MARANCHÓN: LA HUÉSPEDA DEL MULADAR DE
CAMACHO
Los muleteros de Maranchón fueron
protagonistas de mil y un sucesos.
A nadie escapa, a estas alturas del tiempo e
historia de Guadalajara, que algunos vecinos de Maranchón hicieron fortuna con
la compra y venta de mulas allá por el siglo XIX, y mantuvieron cierto
estatutos hasta la mitad del XX, cuando las mulas (de cuatro patas) fueron
reemplazadas por los tractores (de cuatro ruedas), o por las mulas mecánicas
(de una o dos y depósito de gasolina).
Los apellidos de los muleteros fueron una
constante a lo largo de ese tiempo: Castellote, Atance, Villavieja y Gilaberte
se llevaron los laureles de la gloria. Las familias de estos apellidos
compraban las mulas nacidas en la serranía de Atienza, y la parte norte de
España, y las criaban en sus corrales maranchoneros para una vez crecidas, y a
veces enseñadas a arar, llevarlas a las ferias y mercados de Castilla,
Extremadura y, si nos aventuramos un poco, a la Mancha.
Maranchón: La Huéspeda del Muladar de Camacho |
También fue una constante que para incrementar
el capital, mantenerlo o sellar pactos, los matrimonios, como en la realeza,
fuesen acuerdos paternales, nada nuevo para los tiempos de que hacemos memoria.
De esta manera Castellotes, Atances, Villaviejas y Gilabertes, entre otros,
casaron entre sí a lo largo de ese siglo XIX, alternándose entre los
empresarios de la muletería, o mejor, de los tratantes de caballerías, los
cuatro apellidos, que figuraron entre
los de mayor capital de la Guadalajara provincial de aquellos tiempos.
Hasta que llegaron las desgracias para escribir una de las páginas más negras
que recuerdan las de los sucesos guadalajareños.
Comenzó la desdicha familiar, para los
Atances/Castellotes/Gilabertes y Villaviejas, allá por los comienzos de la
década de 1890, cuando al cabeza de familia de los Castellote se le ocurrió
invertir su gran capital, que entonces rondaba, según cuentas, las doscientas
mil pesetas (una auténtica barbaridad para la época), en una de las más
prestigiosas casas de cambio y bolsa de Madrid, la Banca Villodas, que
incrementó los beneficios de la familia en los primeros meses, por lo que los
Atance, Gilaberte, Villaviejas, y muchos más vecinos de Maranchón, viendo como
aumentaban las riquezas de aquellos, no dudaron en invertir todos sus capitales
en la Villodas. Se cuenta que, de los muchos inversores que la Villodas tuvo,
los de Maranchón se llevaron la palma.
Pero hete aquí que hacía 1892 se inició una
grave crisis, para España y para la Villodas; compañía que en los inicios de
1893 presentó suspensión de pagos y dio en quiebra, arruinando prácticamente a
los Villavieja, Gilaberte, Atance y Castellote quienes, entre todos, tenían
invertidos algo más de un millón de pesetas. Recuperaron las migajas, unas cien
mil pesetas y decidieron, en unión matrimonial de primos, recuperar su estatus.
Maranchón: El crimen de los muleteros, donde todo se cuenta (pulsando aquí) |
Nada mejor que un matrimonio, a lo grande.
Dos muchachos y dos muchachas, solteros y de buen porte; Jesús y Bárbara
Castellote contraerían matrimonio con otros dos primos de igual condición y
estado, Isabel y Francisco Atance. Jesús e Isabel, Francisco y Bárbara. Las
bodas de los cuatro, celebradas en la parroquial de Maranchón, el 28 de mayo de
1893 batió todos los records de invitados. Las tornabodas continuaron llenando
el pueblo de alegría, sin que faltasen los músicos; las rondas ni todas
aquellas cosas que, en boda de postín, podían dejarse al margen.
Todo el pueblo disfrutó, a excepción de las
familias que de uno y otro lado se encontraban en Madrid y que dada la
distancia entre ambas poblaciones, y la precipitación en llevarse a cabo el
enlace, ajustado en apenas un par de meses, impidió los desplazamientos.
Por supuesto que los dos mozos y las dos
mozas se confesaron enamorados entre sí hasta las trancas, y a la hora de
jurarse amor eterno ninguno de los cuatro lo dudó. Emparentando de esa manera y
creando sello propio, los Castellote con los Atance, y viceversa.
Lo lógico, en matrimonios corrientes en la
época del enlace de nuestros maranchoneros, es que se hubiesen ido en viaje de
novios al pueblo de al lado o, como mucho, a Zaragoza, con parada en Jaraba a
dar las gracias a la patrona del Santuario. Pero no, nuestros hidalgos
muleteros, alzados a la gloria eterna de la literatura gracias a la pluma de
don Benito Pérez Galdós cuando entraban a tendido galope por las calles
medievales de la hidalga Atienza, en lugar de lo próximo eligieron lo lejano y,
en calesa propia, padres, suegros y recién casados tomaron el camino de Madrid,
para continuar festejando los matrimonios con aquellos familiares que,
residentes en la Corte, no se pudieron desplazar.
Pudieron, pero no quisieron, con los dineros
del regalo y las aportaciones de unos y otros marcharse a un buen hotel, pero
por aquello de mantener la cordialidad, y como siempre hicieron, se fueron a
una de las fondas que siempre fue de referencia para los maranchoneros, la
Posada de San Antonio, de la calle de la Cava Baja. Calle cuyas posadas
conocieron el ir y venir de nuestros muleteros, de nuestros mieleros y, en fin,
de aquellos paisanos que, por unos o por otras, se vieron en la necesidad de
andurrear la capital del reino.
La gran fiesta de retornabodas de los de
Maranchón en la posada de San Antonio se fijó para el jueves 1 de junio de ese
1893 de marras. Los cuatro novios se pasearon del brazo entre sus familiares de
comensales y disfrutaron a lo grande. Ni fue almuerzo, ni se hizo comida, más
bien merienda cena, pues comenzaba a anochecer cuando dio comienzo la fiesta.
Ya con la noche cerrada, y después de asistir a una velada de teatro, los
padres de los novios se retiraron a sus cuartos y más tarde los propios novios,
mientras que los invitados continuaban con el baile, el vino y el aguardiente,
que corrió a raudales, como ha de ser en fiesta que se precie, y esos años.
Se retiraron a sus cuartos Isabel y Jesús, a
disfrutar las mieles de su reciente unión; y lo mismo hicieron Bárbara y
Francisco al poco rato.
Cuentan que Francisco Atance fue uno de los
que más disfrutó, y que su mujer, Bárbara, era una de las más hermosas mujeres
de la posada.
No terminaron de acostarse cuando al alegre
Francisco, según confesión que hizo a su mujer, le entró un fuerte dolor de
tripa. Probablemente por falta de costumbre en los excesos de baile, comida y
alcohol. Decidió, salir a tomar algo que lo aliviase, una manzanilla, un té o
un agua del Carmen y… En el cuarto dejó la cartera con un buen fajo de
billetes, el reloj de plata y todas sus pertenencias. Tan sólo llevó con él
cuatro duros, de plata. Lo encontraron, tras buscarlo durante toda la noche al
notar su ausencia, y tras mediar en la búsqueda el interés, dada la
personalidad del desparecido, del Gobernador civil de Madrid, en la carretera
de Getafe a Carabanchel, en el lugar que los de la zona denominaban “el Muladar
de Camacho”, con un tiro en la cabeza. A muchos kilómetros de la posada.
Después de haber atravesado medio Madrid, y mucho campo. Intervino el juzgado
de Carabanchel, a donde llevaron el cadáver y en cuyo cementerio lo enterraron
en primera instancia. A su lado tenía una pistola sin balas y en el bolsillo
los duros de plata. Nadie supo cómo llegó hasta el lugar. Nadie lo vio por las
calles de Madrid. Nadie conoció de él hasta que, desde el juzgado, y notificada
la desaparición, avisaron de que allí tenían un cadáver que, por las pintas…
Nuestra Señora de los Olmos, Patrona de Maranchón |
El juez de Carabanchel dictaminó “suicidio”.
Todos se preguntaban lo mismo: ¿Por qué se mató recién casado y profesando amor
a su mujer, rico y feliz? ¿Por qué salió de la posada y se fue a Carabanchel a
matarse? ¿Fue sólo, o lo llevaron? ¿De dónde sacó la pistola que no conocían ni
la mujer ni los padres, ni los hermanos ni los amigos? Demasiados porqués, que
no encontraron respuesta. A pesar de que, las desgracias, continuarían. La
prensa dio la noticia de que una “huéspeda
extraña se presentó en el muladar de Camacho”.
A la posada de San Antonio de la calle de la
Cava Baja, llegó la huéspeda que se alojó en el Muladar y que, con los Atance y
Castellote, tomaría el camino de Maranchón.
Lo que sucedió después, puesto que la
historia continúa, lo dejamos para otro día, o para las páginas del libro que
lo cuenta. Y que bien podría ser el guion de una novela a lo Sherlock Holmes.
Tomás Gismera Velasco
Nueva
Alcarria, 15 de diciembre/2017