Arturo Contreras, de Jadraque, e Isabel Bueno, de Maranchón, lo lanzaron a la fama.
Dos libros editados por la desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid,
en su colección Arriaca, son esenciales para seguir los pasos guadalajareños en
la capital del reino: “Guadalajara,
puerta de Madrid”, y “Guadalajara en
la savia de Madrid”. En este último se habla del centro pionero para
reunión y asesoramiento de los emigrados, del Centro Alcarreño, que abrió sus
puertas en 1903 cuando Guadalajara comenzaba a volcarse en el Madrid
capitalino. Dándonos a entender, con cifras, nombres y situaciones que el
comienzo del cierre de puertas de nuestros pueblos no es cosa de hoy. Hoy es
más porque sus vecinos son menos. En los entonces de comienzos del siglo XX no
había semana que no se leyese en algún medio de prensa aquello de que… levantan
su casa.
Claro está que en aquellos entonces quienes abandonaban los pueblos eran
quienes habían probado las mieles de la capital. Quienes habían estudiado o
quienes, privilegiados de ellos, podían emprender vida nueva con capital
familiar. Primero fueron los fuertes; después, el resto.
Don Bibiano Contreras, emigrante a través de la provincia, natural de
Torremocha; médico que fue de Hiendelaencina y del Jadraque del que también
llegó a ser Alcalde, con calle a su nombre en la villa cidiana y sepultura
histórica en el cementerio de Hiendelaencina donde hizo fortuna con las
primeras explotaciones mineras que retrató en su legendaria obra “El País de la Plata”, jamás se pudo
imaginar que su único hijo varón, don Eduardo, no continuase sus pasos y
terminase, como él, ejerciendo la Medicina. A don Eduardo le dio por los
viajes, los sueños, la historia…, y terminó siendo jefe de Correos y Telégrafos
en Atienza, Jadraque y, para remate, Brihuega, donde hecho raíces, contrajo
matrimonio con una briocense, María de los Ángeles Sepúlveda; y allí le llegó
la muerte, el 5 de marzo de 1926, su cuerpo reposa en la villa del Castillo del
Cid, en Jadraque.
A
don Eduardo tampoco se le pasó por la cabeza el que, después de haber sido un
badanas, su único hijo varón, don Arturo, le fuese a salir, todavía, más
badanas que él. En cambio sus tres hijas, Herminia, Conchita y Blanca, fueron
tres damas de los pies a la cabeza que permanecieron siempre al lado del padre,
y lo cuidaron hasta los últimos hálitos de su vida. Doña María de los Ángeles
Sepúlveda se quedó en el cementerio de Jadraque antes de que la familia
levantase la casa para asentarse en Brihuega. Falleció poco antes de que se
despidiese el siglo XIX, el 18 de julio de 1899.
Don Arturo comenzó siendo buen estudiante, hasta que acompañó a su padre
a Madrid, para tomar parte del ser fundacional de aquel Centro Alcarreño, preámbulo
de la Casa de Guadalajara; y a don Arturo le hizo chiribitas la capital del
reino. La capital, y doña Isabel, quien también, de forma ocasional, asistió al
acto. Ninguno de los dos, ni don Arturo ni doña Isabel, viven para contarnos su
atrevida historia de amor. Doña Isabel Bueno Castellote, cuyos apellidos nos dirigen, a poco que entendamos,
a la muletería maranchonera. Doña Isabel nació en Maranchón, hija de uno de los
más reputados tratantes en muletería, don Tomás Bueno, casado con doña Basilisa
Castellote, ambos dueños de más que mediana hacienda.
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Poco más de veinte años tenía la pareja cuando se conocieron en Madrid,
retornaron a Jadraque y Maranchón, se prometieron eterno amor, encontraron la
oposición familiar a su pretendida unión y, en una de aquellas, retornaron a
Madrid y cual si hubiesen tratado de reescribir la historia, en este caso con
final feliz, de nuestro buen Juan Ignacio Hartzenbusch y sus turolenses
amantes, se dirigieron a la iglesia de San Pedro el Viejo, hablaron con su alcarreño
párroco y, en la madrugada del 31 de marzo de 1903, antes de que cantasen los
gallos, contrajeron matrimonio eclesiástico. Curiosa la nota que el propio don
Arturo se encargó de hacer llegar, publicada por la prensa alcarreña dando la
noticia, confirmada por el propio don Arturo: El día 31 se celebró en la parroquial de San Pedro, el desposorio del
elegante y simpático joven D. Arturo Contreras Sepúlveda, con la bella y
acaudalada maranchonera doña Isabel Bueno Castellote. Como la ceremonia fue en
secreto solo asistieron contados amigos de los contrayentes, en calidad de
testigos. Y, claro está, ni hubo convite, ni baile, ni mucho menos viaje de
luna de miel. Tras la firma de los papeles correspondientes tomaron el mixto de
las siete de la mañana y a las once estaban en Brihuega, previo paso por
Jadraque, recibiendo la bronca correspondiente que, todo hay que decirlo, a don
Eduardo Contreras no le gustó que su hijo se casase con la hija de un muletero
de Maranchón; y qué decir del maranchonero… Los muleteros de Maranchón, como
los descendientes de las casas reales, contraían matrimonio entre ellos. Si
acaso, con alguien que los igualase, o superase, en capital. Que no era el
caso.
Don Bibiano Contreras, famoso médico de Jadraque y Hiendelaencina que dejó a su nieto el capital suficiente para montar el café. |
Se aposentaron en Jadraque, en la casa que habitó don Bibiano Contreras
y luego don Eduardo, en la plaza Mayor, por poco tiempo, a final de 1904, en el
mes de noviembre, y sin encontrar medio de vida en el Jadraque natal, acorde a
su estado social, levantaron la casa y
marcharon a Madrid, en busca de trabajo, fortuna y futuro, como cada
cual.
No fue fácil la vida del matrimonio en los primeros años, porque a más
de comenzarles a nacer los hijos, cinco fueron el fruto de la unión, comenzaron
a menguar los ahorros que a don Arturo le dejó su abuelo don Bibiano y, pasado
el primer disgusto, recibió doña Isabel de su padre para iniciar la vida nueva
de casados. Cuatro años pasaría don Arturo buscando empleó adecuado a su
posición social, sableando a las amistades y prometiendo a sus caseros el pago
de las deudas pendientes. Sin faltar, un solo año, a los palcos de las plazas
de toros de Jadraque y Brihuega, en fiestas, en los que exhibir su elegancia y
clase y, por supuesto, recibir el brindis de alguno de los toros.
Probablemente la decisión de poner punto final a la vida bohemia fue de
doña Isabel; las mujeres siempre fueron más emprendedoras a la hora de
enderezar los caminos torcidos. Doña Isabel se fijó en uno de aquellos cafés
que, por aquel tiempo, buscaban nueva dirección, el Gran Café Comercial, de la
Glorieta de Bilbao. A don Arturo le tiraba más otro tipo de negocios, entendido
que a sus treinta años cumplidos lo mejor para salir adelante era vivir de su
propio negocio. Pagaron el traspaso, poco más de tres mil pesetas, una burrada
para aquellos tiempos, y se lanzaron a la aventura de vivir del que entonces
era el más antiguo negocio de aquella clase en Madrid, al que cambiaron parte
del nombre, eliminando lo de “Gran”,
para quedarse en “Comercial”, y
añadir, al despacho de cafés y vinos, la bollería y la pastelería, que por
entonces hacía furor en la capital. A
imagen de otros conocidos negocios de su clase, como el café de Fornos, de tan
novelesca trayectoria, a dos pasos de la Puerta del Sol.
No
era, el de Chamberí, barrio de muchos alcarreños; los alcarreños se
desparramaban por la Latina y Lavapiés. Los maranchoneros por la Cava Baja. Pero
no tardó en convertirse en lugar de referencia para quienes, desde Brihuega,
Maranchón, Atienza o Jadraque, viajaban a la capital. Los negocios pilotados
por paisanos tenían una especie de llamador oculto en sus puertas. ¿Qué paisano
era capaz, en aquellos tiempos, de negar el favor o, si se podía, procurar la
búsqueda de un jornal con el que sobrevivir? Lo terminaron haciendo, don Arturo
y doña Isabel, recibiendo a los paisanos, y buscándoles trabajo. Después de que
adquiriesen el café, y parte del edificio, pues el éxito les acompañó. Sesenta
mil pesetas, de las de los alegres años veinte, tuvieron la culpa. Por aquellos
tiempos los muleteros de Maranchón ganaron fortunas con la compra-venta de
mulas.
Don Eduardo Contreras, jefe de correos en Atienza, Jadraque y Brihuega, detrás de las iniciativas de su hijo Eduardo |
Y
sí, a la Glorieta de Bilbao comenzaron a llegar los de Guadalajara; en el
número 1 tuvo su bufete uno de los abogados más mediáticos de aquellos tiempos,
don Agustín Barrena y Alonso de Ojeda, que era de Sigüenza y, cosa de los
tiempos, fue presidente de la Casa de Guadalajara en Madrid, la de aquellos que
salieron de la provincia, para alegría de los dirigentes provinciales, que más
a sus anchas se quedaban; y a la vuelta de la esquina, en la calle de Churruca,
abrió su mantequería el señor Heredia, que de Atienza llegó; en la plaza de
Olavide dedicaron placa a un señor de Imón, y a cuatro pasos, en Hortaleza, vivía Carmen
Bueno, prima de doña Isabel y mujer de Francisco Layna y, entre unas cosas y
otras, el Café Comercial de Madrid terminó siendo el café más alcarreño de la
capital de España, y más tertuliano, y con más sabor a mesa camilla de sala de
estar. Que más de cien años después sigue llevando, tras el luminoso de su fachada,
el nombre de su fundador, don Arturo Contreras Sepúlveda, mitad de Jadraque,
mitad de Brihuega; y de doña Isabel Bueno, maranchonera de pura cepa, con todas
aquellas historias de la emigración que se trocaron en sueños, en muchas
ocasiones, rotos.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Nueva Alcarria, 26 de enero 2017