viernes, 9 de febrero de 2018

MEMORIA DEL HOLOCAUSTO EN GUSEN-MAUTHAUSEN

Y de Gil Ruiz Domínguez, que nació en Atienza


   Cuando a través del alcalde de Champs-Geraux, un pequeño pueblecito de la Bretaña francesa, me puse en contacto con Julia y Mercedes Gil Pérez, hijas de Gil Ruiz Domínguez y Juliana Pérez Borderas y les conté mis planes, recuperar su memoria, no concebían que alguien se interese por su padre tanto tiempo después. La última vez que lo vieron fue un día de primeros de febrero de 1939, en una estación de tren cercana a Colliure, en Francia. Era de madrugada cuando las introdujo en un tren, junto a su madre. Unos segundos más tarde se perdió, para siempre, en la oscuridad de la noche. Ambas recordaban ese éxodo que hemos visto en fotos, noticiarios y películas. El éxodo que nos recuerdan las guerras y nos envían la instantánea de unos ojos de niño comidos por el miedo, el hambre y el frío. Y que nos apedrean a diario, desde la tierra o el mar.



   Recordaban que un día, vísperas de Navidad, su padre apareció en casa vestido de uniforme y contó que en España había una guerra. Y recordaban que un mes de enero tomaron el camino del exilio, cruzaron la frontera cubierta de nieve por las cercanías de Puigcerdá, subieron al tren y alguien, días después, les llegó con un tazón de sopa de cebolla; amanecieron en aquel pueblecito, Chamsp-Geraux, que se prestó a acoger a unos cuantos de aquellos españoles, mujeres y niños, que salieron de un tren, entre vacas, en la estación de Saint Brieuc. Habían atravesado, desde que las subieron a él, media Francia en dos días con sus noches. De su padre no volvieron a saber hasta  que meses después, a través Cruz Roja, les llegó una carta diciendo que se encontraba en un campo de retención de españoles, Le Vernet, en Ariege. Allí coincidió con un amigo escritor, Max Aub.

   Su nombre, el de Gil Ruiz Domínguez, se me apareció en una relación de españoles muertos en los campos de concentración alemanes, en Mauthausen. Me llamó la atención el que su lugar de nacimiento fuese Atienza. Mi pueblo. Es lo que conté a sus hijas a través del correo. Quería contar su historia. Hacer memoria de un hombre del que el tiempo se olvidó.

Gil Ruiz Dominguez
   Había reunido todos los datos posibles sobre su persona. Supe que fue impresor en el Madrid de los años 30; que su imprenta se encontraba en los bajos de un edificio de la calle Tarragona cerca de la estación de Atocha. Supe que su hermano menor, José, murió en el famoso desastre de Annual, y que el mayor, Claudio, marchó a Cuba y se estableció La Habana. Y con el tiempo supe que las hijas de Claudio lo estuvieron buscando hasta que fallecieron. Eso me lo contó su bisnieta, Landy, después de que leyese algo, escrito por mí, en torno a él. Y me mandó fotos que yo envié a las hijas de Gil.  Y supe, a través del Memorial Mauthausen Archives de Viena, lo que sucedió en Gusen. También me llamó la atención que, mientras en los archivos españoles era complicado investigar, desde Austria se me remitió lo solicitado en 24 horas, a través del correo electrónico.

   Gil Ruiz Domínguez nació en Atienza el 1 de septiembre de 1901. La ficha del “libro de los muertos”, una especie de libro de fábrica, de entradas y salidas, que los alemanes registraban con todos los aconteceres de su “mano de obra”, recoge los datos de Gil. Llegó a Mauthausen, procedente de la prisión alemana de Fallingbostel, el 8 de septiembre de 1940.  Con él llegaron los guadalajareños Fernando Checa Domínguez y Sebastián Mena Sanz, naturales de Olmeda de Cobeta, que lograron sobrevivir.

Sus hijas conocieron este dato años después de su muerte, y del fin de la II Guerra. La última carta que les llegó estaba fechada el 3 de abril de 1940, en ella daba cuenta a la familia de que se encontraba en la Compañía de Trabajadores Extranjeros del Ejército francés, que emplearon a los españoles en las trincheras de la “Línea Maginot”. Una segunda carta les informó de que su Compañía había caído prisionera y se encontraba en una vieja fábrica de zapatos convertida en prisión, y una tercera les comunicaba que había sido reconocido, junto a cuantos se encontraban en aquella situación, como “prisioneros de guerra” amparados por el convenio de Ginebra. Fue lo último que supieron de él. Hasta que terminó la guerra y esperaron su regreso. Y no regresó.

   Lo cierto es que los españoles que se encontraban junto a él, sin respetarse aquel convenio internacional, ni por las autoridades alemanas, ni francesas, ni  españolas, fueron enviados al campo de concentración de Mauthausen, donde Gil entró aquel 8 de septiembre y fue registrado con el número 4.461. El “Libro de los Muertos” recoge que se le hizo una operación en una pierna el 15 de noviembre de 1940. Uno de aquellos espeluznantes experimentos a que tan aficionado era el director médico del campo, Aribert Heim, tristemente conocido como “el doctor muerte” o “el Carnicero de Mauthausen”. Gil sobrevivió, puesto que ingresó el 24 de enero de 1941 en el todavía más siniestro campo de Gusen, donde se le registró con el número 9.651. Gusen, catalogado como campo de categoría III (o campo sin retorno), fue en realidad un campo de exterminio en el que los internados morían realizando trabajos forzados, extrayendo y transportando piedras de su famosa cantera, subiéndolas a través de los no menos famosos 186 escalones de la muerte. Llegar al final era comenzar a subirla nuevamente, a irse muriendo poco a poco.

Gil Ruiz Domínguez -centro- en el campo de Ariege (Francia)




   El “Libro de los Muertos” recoge que Gil murió de una “afección pulmonar”, el 4 de noviembre de 1941. De la poca credibilidad en torno a las causas del fallecimiento de Gil Ruiz Domínguez,  conforme al informe de la Cruz Roja de Berlín de 1943 y revisado en 1967, nos da cuenta el número de fallecidos españoles por la misma o semejante causa, a lo largo del mes de noviembre: El día 1 se registraron 25 fallecidos españoles. El día 2, 35; El día 3, 34. El día 5, 33…. y así a lo largo del mes, con días de hasta 50 y más… Su ficha dice: la causa de la muerte no tiene por qué ser la real.

   En ese mismo mes, en Gusen, también encontraron la muerte los guadalajareños Ricardo Herranz Martínez, de Esplegares, el día 2; Francisco Moracho Martínez, de Solanillos del Extremo, el 3; Fermín Pérez Aráuz, de Checa, el 8; Quintín Villaverde Foguet, de Masegoso de Tajuña, el 9; Julián Alonso Herranz, de Tartanedo, Estanislao Ruiz López, de Trijueque, Andrés Villanueva Ballesteros, de Albalate de Zorita y Antonio García Hombrados, de Torremocha de Jadraque, el 12; Guillermo Vindel Cucharero, de Viana de Mondéjar, el 14; Nicolás Alabreu Merino, de Medranda, Santos Gálvez Aguirre, de Valdegrudas, Felipe Mellado Mellado, de Milmarcos y Luis Jabonero Arroyo, de Fuentelencina, el 17; Claudio Peñuelas Escarpa, de Gascueña, el 19; Eugenio Martín Sanz, de Albendiego, el 25; Román Alda Bolaños, de Anguita y Antonio Hernández García, de Torremocha, el 28, y Robustiano Diez Aguilar, de Anguita, el 29. Algo más de medio centenar de naturales de la provincia encontraron la muerte en los campos de Mauthausen y Gusen entre 1940 y 1945.

   Su mujer e hijas, las de Gil Ruiz, no supieron lo que le había sucedido hasta seis años después. Cuando tras la liberación del campo la Cruz Roja encontró aquellos libros y fueron descifrados página a página. La comunicación de su muerte llegó cuando el Ayuntamiento de Champ-Geraux se disponía a inaugurar el monumento a los “caídos por Francia”, naturales de aquel lugar. Por unanimidad, el Ayuntamiento acordó incluir el  nombre de Gil Ruiz Domínguez en aquel monolito. El Alcalde, en el acto inaugural, declaró: “Francia no ha tratado bien a los republicanos españoles, pero no todos los franceses somos iguales. Gil Ruiz murió por Francia, por su libertad, nosotros así lo proclamamos”.

   Años después a su viuda e hijas les fue reconocida la nacionalidad francesa, aunque no renunciaron nunca a la española.

Monumento a los muertos por Francia, en Champs-Geraux


   Gil Ruiz Domínguez, natural de Atienza, fue el primer español cuyo nombre se incluyó entre los “muertos por Francia”. En España nada lo recuerda. Su muerte se inscribió en el consulado  de España en Viena cuarenta años después de ocurrida, tomo II, página 164…

   Mercedes Gil Pérez, de cuando en cuando me remite un correo; me da cuenta de su saludable estado de salud, a sus 84 años de edad y me repite que aquello, lo de que el holocausto nunca debió de haber ocurrido, y que hay que memorarlo para que no suceda nada igual. Y  poner nombre y cara a quienes lo padecieron. Para que se conozca lo que sucedió y nos haga pensar.

 Pero el mundo, y quienes lo gobiernan, resulta en ocasiones tan complejo de entender…

Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 9 de febrero de 2018