GUADALAJARA, BRIHUEGA
Y EL DÍA DE LA RAZA, FIESTA DE LA HISPANIDAD
Memoria de
Justo Sanjurjo, cónsul de Argentina en Guadalajara
Justo Sanjurjo y López de Gomara, que fue una
institución en el mundo de la emigración, ante todo en el continente americano
con Argentina por bandera, cuando tras muchos favores a través de las páginas
de su periódico, se le ofreció un cargo político, solicitó una cosa muy
sencilla: un consulado. El señor presidente de la República Argentina debió de
imaginarse que le pediría el Ministerio de Educación Nacional, más acorde a su
posición de literato y, sin embargo se conformó con ser nombrado Cónsul de la
Argentina en la ciudad de Guadalajara, la Guadalajara española. Confesó después
que hubiese sido todavía un honor más grande serlo en la villa de Brihuega, la
tierra de su madre, pero que aquello ya le parecía demasiado. Fue, y sigue
siendo, el primer y único cónsul que la República Argentina ha tenido en la
ciudad de Guadalajara. El cargo no le duró demasiado. El mundo político, tan
revuelto siempre, mudó en las urnas a quien lo nombró y su sucesor, al darse
cuenta de que el Sr. Cónsul en lugar de en Guadalajara –España-, residía en
Buenos Aires, lo desposeyó del nombramiento oficial.
Nació en Madrid, el 6 de mayo de
1859. Tiempo de revoluciones. Su padre fue un conocido médico gallego que desde
Santiago de Compostela llegó a Madrid para abrirse camino; su madre una de las
hijas de don José López Bermejo, briocense ligado a la industria de la villa:
por padrino en el bautismo tuvo a don Eugenio Montero Ríos.
Que fue un rebelde lo muestra su trayectoria. Puesto que harto de
estudios, y obligado a licenciaturas que no le atraían, dedicó sus ratos de
ocio a la poesía entre Madrid y Brihuega. Y en sablear a los amigos cuando gastó el dinero propio. Hasta que
recurrió a los prestamistas y usureros oficiales que, a cambio de sacar a uno
del apuro lo arruinan de por vida. Con lo que nuestro amigo tomó las de
Villadiego para salir de Madrid y asentarse en Gante, tierras de Bélgica. Desde
Bélgica tomó un barco con destino a Buenos Aires a donde llegó el 2 de mayo de
1880. Su padrino allí no era otro que don Enrique Romero Jiménez, el famoso “cura Romero”, quien fue señalado como
uno de los instigadores de la Revolución de 1868, y era en el Buenos Aires de
su exilio director del periódico “El
Correo Español”; el otro personaje en discordia no era menos famoso, José
Paúl Angulo quien, según las malas lenguas, fue uno de los que dispararon a don
Juan Prim.
LA FERIA DE BRIHUEGA, CONOCE SU HISTORIA, PULSANDO AQUÍ
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Por aquello de si galgos o podencos, Paúl Angulo retó a Romero Jiménez,
y como no había nadie más aparente, Romero Jiménez pidió a nuestro don Justo
que fuese uno de sus testigos; tomando el transbordador que los llevase a
Montevideo, donde se dirimió la cuestión.
Romero Jiménez, por disparo a traición, resultó perdedor y, antes de
morir pidió a don Justo que se hiciese cargo del periódico, y de su familia.
Así llegó a dirigir el periódico más prestigioso de aquella tierra. En la que
comenzó a imaginar aquel mundo que a veces los intelectos de corazón sueñan. El
mundo imposible. Comenzó a imaginar sus “locuras
humanas”, que lo hicieron rico.
Pertenecía a esa generación de gentes que, como Blasco Ibáñez, soñaban imposibles.
Nuestro amigo siguió sus pasos, los de Blasco, fundando una ciudad en la que
todo tenía que ser, al menos, justo: Guaymallén, en Mendoza. También se dedicó
a aquello tan saludable de procurar el bienestar de los hijos de la patria
hispana que, en unos tiempos en los que en España se agonizaba por falta de pan
y trabajo, veían en la emigración clandestina una salida para sus necesidades
más vitales. Personas que, carentes incluso de documentación oficial, se veían
destinados a ser carnaza de delito y presidio. Logró para ellos, aquí y allá, perdón,
documentación y trabajos.
Regresó a España por vez primera en 1888, en viaje desde Buenos Aires a
Barcelona y, como no podía ser menos, se pasó por Brihuega donde, entre otras
cosas, era propietario de un molino y copropietario, con su familia, de la
fábrica de paños y del castillo y monte de Anguíx. Arregló los papeles que
tenía que arreglar, que a eso vino, y volvió a marchar.
Su segunda vuelta tendría lugar en el año 1914, y en esta ocasión su
viaje, desde su arribo a Sevilla, fue seguido por la mayoría de la prensa
nacional. Para entonces había fundado en Argentina media docena de periódicos,
una ciudad, dos o tres bancos, cincuenta o sesenta centros de emigrantes;
influido en política, medrado en el nombramiento de presidentes y ministros… y
levantado una casa familiar en Mar de Plata de cuyos mástiles ondeaban las
banderas de… Guadalajara y de Brihuega, a honra y gloria de la tierra de su
madre.
También, por entonces, había mediado, junto a otros paisanos de tierra
hispana, para celebrar un día de unión significado en el 12 de octubre y que
llamaron “El Día de la Raza”,
rebautizado como “de la Hispanidad”, y que desde sus pasos iniciales, en los
comienzos del siglo XX, se fue engrandeciendo hasta abarcar aquel Continente,
de donde llegó al europeo.
Corría el año 1903 cuando la Asociación Patriótica Española, fundada por
hijos de España emigrados a Argentina, se dispuso a celebrar por vez primera el
12 de octubre, con el propósito de unir lazos entre los pueblos. Al año
siguiente se unieron a la celebración las presidencias de Argentina, México,
las Reales Academias de la Lengua y de la Historia de España, el Ateneo de
Madrid, la Universidad de Buenos Aires, las diputaciones de Barcelona y
Zaragoza, los círculos recreativos y asociaciones de españoles en Argentina… En
unos años abarcó a todo el Continente Americano y a España toda. Argentina
declaró aquel día Fiesta Nacional. Siguieron Chile, Uruguay, Paraguay… Corría,
en Argentina, el año 1917 cuando se decretó Fiesta
Nacional el 12 de octubre, considerando que el Descubrimiento de América es el
acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad…
Su vuelta a Buenos Aires, tras su segundo paso por España, coincidió con
el inicio de las desgracias familiares; poco después de su regreso falleció uno
de sus hijos; después una hija; luego uno de sus nietos. Más tarde su mujer,
Mercedes Lugones, apellido íntimamente ligado a las letras argentinas y él, don
Justo, comenzó a decaer para seguirla a la sepultura unos meses después.
Presidía entonces, honoríficamente, más de cien centros de españoles en la
Argentina, lo que conoceríamos en España por casas regionales; también fue
Socio de Honor del Centro Alcarreño de Madrid, antecedente de la Casa de
Guadalajara en Madrid. Su nombre iba unido a la beneficencia y la caridad, y a
las poblaciones de Brihuega y Guadalajara, en España. A este lado nada lo
recuerda porque como él solía decir era español en la Argentina, y argentino en
España.
Murió en la ciudad que fundó, Guaymallén, el 12 de agosto de 1923, bajo
la bandera de Guadalajara y pronunciando el nombre de Brihuega. Dejó escritos
cerca de un centenar de obras de todo género, y su nombre forma parte de la
historia de la literatura argentina.
Aunque su nombre se perdió en el bullicio del tiempo, que hace olvidar
tantas cosas, todavía, en el parque del Retiro de Madrid se puede leer, en una
placa monumento que se levantó años después de la muerte de nuestro personaje,
el 12 de octubre de 1928, el decreto por el que el 12 de octubre pasó a ser “El Día de la Hispanidad”, en Argentina,
de donde llegó a España. Como invitados excepcionales al acto figuraron su hijo
mayor, Justo Sanjurjo Lugones, y quien fuese presidente de aquella, Hipólito de
Irigoyen, firmante del decreto y por cuyo nombre el monumento es conocido.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Nueva Alcarria, 6 de octubre 2017