viernes, 29 de marzo de 2019

LA CASA DE GUADALAJARA, EN LA POSADA DEL CORDÓN. Hasta finales de Abril, en la Posada del Cordón, de Atienza, pueden contemplarse los trajes que portaron la “Dueña” y el “Doncel”, de la Casa de Guadalajara en Madrid

LA CASA DE GUADALAJARA, EN LA POSADA DEL CORDÓN.
Hasta finales de Abril, en la Posada del Cordón, de Atienza, pueden contemplarse los trajes que portaron la “Dueña” y el “Doncel”, de la Casa de Guadalajara en Madrid


   Antes de ser Posada, la casa del Cordón de Atienza fue alguna cosa más, entre ellas palacio Real, aunque fuese por una sola noche.

   Si miramos a través de sus ventanas podemos imaginarnos al joven rey de España, don Felipe de Borbón, con apenas 19 años de edad, en día frio y nevoso como pocos, haciendo su entrada a través de su gran portón para ser recibido por don Sebastián de Olier, antes de continuar al encuentro de su recién conquistada esposa. Era el 12 de enero de 1702 y el rey don Felipe V. Aquel día, en el que la nieve interrumpió su marcha hacia Madrid, en la segunda o tercera ocasión que acudía a la capital de su recién recibido reino, las crónicas dicen que estableció su palacio en las casas de don Sebastián, en Atienza. Don Sebastián de Olier desempeñaba en la noble villa, entre otros, el cargo de Alcaide de la entonces desapacible fortaleza. Antes y después de ese 12 de enero en el que la nieve impidió al rey llegar a Guadalajara donde cansado de esperarlo la reina se dio la media vuelta, la Casa del Cordón había alojado a gentes de postín, como lo fueron sus titulares; y después de los Olier, a los Fuenmayor Dávila y Ponce de León, llegados de la hermana villa de Berlanga, que la convirtieron en Posada en los inicios del siglo XIX; hasta que a don José María de Fuenmayor, alzado en armas contra la legítima majestad de doña Isabel II lo entregaron a la justicia divina en tierras de Bustares cuando concluía la primera mitad del siglo XIX. Lo entregaron a la divinidad colgado por el cuello, a pesar de que él, como militar que era, pidió que lo fusilasen.



   Entonces la Casa del Cordón la entregó su madre, de nuestro capitán Fuenmayor, doña Magdalena Dávila y Ponce de León, en arriendo, a don Juan Vili y doña Inés Pisano, a razón de 1.200 reales anuales que católicamente abonaron año tras año, hasta que dejaron la villa.

   De don Juan y doña Inés pasó a don Gervasio Cerrada y doña Mariana Alonso. Desde Prádena, en los faldones del Alto Rey, bajó don Gervasio Cerrada para regentar el caserón. Doña Mariana era atencina de nacimiento. En él habitaron, junto con su descendencia y sus hijos adoptados, entre ellos don Eusebio Ballesteros Cerrada.

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  De la posada salió Eusebio Ballesteros, casado en la capilla del Santo Cristo con la jadraqueña Mauricia Toledano Galindo, para convertirse en el rey del hojaldre de Torrelavega. Allí, en tierras cántabras, se les rinden anualmente honores a través de la “Cofradía del Hojaldre”; y es que hay gentes, y tierras, que saben valorar a quienes dedicaron su vida en promocionar lo propio.

   La Posada del Cordón continuó por unos años en manos de don Gervasio Cerrada, ya que la llegó a adquirir en propiedad, y de don Gervasio, en propiedad también, pasó a don Bernardino Toledano Galindo, hermano de la nuera y, como ella, natural de la castillera villa de Jadraque; quien se asoció, para mejor llevar el negocio, con uno de esos atencinos, que también los hubo, más dados al juego que al trabajo, don Francisco Núñez Jiménez, y como no hay mal que cien años dure, los socios perdieron la Posada, embargada por el Juzgado de Primera Instancia de Sigüenza, en el mes de noviembre de 1894. Don Francisco perdió, además de la parte correspondiente del caserón, su caballo castaño de siete cuartas de alzada, que sacaron a subasta en 100 pesetas.

   La Posada fue adquirida por un nuevo propietario, de Atienza, en algo menos de 15.000 reales; y entonces comenzó su nueva historia. Una historia que llegó hasta la década de 1960, cuando fue adquirida por la Diputación Provincial para convertirse en Parador, Escuela de Hostelería o lo que surgiese; y se nos convirtió en fechas no muy lejanas en una de las mejores páginas abiertas a la etnografía que pueblan el suelo patrio gracias al saber, y conocer, de su director. Lugar en el que se expone, con detalle y dedicación, la gran colección etnográfica que a lo largo de los años ha ido reuniendo, para gloria de Guadalajara, la familia Alonso-Calleja, convirtiéndose, la Posada del Cordón, en una especie de casa de todos, puesto que a todos los guadalajareños hay algo que ha de recordarles la vida, el trabajo o el rito, de quienes nos precedieron. Y, de cuando en cuando, se premia a los visitantes con lo que se ha dado en llamar “Pieza Destacada”.

   La casualidad ha querido que hasta finales del mes de abril, se muestre a los visitantes el vestuario que portaron en actos oficiales, encuentros y festividades, los máximos representantes juveniles de la que fue “Embajada”, o “Consulado”, extraoficial, de Guadalajara en Madrid. Los jóvenes representantes de aquella “Casa de Guadalajara” que llegó a contar entre las páginas de sus libros de cuentas con más guadalajareños que los que poblaron la tierra de Guadalajara; y es que, por increíble que nos parezca, más residentes de Guadalajara tiene la provincia fuera, que dentro.


   Casualidad digo porque por estas fechas fue cuando la Casa de Guadalajara en Madrid, en su refundación, abrió sus puertas en la Plaza de Santa Ana; tras la aprobación del Reglamento, que tuvo lugar el 20 de enero; y la constitución oficial, que se formalizó el 23 de marzo, jueves, a eso de las ocho de la tarde.

   La apertura oficial, con bendición episcopal e institucional tuvo lugar el 9 de abril de aquel bendito (lo aspergeó don Lorenzo Bereciartúa Belerdi) año de 1961. Y Allá viereis al Alcalde de Guadalajara; al Presidente de la Diputación; al Gobernador Civil; a más de dos mil guadalajareños; y a la televisión, para dar la noticia al mundo. Entonces estas cosas se celebraban por todo lo alto, y con regocijo institucional.

   También, casualidades, por estas fechas fue, de hace cuatro años, cuando la Casa hechas las maletas y remitidas a Guadalajara, aguardaba a que sus autoridades provinciales dijesen que las habían recibido. Que lo suyo le costó decirlo. Casualidades, si aquel primer día en el que la Casa comenzó a andar apareció la televisión para contarlo al mundo; mientras la Casa hacía las maletas, se presentó la televisión para contar cómo era la vida en una Casa Regional, y lo que había de ser un reportaje festivo se convirtió en epitafio de duelo. Y allá gravaron las cámaras los paquetes que, con los libros, los archivos y las memorias de miles de guadalajareños, reunidas a lo largo de casi cincuenta años, tomaban el camino de la capital de la provincia, y de las salas de exposiciones, Biblioteca y Hemeroteca, de la Diputación Provincial.

   Quizá algún día salgan a la luz, para uso y disfrute de todos los guadalajareños, todas aquellas piezas que, sin mayor valor que las que imprimen el sello de la nostalgia y el corazón, quienes salieron de sus pueblos reunieron en su Casa de Madrid. Aquella gran “Alegoría de nuestra tierra”, el gran mural en color miel que presidió los actos de la Casa, firmado por Rafael Pedrós; sus colecciones literarias -el bibliotecario pasó los últimos días inventariando los miles de libros que llegarían a la Diputación Provincial, para aliviar el trabajo de los responsables del recibo-; o su libro de firmas de honor, con las de Camilo Cela, y las pinturas de Fermín Santos y las partituras de Segundo Pastor, entre tantas, para que todos los guadalajareños admiren en su momento la letra hecha arte de su cabecera, dibujada por la pluma maestra de quien dibujó, letra a letra, la Constitución Española que acaba de cumplir sus cuarenta años. Sí, las cabeceras, como todos los diplomas que la Casa entregó, estaban dibujadas por don Luis Moreno Martín. 

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   Mientras el momento llega, es de agradecer que, por estos días, que tantos recuerdos traen a quienes de una u otra manera hicieron Casa de la Casa; en aquella, que acogió a reyes y a pastores; que fue palacio, casino y fonda, y que hoy reúne la mejor muestra etnográfica de toda Guadalajara y parte de la tierra patria, salgan a recibir al visitante dos buenos mozos, convertidos en Dueña y Doncel. Lástima que no sean, como en tiempos, de hueso y carne. Junto a esos maniquíes que muestran lo vistoso de los colores del vestido, se cuenta algo de la historia de la Casa que tuvo Guadalajara en Madrid; faltaría añadir, por añadir el detalle, que quienes en la imagen visten los trajes y portan los estandartes son Eva María Cosín, la “dueña”, y José Carlos González, el “doncel”. Y es que la Casa tiene por contar tantas historias que, tanto peso tienen, que no caben en unos pocos renglones.

   De lo que no cabe la menor duda es que, en caserón de tanto relumbre, lucen como en pocos otros nuestros buenos mozos, y sus trajes. Y si la escena de hoy hubiese tenido lugar tres o cuatro siglos atrás, seguro es que aquel rey joven que entró en el palacio del Cordón de don Sebastián de Olier un frío y nevoso día de enero, en él se hubiera quedado, porque era su casa y como la de Guadalajara en Madrid, fue de todos los guadalajareños.

   Una razón más para visitar Atienza en estos días, e incluir en la visita el paseo por la Casa del Cordón.

    Entre tanto, al responsable de la Posada, el aplauso. Por hacer Casa de la Casa y recordar a los visitantes a la Posada que los guadalajareños en Madrid también bordaron en su estandarte las cinco aes de su tierra natal.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria