MEMORIA
DE DON JOSÉ SERRANO BATANERO.
Natural
de Cifuentes, fue el abogado más famoso del Madrid de los inicios del siglo XX
José Serrano Batanero saltó al mundo del periodismo, de la España en
grande, en el mes de marzo de 1905, a raíz de uno de aquellos sucesos que
tuvieron lugar en su tierra natal de Cifuentes, y al que la historia puso el
título de “El crimen del Ermitaño”. Contaba, cuando la muerte de Bibiano
Contreras, el “Ermitaño”, con 24 años
de edad y estaba metido de lleno en sus estudios de Derecho en la Universidad
de Zaragoza, donde demostró tener capacidad de liderazgo, ya que comandó las
milicias estudiantiles en los congresos escolares que tuvieron lugar aquellos
años en Zaragoza, Valencia y Barcelona. Mientras su primo, Francisco Layna
Serrano, hacía lo propio en Madrid.
Memoria de don José Serrano Batanero |
A
José Serrano Batanero podía denominársele como “un niño de bien”, y un tanto caprichoso. Como hijo que era del
médico de Cifuentes, don Félix Serrano Sanz. También, hombre de muchos sueños. El
principal de los que tuvo, conocer su tierra y sacarla al mundo del periodismo
lo logró, pues escribió largo y tendido en la prensa provincial de los inicios
del siglo XX; conoció como la palma de su mano los pueblos del entorno de
Cifuentes y a raíz de aquel caso del ermitaño Bibiano, seguido con ávida
expectación por la prensa nacional, y parte de la extranjera, se hizo popular
en media España. Poco o nada se hubiese conocido de la desaparición de Bibiano
de no ser por él quien se encargó incluso de mantener su memoria, o retratar a
los asesinos.
Para 1910 ya era abogado en ejercicio, y continuaba siendo periodista
por vocación. En Madrid ganaba pleitos, y en Guadalajara publicaba artículos
que continuaban hablando de su pueblo; llegando a dirigir uno de los periódicos
provinciales más mediáticos, La Crónica. Antes había recorrido medio mundo en
aquellos sueños bohemios de chico de bien, como él mismo diría: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil,
Méjico, República del Ecuador, toda la América, en fin, del Sur y gran parte de
la del Norte. Por supuesto, Europa,
también.
Su fama de buen letrado en causas penales lo lanzó al estrellato de los
abogados de prestigio. Pues como si fuese el perejil de todas las salsas don
José estaba en aquellos que, ya fuese por las características de los acusados o
por lo complejo de salir airoso del cenagal, abogados con amplia carrera se
negaban a admitir para no manchar su buen nombre con la condena, prácticamente
asegurada, de sus defendidos. Sus primeros casos fueron seguidos por la prensa,
que ensalzó sus alegatos en defensa de sus patrocinados, y si comenzó con el
simple crimen “pasional” cometido por
un pinche de cocina, fue ascendiendo en el escalafón legislativo hasta llegar a
intervenir en casos tan de película como “El
crimen del Capitán Sánchez”; el famoso del “Café de Fornos”, con Guadalajara de por medio… y tantos más. Llegando
a protagonizar una de aquellas escenas que ha traspasado la frontera del
tiempo, al presentarse con los hijos de su condenado capitán Sánchez ante las
puertas del palacio real para, cuando saliese el rey, pedir clemencia. Que no
la logró.
Los hijos del Capitán Sánchez, junto a Serrano Batanero, a la espera del rey Alfonso XIII para pedirle clemencia |
Antes de eso entró a formar parte de los jóvenes liberales que andaban a
medio camino entre el mundo de la cultura y el de la política, cuando Maura se
retiró de la escena corriendo el año de 1913. Serrano Batanero se reveló como
un gran orador, fama que le acompañaría el resto de su vida, protagonizando
innumerables encuentros de carácter político, o dando conferencias sobre los
más diversos temas, con preferencia relacionadas con el mundo de la abogacía y
los derechos humanos.
Su
fama como abogado penalista creció con el paso de los años, siendo uno de los
tres o cuatro abogados imprescindibles en la prensa diaria. A lo que contribuyó
en gran manera el fotógrafo Alfonso, autor de muchos de los fotogramas
judiciales en los que intervino, y con quien mantendría una profunda amistad
llegando, Serrano Batanero, a ser testigo en las bodas de los hijos de Alfonso.
Por aquellos años, década de 1920, asistir a un proceso en la Sala de lo Penal
de la Audiencia, o a una apelación en la del Supremo estaba tan cotizado, o
más, que un palco en la ópera.
A
aquel mediático del capitán Sánchez siguió otro caso no menos atrayente, el
llamado “Crimen de Cabanillas”, y a
este algunos más que hicieron que en su bufete no faltase el trabajo, ni a las
puertas de su casa los periodistas dispuestos a entrevistarlo. Su fama traspasó
los límites de Madrid o Guadalajara, siendo constantemente invitado a dar
charlas o conferencias en diversas provincias. A nada se negó, y menos aún a
entrar en política cuando de resultas de sus actuaciones fue propuesto para
tomar parte de la provincial, en un principio, desde la que dar el salto a la
nacional.
Siguiendo
la carrera que ya habían tenido algunos miembros de la familia Serrano Sanz,
entre ellos su padre, optó a un puesto de diputado por Guadalajara en 1919
enfrentándose al todopoderoso Sr. Brocas. Compaginando estos primeros flirteos
políticos con su imparable ascenso penalista que lo llevó a que el Ayuntamiento
de Madrid pusiese calle a su nombre, en Vallecas, descubierta a modo de
homenaje en aquel decenio. A tal grado alcanzó su popularidad.
A
aquellos casos que intrigaban al pueblo se unieron otros de no menos interés
político, llegando a actuar en el proceso sobre el asesinato de Eduardo Dato
defendiendo a Luis Nicolau. Años después, en 1935, sería igualmente uno de los
abogados defensores de los encausados en el llamado “proceso del octubre rojo” que tuvo lugar en el cuartel del
Conde-Duque, donde se juzgó a las milicias socialistas que desencadenaron los
sucesos de octubre de 1934. Significándose después en el juicio sobre los sucesos
de la calle de Magallanes contra algunos tranviarios madrileños. Más adelante
sería uno de los juristas que hubo de verificar la legalidad del proceso contra
los capitanes Galán y García Hernández en la sublevación de Jaca. Igualmente,
fue el abogado personal de Pablo Iglesias.
En el crimen de Cabanillas |
En
las primeras elecciones legislativas que tuvieron lugar tras la proclamación de
la República, en 1931, obtuvo un acta de Diputado por Guadalajara en las listas
del partido socialista, dentro de Alianza Republicana. Fue el primero en
presentar el acta, correspondiéndole abrir la primera sesión legislativa de las
cortes republicanas en la que fue elegido presidente Julián Besteiro. Había
iniciado con aquello un ascenso imparable dentro del partido. Tiempo después
sería nombrado Presidente del Consejo de Administración del Monte de Piedad,
futura Caja de Ahorros, en donde se distinguió desbancando de los cargos a la nobleza, para ser del pueblo y para el
servicio del pueblo.
En
esta misma época se distinguirá como defensor de los derechos de la mujer,
dando charlas y conferencias a favor del voto femenino y la igualdad, en unión
de Victoria Kent. De la misma forma que acérrimo defensor del idioma español,
hasta hacer que la Conferencia Interparlamentaria celebrada aquellos años por
Diputados de todo el mundo, uno de los idiomas oficiales fuese el español.
Logro que explicaría con palabras sencillas: Hasta ahora por convenio internacional los únicos idiomas
reglamentarios eran el francés, el inglés y el alemán, los españoles se negaron
a hablar en aquellos idiomas y en consecuencia el español tuvo que ser aceptado.
Quien se negó a hablar en aquellos idiomas fue el propio Serrano Batanero,
representante español junto a Clara Campoamor. A pesar de que dominaba el
francés y el inglés.
Preparando la evacuación del Museo del Prado, Madrid, 1937 |
El
estallido de la Guerra Civil lo llevó a significarse más profundamente con el
pueblo. A comienzos de 1936 había sido nombrado Consejero permanente de Estado,
y tras aquel vendrían otros, entre los que figuraron el de Presidente del
Comité Directivo de la Confederación Española y del Instituto de Crédito de las
cajas generales de Ahorro, cargo del que dimitió a comienzos de 1937 para pasar
a ocupar un cargo de concejal en el Ayuntamiento de Madrid, presidido entonces
por Rafael Henche de la Plata. En meses sucesivos sería Consejero Delegado de
Tranvías; de Cultura; del Monte de Piedad… Y en función de sus cargos recorrió
los frentes en guerra dando charlas, rechazando ocupar ministerios. Formando
parte junto Victoria Kent y algunos más, del comité de “Abogados Antifascistas”, entre otras muchas asociaciones siendo,
desde el Ayuntamiento de Madrid, uno de los responsables de la protección y
evacuación del Museo del Prado. En ningún momento, ni antes ni después de la
guerra, quiso abandonar Madrid. Tampoco marchar al exilio cuando estuvo perdida
para los republicanos, no oponiendo resistencia a su detención, al término de
aquella. Fue juzgado en consejo de guerra, acusado de “auxilio a la rebelión”, encargándose de su propia defensa y
dirigiéndose a los miembros del tribunal que lo juzgaba como “señores rebeldes”, haciendo una alocución
en la que con los códigos militares en la mano demostró a sus juzgadores que
ellos eran quienes debieran enfrentarse al tribunal. Y entendiendo que aquellos
habían cambiado las leyes para juzgar a sus adversarios, y sintiéndose por
tanto él mismo adversario de quienes lo juzgaban, solicitó su propia pena de
muerte, para vergüenza de quienes habían jurado defender las leyes por su honor
de militares, convirtiéndose en traidores de su propio juramento. Admitiendo haber cometido el delito de ser leal a la
legitimidad republicana que ustedes como golpistas han mancillado. En
ningún momento consintió que se dirigiesen a él sin anteponer el “don”, como le
correspondía por sus estudios, nombramientos y títulos.
Acaba de cumplir los sesenta años de edad cuando, el 24 de febrero de
1940, los jueces militares ordenaron que se cumpliese la sentencia junto a las
tapias del cementerio del Este. En Madrid. Aquel dia, va para ochenta años dejó
de ser leyenda, para pasar a ser historia.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 22 de febrero de 2019