Y de
Gil Ruiz Domínguez, que nació en Atienza
Cuando a través del alcalde de Champs-Geraux, un pequeño pueblecito de
la Bretaña francesa, me puse en contacto con Julia y Mercedes Gil Pérez, hijas
de Gil Ruiz Domínguez y Juliana Pérez Borderas y les conté mis planes,
recuperar su memoria, no concebían que alguien se interese por su padre tanto
tiempo después. La última vez que lo vieron fue un día de primeros de febrero
de 1939, en una estación de tren cercana a Colliure, en Francia. Era de
madrugada cuando las introdujo en un tren, junto a su madre. Unos segundos más
tarde se perdió, para siempre, en la oscuridad de la noche. Ambas recordaban
ese éxodo que hemos visto en fotos, noticiarios y películas. El éxodo que nos
recuerdan las guerras y nos envían la instantánea de unos ojos de niño comidos
por el miedo, el hambre y el frío. Y que nos apedrean a diario, desde la tierra
o el mar.
Recordaban que un día, vísperas de Navidad, su padre apareció en casa
vestido de uniforme y contó que en España había una guerra. Y recordaban que un
mes de enero tomaron el camino del exilio, cruzaron la frontera cubierta de
nieve por las cercanías de Puigcerdá, subieron al tren y alguien, días después,
les llegó con un tazón de sopa de cebolla; amanecieron en aquel pueblecito,
Chamsp-Geraux, que se prestó a acoger a unos cuantos de aquellos españoles,
mujeres y niños, que salieron de un tren, entre vacas, en la estación de Saint
Brieuc. Habían atravesado, desde que las subieron a él, media Francia en dos
días con sus noches. De su padre no volvieron a saber hasta que meses después, a través Cruz Roja, les
llegó una carta diciendo que se encontraba en un campo de retención de
españoles, Le Vernet, en Ariege. Allí coincidió con un amigo escritor, Max Aub.
Su
nombre, el de Gil Ruiz Domínguez, se me apareció en una relación de españoles
muertos en los campos de concentración alemanes, en Mauthausen. Me llamó la
atención el que su lugar de nacimiento fuese Atienza. Mi pueblo. Es lo que
conté a sus hijas a través del correo. Quería contar su historia. Hacer memoria
de un hombre del que el tiempo se olvidó.
Gil Ruiz Dominguez |
Había reunido todos los datos posibles sobre su persona. Supe que fue
impresor en el Madrid de los años 30; que su imprenta se encontraba en los
bajos de un edificio de la calle Tarragona cerca de la estación de Atocha. Supe
que su hermano menor, José, murió en el famoso desastre de Annual, y que el mayor,
Claudio, marchó a Cuba y se estableció La Habana. Y con el tiempo supe que las
hijas de Claudio lo estuvieron buscando hasta que fallecieron. Eso me lo contó
su bisnieta, Landy, después de que leyese algo, escrito por mí, en torno a él.
Y me mandó fotos que yo envié a las hijas de Gil. Y supe, a través del Memorial Mauthausen Archives de Viena, lo que sucedió en Gusen.
También me llamó la atención que, mientras en los archivos españoles era
complicado investigar, desde Austria se me remitió lo solicitado en 24 horas, a
través del correo electrónico.
Gil Ruiz Domínguez nació en Atienza el 1 de
septiembre de 1901. La ficha del “libro
de los muertos”, una especie de libro de fábrica, de entradas y salidas,
que los alemanes registraban con todos los aconteceres de su “mano de obra”, recoge los datos de Gil.
Llegó a Mauthausen, procedente de la prisión alemana de Fallingbostel, el 8 de
septiembre de 1940. Con él llegaron los
guadalajareños Fernando Checa Domínguez y Sebastián Mena Sanz, naturales de
Olmeda de Cobeta, que lograron sobrevivir.
Sus
hijas conocieron este dato años después de su muerte, y del fin de la II
Guerra. La última carta que les llegó estaba fechada el 3 de abril de 1940, en
ella daba cuenta a la familia de que se encontraba en la Compañía de
Trabajadores Extranjeros del Ejército francés, que emplearon a los españoles en
las trincheras de la “Línea Maginot”.
Una segunda carta les informó de que su Compañía había caído prisionera y se
encontraba en una vieja fábrica de zapatos convertida en prisión, y una tercera
les comunicaba que había sido reconocido, junto a cuantos se encontraban en
aquella situación, como “prisioneros de
guerra” amparados por el convenio de Ginebra. Fue lo último que supieron de
él. Hasta que terminó la guerra y esperaron su regreso. Y no regresó.
Lo cierto es que los españoles que se encontraban junto a él, sin
respetarse aquel convenio internacional, ni por las autoridades alemanas, ni
francesas, ni españolas, fueron enviados
al campo de concentración de Mauthausen, donde Gil entró aquel 8 de septiembre
y fue registrado con el número 4.461. El “Libro
de los Muertos” recoge que se le hizo una operación en una pierna el 15 de
noviembre de 1940. Uno de aquellos espeluznantes experimentos a que tan
aficionado era el director médico del campo, Aribert
Heim, tristemente conocido como “el
doctor muerte” o “el Carnicero de
Mauthausen”. Gil sobrevivió, puesto que ingresó el 24 de enero de 1941 en
el todavía más siniestro campo de Gusen, donde se le registró con el número
9.651. Gusen, catalogado como campo de categoría III (o campo sin retorno), fue
en realidad un campo de exterminio en el que los internados morían realizando
trabajos forzados, extrayendo y transportando piedras de su famosa cantera,
subiéndolas a través de los no menos famosos 186 escalones de la muerte. Llegar al final era comenzar a
subirla nuevamente, a irse muriendo poco a poco.
Gil Ruiz Domínguez -centro- en el campo de Ariege (Francia) |
El “Libro
de los Muertos” recoge que Gil murió de una “afección pulmonar”, el 4 de noviembre de 1941. De la poca
credibilidad en torno a las causas del fallecimiento de Gil Ruiz
Domínguez, conforme al informe de la
Cruz Roja de Berlín de 1943 y revisado en 1967, nos da cuenta el número de
fallecidos españoles por la misma o semejante causa, a lo largo del mes de
noviembre: El día 1 se registraron 25 fallecidos españoles. El día 2, 35; El día
3, 34. El día 5, 33…. y así a lo largo del mes, con días de hasta 50 y más… Su
ficha dice: la causa de la muerte no tiene por qué ser la real.
En ese mismo mes, en Gusen, también
encontraron la muerte los guadalajareños Ricardo Herranz Martínez, de Esplegares,
el día 2; Francisco Moracho Martínez, de Solanillos del Extremo, el 3; Fermín
Pérez Aráuz, de Checa, el 8; Quintín Villaverde Foguet, de Masegoso de Tajuña,
el 9; Julián Alonso Herranz, de Tartanedo, Estanislao Ruiz López, de Trijueque,
Andrés Villanueva Ballesteros, de Albalate de Zorita y Antonio García
Hombrados, de Torremocha de Jadraque, el 12; Guillermo Vindel Cucharero, de
Viana de Mondéjar, el 14; Nicolás Alabreu Merino, de Medranda, Santos Gálvez
Aguirre, de Valdegrudas, Felipe Mellado Mellado, de Milmarcos y Luis Jabonero
Arroyo, de Fuentelencina, el 17; Claudio Peñuelas Escarpa, de Gascueña, el 19;
Eugenio Martín Sanz, de Albendiego, el 25; Román Alda Bolaños, de Anguita y
Antonio Hernández García, de Torremocha, el 28, y Robustiano Diez Aguilar, de
Anguita, el 29. Algo más de medio centenar de naturales de la provincia
encontraron la muerte en los campos de Mauthausen y Gusen entre 1940 y 1945.
Su mujer e hijas, las de Gil Ruiz, no
supieron lo que le había sucedido hasta seis años después. Cuando tras la
liberación del campo la Cruz Roja encontró aquellos libros y fueron descifrados
página a página. La comunicación de su muerte llegó cuando el Ayuntamiento de
Champ-Geraux se disponía a inaugurar el monumento a los “caídos por Francia”, naturales de aquel lugar. Por unanimidad, el
Ayuntamiento acordó incluir el nombre de
Gil Ruiz Domínguez en aquel monolito. El Alcalde, en el acto inaugural,
declaró: “Francia no ha tratado bien a
los republicanos españoles, pero no todos los franceses somos iguales. Gil Ruiz
murió por Francia, por su libertad, nosotros así lo proclamamos”.
Años después a su viuda e hijas les fue
reconocida la nacionalidad francesa, aunque no renunciaron nunca a la española.
Monumento a los muertos por Francia, en Champs-Geraux |
Gil Ruiz Domínguez, natural de Atienza, fue
el primer español cuyo nombre se incluyó entre los “muertos por Francia”. En España nada lo recuerda. Su muerte se
inscribió en el consulado de España en
Viena cuarenta años después de ocurrida, tomo II, página 164…
Mercedes Gil Pérez, de cuando en cuando me
remite un correo; me da cuenta de su saludable estado de salud, a sus 84 años
de edad y me repite que aquello, lo de que el holocausto nunca debió de haber
ocurrido, y que hay que memorarlo para que no suceda nada igual. Y poner nombre y cara a quienes lo padecieron. Para
que se conozca lo que sucedió y nos haga pensar.
Pero el mundo, y quienes lo gobiernan, resulta
en ocasiones tan complejo de entender…
Tomás
Gismera Velasco
Nueva
Alcarria, 9 de febrero de 2018