempos fríos, que
tan largas se hacían las horas mirando a la chimenea.
En estas fue que, escuchando la animación de los locutores para estar
pendientes de la televisión, que según aquellos también servía para aprender, a
la maestra de la escuela, la señorita Soco, María Socorro Campos Amo, dejando a
un lado la vergüenza que aquello producía, y tirando hacía adelante, se le
ocurrió escribir al entonces señor director de Televisión Española: Distinguido Sr.: Le escribo desde La Bodera,
un pueblecito triste y abandonado de la Sierra de Guadalajara, en el partido de
Atienza…
El
final de la carta nos lo podemos imaginar. La Señorita Soco pedía, al Sr.
Director, una televisión con la que los vecinos de La Bodera pudiesen pasar del
tedio invernal a la alegría de mirar el mundo a través de la pantalla.
La carta la firmó en el mes de octubre de aquel glorioso año de 1964,
recién llegada a la localidad. La sorpresa fue que, dos meses después recibió
la contestación a través de don Ramón Barreiro, director del programa “Tele
Club”, por medio de carta no menos amable, en la que se le decía que sí; que La
Bodera tendría televisión.
La Bodera, un pueblo de grandes y hermosas casas. |
Fue el jueves 4 de febrero de 1965 cuando, en caravana, y desde
Guadalajara, llegó al pueblo de La Bodera una gran comitiva, compuesta por
alguno de los principales cargos de la Diputación provincial, del Gobierno
civil y, por supuesto, de los protagonistas de aquel programa, encabezados por
su director y la presentadora, María Pilar Cañada, junto a una docena más de
celebridades televisivas de aquellos tiempos, que en La Bodera nadie conocía.
La Bodera era una fiesta. Para instalar el televisor se habilitó una
sala del Ayuntamiento, convertida, a partir de entonces, en el “Tele Club”
local.
Eran las cuatro y media de la tarde cuando la comitiva entró en el
pueblo. La comitiva de coches, con todos los chiquillos detrás; hasta la plaza.
Se sacó el televisor del vehículo que lo traía. Se situó sobre uno de aquellos
estantes, colgado a mitad de la pared. Lo aspergeó el Sr. Cura, bendiciendo la
sala y el aparato. Repicaron las campanas de la iglesia. Se lanzaron vivas a
todo el acompañamiento y, La Bodera, desde aquel día, se asomó a su televisor.
Fue uno de los días más hermosos del siglo XX en la población. Hoy, La Bodera,
asomándose a la montaña, y al valle de su río Cañamares, continúa siendo un
pueblo hermoso, con todo su encanto por descubrir. Un encanto que quedó
detenido en el tiempo, después de que aquellas gentes que llevaron la
televisión saliesen del pueblo, a eso de las seis de la tarde, dejando a
grandes y pequeños embobados contemplando una de aquellas series de éxito, de
vaqueros y de indios en un país lejano: “Cheyenne”.
Tomas Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 8 de febrero de 2019