LA
CASA DE GUADALAJARA, EN LA POSADA DEL CORDÓN.
Hasta
finales de Abril, en la Posada del Cordón, de Atienza, pueden contemplarse los
trajes que portaron la “Dueña” y el “Doncel”, de la Casa de Guadalajara en
Madrid
Antes de ser Posada, la casa del Cordón de Atienza fue alguna cosa más, entre
ellas palacio Real, aunque fuese por una sola noche.
Si
miramos a través de sus ventanas podemos imaginarnos al joven rey de España,
don Felipe de Borbón, con apenas 19 años de edad, en día frio y nevoso como pocos,
haciendo su entrada a través de su gran portón para ser recibido por don
Sebastián de Olier, antes de continuar al encuentro de su recién conquistada
esposa. Era el 12 de enero de 1702 y el rey don Felipe V. Aquel día, en el que
la nieve interrumpió su marcha hacia Madrid, en la segunda o tercera ocasión
que acudía a la capital de su recién recibido reino, las crónicas dicen que
estableció su palacio en las casas de don Sebastián, en Atienza. Don Sebastián
de Olier desempeñaba en la noble villa, entre otros, el cargo de Alcaide de la
entonces desapacible fortaleza. Antes y después de ese 12 de enero en el que la
nieve impidió al rey llegar a Guadalajara donde cansado de esperarlo la reina
se dio la media vuelta, la Casa del Cordón había alojado a gentes de postín,
como lo fueron sus titulares; y después de los Olier, a los Fuenmayor Dávila y
Ponce de León, llegados de la hermana villa de Berlanga, que la convirtieron en
Posada en los inicios del siglo XIX; hasta que a don José María de Fuenmayor,
alzado en armas contra la legítima majestad de doña Isabel II lo entregaron a
la justicia divina en tierras de Bustares cuando concluía la primera mitad del
siglo XIX. Lo entregaron a la divinidad colgado por el cuello, a pesar de que
él, como militar que era, pidió que lo fusilasen.
Entonces la Casa del Cordón la entregó su
madre, de nuestro capitán Fuenmayor, doña Magdalena Dávila y Ponce de León, en
arriendo, a don Juan Vili y doña Inés Pisano, a razón de 1.200 reales anuales
que católicamente abonaron año tras año, hasta que dejaron la villa.
De don Juan y doña Inés pasó a don Gervasio Cerrada y doña Mariana
Alonso. Desde Prádena, en los faldones del Alto Rey, bajó don Gervasio Cerrada para
regentar el caserón. Doña Mariana era atencina de nacimiento. En él habitaron,
junto con su descendencia y sus hijos adoptados, entre ellos don Eusebio
Ballesteros Cerrada.
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De
la posada salió Eusebio Ballesteros, casado en la capilla del Santo Cristo con
la jadraqueña Mauricia Toledano Galindo, para convertirse en el rey del
hojaldre de Torrelavega. Allí, en tierras cántabras, se les rinden anualmente
honores a través de la “Cofradía del
Hojaldre”; y es que hay gentes, y tierras, que saben valorar a quienes
dedicaron su vida en promocionar lo propio.
La Posada del Cordón continuó por unos años en manos de don Gervasio
Cerrada, ya que la llegó a adquirir en propiedad, y de don Gervasio, en
propiedad también, pasó a don Bernardino Toledano Galindo, hermano de la nuera
y, como ella, natural de la castillera villa de Jadraque; quien se asoció, para
mejor llevar el negocio, con uno de esos atencinos, que también los hubo, más
dados al juego que al trabajo, don Francisco Núñez Jiménez, y como no hay mal
que cien años dure, los socios perdieron la Posada, embargada por el Juzgado de
Primera Instancia de Sigüenza, en el mes de noviembre de 1894. Don Francisco
perdió, además de la parte correspondiente del caserón, su caballo castaño de
siete cuartas de alzada, que sacaron a subasta en 100 pesetas.
La Posada fue adquirida por un nuevo propietario, de Atienza, en algo
menos de 15.000 reales; y entonces comenzó su nueva historia. Una historia que
llegó hasta la década de 1960, cuando fue adquirida por la Diputación
Provincial para convertirse en Parador, Escuela de Hostelería o lo que
surgiese; y se nos convirtió en fechas no muy lejanas en una de las mejores
páginas abiertas a la etnografía que pueblan el suelo patrio gracias al saber,
y conocer, de su director. Lugar en el que se expone, con detalle y dedicación,
la gran colección etnográfica que a lo largo de los años ha ido reuniendo, para
gloria de Guadalajara, la familia Alonso-Calleja, convirtiéndose, la Posada del
Cordón, en una especie de casa de todos, puesto que a todos los guadalajareños
hay algo que ha de recordarles la vida, el trabajo o el rito, de quienes nos
precedieron. Y, de cuando en cuando, se premia a los visitantes con lo que se
ha dado en llamar “Pieza Destacada”.
La casualidad ha querido que hasta finales del mes de abril, se muestre
a los visitantes el vestuario que portaron en actos oficiales, encuentros y
festividades, los máximos representantes juveniles de la que fue “Embajada”, o “Consulado”, extraoficial, de Guadalajara en Madrid. Los jóvenes
representantes de aquella “Casa de
Guadalajara” que llegó a contar entre las páginas de sus libros de cuentas
con más guadalajareños que los que poblaron la tierra de Guadalajara; y es que,
por increíble que nos parezca, más residentes de Guadalajara tiene la provincia
fuera, que dentro.
Casualidad
digo porque por estas fechas fue cuando la Casa de Guadalajara en Madrid, en su
refundación, abrió sus puertas en la Plaza de Santa Ana; tras la aprobación del
Reglamento, que tuvo lugar el 20 de enero; y la constitución oficial, que se
formalizó el 23 de marzo, jueves, a eso de las ocho de la tarde.
La
apertura oficial, con bendición episcopal e institucional tuvo lugar el 9 de
abril de aquel bendito (lo aspergeó don Lorenzo Bereciartúa Belerdi) año de
1961. Y Allá viereis al Alcalde de Guadalajara; al Presidente de la Diputación;
al Gobernador Civil; a más de dos mil guadalajareños; y a la televisión, para
dar la noticia al mundo. Entonces estas cosas se celebraban por todo lo alto, y
con regocijo institucional.
También, casualidades, por estas fechas fue, de hace cuatro años, cuando
la Casa hechas las maletas y remitidas a Guadalajara, aguardaba a que sus
autoridades provinciales dijesen que las habían recibido. Que lo suyo le costó
decirlo. Casualidades, si aquel primer día en el que la Casa comenzó a andar
apareció la televisión para contarlo al mundo; mientras la Casa hacía las
maletas, se presentó la televisión para contar cómo era la vida en una Casa
Regional, y lo que había de ser un reportaje festivo se convirtió en epitafio
de duelo. Y allá gravaron las cámaras los paquetes que, con los libros, los
archivos y las memorias de miles de guadalajareños, reunidas a lo largo de casi
cincuenta años, tomaban el camino de la capital de la provincia, y de las salas
de exposiciones, Biblioteca y Hemeroteca, de la Diputación Provincial.
Quizá algún día salgan a la luz, para uso y disfrute de todos los
guadalajareños, todas aquellas piezas que, sin mayor valor que las que imprimen
el sello de la nostalgia y el corazón, quienes salieron de sus pueblos
reunieron en su Casa de Madrid. Aquella gran “Alegoría de nuestra tierra”, el gran mural en color miel que
presidió los actos de la Casa, firmado por Rafael Pedrós; sus colecciones
literarias -el bibliotecario pasó los últimos días inventariando los miles de
libros que llegarían a la Diputación Provincial, para aliviar el trabajo de los
responsables del recibo-; o su libro de firmas de honor, con las de Camilo
Cela, y las pinturas de Fermín Santos y las partituras de Segundo Pastor, entre
tantas, para que todos los guadalajareños admiren en su momento la letra hecha
arte de su cabecera, dibujada por la pluma maestra de quien dibujó, letra a
letra, la Constitución Española que acaba de cumplir sus cuarenta años. Sí, las
cabeceras, como todos los diplomas que la Casa entregó, estaban dibujadas por don
Luis Moreno Martín.
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Mientras
el momento llega, es de agradecer que, por estos días, que tantos recuerdos
traen a quienes de una u otra manera hicieron Casa de la Casa; en aquella, que
acogió a reyes y a pastores; que fue palacio, casino y fonda, y que hoy reúne
la mejor muestra etnográfica de toda Guadalajara y parte de la tierra patria,
salgan a recibir al visitante dos buenos mozos, convertidos en Dueña y Doncel.
Lástima que no sean, como en tiempos, de hueso y carne. Junto a esos maniquíes
que muestran lo vistoso de los colores del vestido, se cuenta algo de la
historia de la Casa que tuvo Guadalajara en Madrid; faltaría añadir, por añadir
el detalle, que quienes en la imagen visten los trajes y portan los estandartes
son Eva María Cosín, la “dueña”, y
José Carlos González, el “doncel”. Y
es que la Casa tiene por contar tantas historias que, tanto peso tienen, que no
caben en unos pocos renglones.
De lo que no cabe la menor duda es que, en caserón de tanto relumbre,
lucen como en pocos otros nuestros buenos mozos, y sus trajes. Y si la escena
de hoy hubiese tenido lugar tres o cuatro siglos atrás, seguro es que aquel rey
joven que entró en el palacio del Cordón de don Sebastián de Olier un frío y
nevoso día de enero, en él se hubiera quedado, porque era su casa y como la de
Guadalajara en Madrid, fue de todos los guadalajareños.
Una razón más para visitar Atienza en estos días, e incluir en la visita
el paseo por la Casa del Cordón.
Entre tanto, al responsable de la Posada, el
aplauso. Por hacer Casa de la Casa y recordar a los visitantes a la Posada que
los guadalajareños en Madrid también bordaron en su estandarte las cinco aes de
su tierra natal.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 29 de marzo de 2019
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