DESDE LA SERRANÍA DE ATIENZA, AL NUEVO
CONTINENTE
Buscando la fortuna. Serranos camino de
América
Aunque nos parezca extraño, por las circunstancias
la distancia y, mucho más al conocer la realidad actual de la Serranía de Atienza,
o de Guadalajara, dentro de la árida Castilla y alejada del mar, muchas fueron
las personas que a partir del descubrimiento de América decidieron iniciar
nueva vida por aquél continente.
Ya vimos
con anterioridad la forma en la que algunos hijos de Atienza, y de pueblos
vecinos, se prepararon para viajar a aquellas nuevas tierras; en esta ocasión
seguiremos los pasos de algunos de nuestros vecinos de la comarca.
Francisco de Rueda, natural de Miedes, hizo fortuna en las minas de Ayuteco |
Entre ellos
los de Pedro Lozano, apellido ligado a la agricultura y la ganadería de esta
tierra, natural de Campisábalos y perteneciente a una de esas ramas
familiares que desde la Edad Media ha llegado prácticamente a nuestros días.
Los Lozano, que se extendieron por toda la Serranía hasta asentarse en Atienza
y dar a la historia unos cuantos hombres célebres. Entre ellos el de don
Antolín, que murió Obispo de Salamanca, o doña Brígida, última mecenas del
desaparecido convento atencino de San Francisco.
El
expediente para el viaje, en unión de uno de sus criados, Pedro Alonso, natural
del vecino pueblecito de Cañamares, hijo de Pedro Alonso y Catalina de
Ujados, se autorizó el 21 de junio de 1622. El destino era la Nueva España.
Tenía Pedro
Lozano, hijo de Francisco Lozano y Teresa de Alcolea, veintitrés años de edad. Mediano de cuerpo, barbinegro, con un lunar en
el carrillo izquierdo…
Las señas
de identidad, a falta de fotografía que testimoniase su aspecto físico era,
prácticamente, una necesidad. No había otra forma de reconocer a la persona, o
si la había, resultaba harto compleja.
Familiares
tenía en Miedes, entonces de Pela y hoy de Atienza, en donde se llevó a
cabo la información testifical para probar que era persona de buenas costumbres
y, por supuesto de familia con cierta hidalguía en antecedentes y apellidos.
Ninguno de
los dos, ni Pedro Lozano ni su criado eran casados, ni estaban entre las
personas que tenían prohibido el viaje… Ya que para viajar se refería a los
solteros sobre los casados. Formaba parte de la esperanza de unión física entre
ambos Continentes.
El informe es extenso, e interesante:
En la villa de Miedes, que es del Príncipe
de Mélito, duque de Pastrana, en el obispado de Sigüenza y provincia de
Guadalajara… El documento se dicta ante don Julián Recacha, entonces alcalde
ordinario de la dicha villa, siendo el escribano Pablo Trujillo Peñaranda.
Apellidos, como vemos, serranos de los de toda la historia.
Declara
nuestro Pedro ser, como ya dijimos, mozo soltero y por casar, de sangre limpia,
y con buenos antecedentes familiares.
Embarcó camino
de Nueva España en Cádiz en el mes de octubre de aquel año de 1622, sin que de
él se volviesen a tener noticias documentales.
Baltasar
Agunde, vecino de Tamajón, también llevó a cabo el largo viaje hacía el
Nuevo Mundo; en este caso con destino a Perú en 1593, reclamado en aquella
tierra por un tío suyo. Se le dio autorización para viajar con su esposa, Ana
Moreno, también vecina de Tamajón, el 2 de abril de aquel año. Se les dio
licencia para permanecer en aquel nuevo territorio por espacio de seis años, a
cuyo término debían regresar o solicitar nueva autorización. Su destino se nos
perdió en el tiempo, siendo más que probable que allá terminasen sus días.
A Santo
Domingo, en 1536, marchó Bernardino Ximénez, hijo de Bernardino Ximénez y
Francisca Jiménez, vecino de Beleña de Sorbe. Y a Nueva España,
concretamente a las minas de Ayuteco, donde encontró la muerte, viajó poco más
adelante otro vecino de Miedes de Atienza, Francisco de Rueda, hijo de
Juan López de Rueda y de Catalina de Aguilera.
Francisco de Rueda, quien falleció en 1551,
llegó a hacer cierta fortuna en plata en aquellas minas, ya que se conserva su
testamento, en el que hace diferentes legados a quienes le acompañaban en
aquella nueva tierra, dejando lo remanente para su madre. Que quedó en nuestra
tierra.
Entre los
bienes dejados, y que hicieron el camino desde Ayuteco hasta Miedes, se
encontraba un cofre de plancha de plata con varios marcos, de plata también;
una capa negra sin guarnición; unas calzas negras nuevas; un espejo de los de
la tierra; un jarro de los de palo de la tierra; un crucifijo de cobre; dos
pares de zapatos de cuero; una vaina con dos cuchillos; once panes de jabón; un
libro de doctrina cristiana; varias monturas de caballos; riendas, espuelas,
cinchas… seis camisas de lienzo; dos espadas de esgrima; unas alforjas; un
sombrero de fieltro; un caballo alazán; un esclavo llamado Tomás… Que también
los esclavos, como la tierra, formaban parte del patrimonio. Un patrimonio, el
de los esclavos, que comienza cuando el hombre se dio cuenta de que podía
dominar a otros hombres. En la noche de los tiempos, comienza.
Gregorio
García de Lezcano también era natural de Tamajón, marchó a Puebla de Los
Ángeles, donde encontró la muerte en 1627, dejando por heredera a su tía Ana de
Lezcano, vecina de Madrid, a quien encargó que con sus bienes fundase en
Tamajón una capellanía de misas. Que su tía, cumpliendo el mandato, fundó.
Juan y
Diego de Ortega, tío y sobrino, naturales de La Toba, se encontraban en
el Nuevo Reino de Granada (la actual Colombia), en 1578, año en el que falleció
Juan de Ortega nombrando testamentario y heredero a su sobrino Diego, quien
falleció poco tiempo después y quien a su vez nombró herederos de los bienes
propios y de los heredados a una hija natural, Catalina de Ortega.
De Cañamares, hacía Nueva España, salió Pedro Alonso. |
Lo heredado
llevaba, entre otras condiciones, las de asistir a la redención de cautivos; la
crianza de un tal José de Ortega, hijo de una criolla y de uno de los capitanes
que conquistó aquel reino, Juan de Pineda; fundar una capellanía en Sevilla y
su monasterio de San Pablo; una capellanía de misas en Nueva Granada, otra en
Guadalupe, de Cáceres…
Por último,
un vecino de Hijes, Juan Leal, fraile mercedario, marchó a Perú con
Gabriel de Soro, quien llegó a ser Vicario general en aquella tierra, en
1709. Por aquellas pasó la mayor parte
de su vida, tenía 35 años cuando se embarcó, predicando la religión, según
recogen los libros de la orden.
Serranos
que, como quien más y quien menos, buscaron la fortuna donde la podía
encontrar. Hermanándose con una tierra que, para bien o para mal, forma parte
de la sangre española, o guadalajareña, que nos corre por las venas.
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, Guadalajara, viernes
13 de octubre 2017