Memoria
de José López Palacios
Fue don Félix José López Palacios uno de aquellos médicos a medio camino
entre el siglo XIX y el XX, a los que tocó luchar contra mil y una creencia y
supersticiones, en aquello de llevar la medicina a los pueblos más apartados de
nuestra España. En este caso a Cantalojas, a donde don José llegó en 1893.
Acababa
de cumplir los 40 años de edad, y tras varios destinos similares aceptó el
cargo que allí se pedía, con un jornal anual de 250 pesetas como médico de la
Beneficencia municipal, más las igualas particulares, que le permitían mantener
a la familia; mujer y tres hijos. Y de tal manera le cautivó la localidad que a
poco de llegar se empeñó en escribir una ligera historia de aquel pueblo. Pueblo
que lo recibió con los brazos abiertos. Su alcalde llegó a redactarle unas
cuantas cartas que hoy llamaríamos de buena
conducta y recomendación, cuando nuestro hombre se decidió a presentar ante
la Real Academia de la Historia su mediana “Historia
de Cantalojas”, a fin de participar en uno de aquellos concursos históricos
tan en boga para los tiempos. El premio “Calvo
y Martín”, en su edición de 1905. Su obra ni alcanzó la gloria ni fue
seleccionado para llegar a la final, al considerar el jurado que no reunía las
condiciones que las bases exigían.
Nuestro buen don José en lugar de ceñirse estrictamente a las bases, se
lanzó a escribir un ensayo medico en el que dejó reseña de la breve historia
del lugar, y de lo que para el futuro debía convertirse aquella tierra, en base
a la pureza de sus aires. Eran tiempos en los que los madrileños pudientes y
gentes de bien vivir buscaban, ya fuese en invierno o en verano, los aires
cálidos y sanos del Pirineo o Cantabria, para el reposo del cuerpo y el espíritu.
La Real Academia no valoró aquel trabajo. No obstante, para nosotros el
documento no deja de ser valioso por lo que representa de conocimiento sobre un
pueblo que, como tantos otros, se decía que no tenía historia, o no se conocía,
o tan remotos eran sus orígenes, que se perdieron en la noche de los tiempos.
No
deja de ser en algunos casos inocente la interpretación del pasado desconocido.
Una inocencia que lo dota, si cabe, de mayor sentimiento. Sobre el origen de su
nombre nos dice: Acaso por los violentos
huracanes y casi constante viento Norte, que azotara con fuerza las hojas de
los árboles, que en gran número poblaban los alrededores, produciendo ese ruido
especial, de agitado oleaje, viniera la denominación de Canta la Hoja, y que
por modificaciones de lenguaje haya terminado en el nombre actual de
Cantalojas.
Y
nos habla del clima, sano, de aquella población y de su entorno. Y del sueño
que lo acompañó desde el primer día. Fundar en Cantalojas un hospital para que
las gentes acudieran, como lo hacían a los balnearios norteños a tomar las
aguas, a respirar el aire puro de aquel mundo entre pinares: Muchas veces se me ha ocurrido al pasar por estos deliciosos lugares
que si por ellos cruzara próxima una línea férrea, si la construcción de carreteras
y caminos vecinales fueran una verdad en esta olvidada región, si los medios de
transporte se hicieran fáciles en esta sufrida y desdichada comarca rural, qué
hermoso punto de residencia para establecer estaciones o sanatorios de verano.
Fue, igualmente, durante el tiempo que permaneció en Cantalojas, maestro
de la escuela de niños, por lo que no resulta extraño que se muestre crítico,
sobre todo, con el aspecto de la cultura. Pues tras dejar un reflejo exacto de
la situación médica del pueblo en los diez años en los que permanece, con un
listado de los fallecimientos, nacimientos y matrimonios, aborda el tema más
complejo: La situación local, en cuanto a casa-habitación, trabajo, etc.:
(Accedes a los libros pulsando sobre su título)
El casco de la población está formado en general de casas bajas, pequeñas y húmedas, con insuficiente luz y
ventilación, y donde la higiene brilla por su ausencia. Una reducida y
humosa cocina, una pequeña salita, en cuyo fondo suele haber otra habitación
más reducida, triste y lóbrega, sin aireación y apenas con entrada, y a esta especie de tumba o nicho la llaman
alcoba. Alcoba del pobre que tiene
por excusa de su pequeñez, la pobreza misma; allí, en aquel antro y oscuro recinto, sobre un lecho sucio
y mal oliente, dan con sus fatigados cuerpos toda la familia, padres y
pequeñuelos, envenenando sus pulmones en aquel mefítico ambiente.
Hoy Cantalojas es un pueblo hermoso, y con
hermosas casas que dan a la población un aspecto de villa vacacional, puesto
que la mayoría de sus casas se encuentran cerradas y únicamente se abren en el
buen tiempo, cuando quienes salieron del pueblo en busca de mejores medios de
vida, retornan. Entonces, cien años atrás, sus calles eran desiguales, mal empedradas, las que lo están, y sucias por el continuo
paso del ganado, intransitables muchas por los barros, pues los inviernos son
largos y fríos, lloviendo y nevando sin cesar
Ya
no nieva ni llueve como entonces, cuando el pueblo quedaba incomunicado con el
resto del mundo por espacio de dos o tres meses, porque para llegar a él no había siquiera
carretera: Poco puede decirse en cuanto a
vías de comunicación, pues con afirmar que no existe ninguna era punto
terminado. Desgraciadamente esta pobre y sufrida comarca no cuenta en su
término con ninguna carretera, camino vecinal ni nada, en fin, que indique los
adelantos y civilización de nuestro siglo
A
pesar de que contaba con una población que superaba el medio millar de
personas, 630 almas, nos dice don Félix José, las que, a pesar de vivir de
forma poco menos que mísera, habitaban sus humildes casas compartiendo espacio
con los animales de labor, y de alimento: constituyendo
un foco de infección, donde establecen amigable consorcio la vaca y el asno, el
cerdo y las gallinas. Claro que había alguna que otra que se diferenciaba
de las anteriores, aquí eso es la
excepción, lo general es la pobreza, rayana en miseria, y el cuadro
anteriormente descrito. Y sus gentes,
pobres pero sobrios, poco pendencieros y aficionados al trabajo. Con esa
humildad, o conformismo, que forjó el seco carácter de los serranos. Pero de su aparente sencillez no hay que
fiarse mucho, pues recelosos y con malicia son capaces de jugarle al más listo
“una partida serrana”.
No hacía muchos años que había sido remodelada la iglesia, reconstruida
prácticamente desde los cimientos en 1866, y se mantenían algunas de aquellas
costumbres que han pasado a la historia de la serranía, en cuanto a la forma de
despedir a los seres queridos, aunque ya no se enterrasen en el suelo de la
iglesia desde aquel fatídico año del
cólera, como pasó a la historia el de 1885. Pero se conservaban otras: Otra mala costumbre que debiera desterrarse
por completo de los pueblos y terminantemente prohibida por las leyes de
Sanidad, es la conducción del cadáver desde la casa mortuoria al cementerio en
caja descubierta, pues aparte que el espectáculo es lúgubre y repulsivo por
demás, perjudica también a la higiene pública. Ocurría que en aquellos
tiempos no estaba todavía generalizado el enterramiento en ataúd, y este era
comunal.
La escuela estaba convenientemente asistida por su maestro y su maestra,
a pesar de que el local no reuniese las características necesarias para acoger
a los más de sesenta alumnos que acudían; claro está que lo hacían cuando en la
casa familiar no se precisaba de su mano para acudir a las faenas del campo o
echar una mano con los rebaños.
Concluye, por último, con una queja, y una esperanza: Termino este modestísimo trabajo diciendo
que la cultura y bienestar de un pueblo consiste en la facilidad, en sus medios
de comunicación, en la higiene, y la cultura, y si en cada pueblo se levantó un
templo para el culto divino, la España moderna y regeneradora debe levantar
otros dos hermosos y dignos en cada pueblo, villa y aldea en cuyos
frontispicios se lea con grandes caracteres, en el uno “Escuela-Instrucción”, y
en el otro “Higiene-Sanidad”.
TRES LIBROS PARA CONOCER ATIENZA A FONDO.
Abogando por que, dado lo puro de su clima, podría ser, con buena
voluntad de los dirigentes políticos de la provincia, la mejor estación de
reposo veraniego, para la delicada y siempre exigente sociedad madrileña.
El informe es mucho más extenso, tanto que no cabe en estas apretadas
líneas; pero digno de tenerse en cuenta, porque refleja la vida, e historia, de
un pueblo que, como tantos, solía decirse que no tenía historia. O se perdió,
como en aquellos tiempos se perdían y en los actuales se pierden las promesas,
por la emboscada maraña de los despachos oficiales.
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 2 de febrero 2018