El Arte, la Historia y la Cultura, se hermanan en sus
viejas iglesias.
…las cosas, donde
mejor están, es en el lugar al que pertenecen, puesto que son patrimonio del
pueblo y sus gentes. Sean un castillo, un cuadro o, simplemente, unos añosos
pergaminos.
Corría el año 1966 cuando hasta Atienza, en sustitución de don Alejandro
Tabernero Bueno (párroco entonces de la iglesia de la Santísima Trinidad) y
fallecido pocos meses antes don Constantino Álvaro (arcipreste de la villa y
párroco de San Juan del Mercado), llegó otro cura joven para hacerse cargo de
sus parroquias. Se trataba de don Lucas de la Villa. Atienza se quedaba a partir
de entonces con un solo cura para todas sus iglesias; hasta entonces había
tenido dos, y anteriormente tres y muchos más. Hombre joven y con ideas
modernas introdujo en Atienza numerosas novedades, sobre todo para la juventud,
ya que ideó una serie de participaciones entre los jóvenes y la iglesia que
posteriormente no se repetirían. Ideó espectáculos de teatro con la
participación de los colegiales, excursiones y un sinfín de novedades más.
Entre ellas las de ornamentar las calles con alfombras florales para la
procesión del Corpus, o instituir el Belén Viviente para la Cabalgata de Reyes.
Y
llevó a cabo una labor silenciosa que, como suele suceder en todo pueblo que se
precie, algunos vecinos entendieron y otros no. Comenzó a catalogar las obras
de arte de las iglesias del pueblo, con el sano fin de que, en unos tiempos en
los que de las iglesias de los pueblos comenzaban a desaparecer obras de arte,
al menos en Atienza se conociese lo que había. Para ello creó una llamada “Junta Parroquial” compuesta por un grupo
de entonces llamadas “personas de calidad”
de la villa; esto es, el Alcalde y algunos vecinos y concejales de apellido
sonoro y, como se dijese entonces, “mando
en plaza”. El fin de aquella catalogación era la de poder, con el tiempo,
abrir en Atienza un museo de arte religioso; cuando en Sigüenza comenzaba a
dotarse el episcopal y desde él y su obispado se acudía a las iglesias
diocesanas en busca de piezas, en ocasiones sacadas de ellas con muy poco arte.
A Atienza llegó algún que otro intento de “sacar”
de la población obras únicas, e incluso las
piedras históricas de algunas iglesias, entre ellas la portada íntegra de Santa
María del Rey. Se coincidió en que las cosas, donde mejor están, es en el lugar
al que pertenecen, puesto que son patrimonio del pueblo y sus gentes. Sean un
castillo, un cuadro o, simplemente, unos añosos pergaminos. A ningún pueblo,
sus vecinos de hoy o de mañana, se les debe privar del patrimonio que tuvieron
y les corresponde. A menos que no haya medios para poderlo mantener. Y en
Atienza ni fue, ni es el caso.
Aquello del Museo ideado por don Lucas de la Villa no fue posible, pero
al menos se comenzó a conocer lo que en Atienza quedaba, de lo mucho que hubo,
pues nadie dudó de que guerras, curas y sacristanes algo se llevaron. Y don
Lucas, por unas cosas u otras, marchó a un nuevo destino, sucediéndole en el
puesto don Epifanio Herranz Palazuelos, quien retomó la idea del anhelado Museo
a instalar; se puso local, en la antigua iglesia de San Gil. Sin funciones religiosas
desde 1936 en que pasaron a la iglesia de San Juan, como lo hicieron muchas de
sus obras de arte.
Libros para vivir y conocer los museos de Atienza
Museos de Atienza. Tres Museos, tres historias, tres libros para conocerlos.
San Gil estaba entonces convertida en una carpintería. Anteriormente fue
el granero del Estado, el silo al que se llevaba el grano hasta que se construyó
el gran almacén que en Atienza se conoce como “La Comarcal”. El grano, desde 1939 hasta la construcción de aquella
nave se almacenaba en San Gil, y aquello contribuyó al deterioro de la iglesia.
Francisco Layna, como anteriormente otras personas, trataron de que la
iglesia no se fuese, como otras, a pique. Y batalló por la reconstrucción,
mucho más cuando en 1962 se declaró el municipio de Atienza como Monumento
Histórico Nacional, atrayendo a la villa a numerosas personalidades.
Una de aquellas visitas fue la del entonces Ministro de Información y
Turismo, Manuel Fraga Iribarne, por el año 1965, en que se prometieron muchas
cosas y no se logró ninguna. Sin embargo para 1969, recién aterrizado en
Atienza don Epifanio Herranz, llegó la del entonces Director General de
Monumentos, acompañado de todo su elenco de personalidades de “escolta”. Un gran séquito de personas
que recorrieron las calles de la villa y se detuvieron en iglesias y
monumentos. De la visita salió una promesa: la instalación definitiva del Museo
de Arte Religioso de Atienza.
Poco tiempo después comenzó a vaciarse la iglesia del maderamen de la
carpintería y a tratarse seriamente el asunto de la restauración, fijándose
incluso cifras que hoy nos parecerían insignificantes y entonces eran
auténticos dinerales, con las que se dotarían obras y restauraciones. Se habló
de las piezas que albergaría el nuevo Museo, y se marchó de la villa don
Epifanio Herranz en busca de nuevo destino, llegando a la población don
Sebastián Sanz, quien continuó con la labor.
Eran, aquellos, años en los que todo comenzó a cambiar con la
enfermedad, agonía y muerte de quien dirigió los destinos de la Patria. La
provincia se tambaleó en busca de puestos políticos quienes hasta entonces
habían sido elegidos por la mano de sus amigos, y con todo ello el asunto del
Museo atencino se paralizó. Hasta la llegada a Atienza de un nuevo párroco en
sustitución de don Sebastián Sanz, Constantino Casado. También fue hombre de
iniciativa, a pesar de que a algunos sectores de la Atienza católica y
tradicionalista no le gustaron sus ideas. Sin embargo don Constantino reanudó
con el beneplácito del Sr. Obispo de la diócesis el tema del Museo.
LA HISTORIA RECIENTE DE ATIENZA, PASO A PASO
ATIENZA, HISTORIA DEL SIGLO XX. LOS CUATRO PRIMEROS NÚMEROS, YA
A LA VENTA
(Accede a ellos pulsando sobre los títulos)
Leyó públicamente, al finalizar la misa de un domingo de junio o julio
de finales de la década de 1970, la carta que le envió el Sr Obispo, dando
cuenta a los vecinos de Atienza de lo que para el nuevo Museo había que hacer.
Hubo después reunión en la sacristía de la iglesia y salidas de tono de
personalidades de Atienza, y del propio párroco, que mostró, abriendo puertas
alocadamente, muchas de las cosas que la iglesia de San Juan guardaba y corrían
peligro de pérdida. Entre ellas el famoso catafalco de la danza de la muerte
que ahora se expone en el Museo de la Trinidad, y que pertenecía a la iglesia
de San Juan.
La desgracia, desventura, fortuna ajena o… quién sabe el qué, hizo que a
don Constantino se le ocurriese un buen día hacer una exposición en la iglesia
de la Trinidad con los objetos de plata más significativos que tenía aquella
iglesia. Ya había llevado a cabo una exposición semejante en la capilla del
Hospital de Santa Ana coincidiendo con la festividad de Pentecostés. Lo malo
fue que en esta ocasión, en medio de la noche, manos negras fantasmales
hicieron desaparecer de la iglesia de la Trinidad algunas de aquellas piezas:
Cruz procesional de San Gil… Custodia de plata de Francisco Artacho y… quién
sabe cuántas cosas más… Era la noche del 4 de octubre de 1978.
Poco después, nuevo relevo, don Constantino se marchó y llegó a la villa
don Agustín González, quien dio nuevo impulso a las obras del Museo de San Gil,
y, por fin, el 14 de julio de 1990 se inauguró, y poco después, porque con uno
no bastaba, se inauguró uno nuevo, en San Bartolomé, el 25 de julio de 1996, y
algo más tarde, el 25 de julio de 2003, un tercero, en la Santísima Trinidad.
Todo hay que decirlo, las iglesias en las que las obras de arte se
muestran son ya, por sí solas, auténticas piezas museables dignas de la visita
y admiración. Su contenido las complementa. En ellas se muestran el arte, la
cultura, la historia y la devoción de la villa y la comarca, de parte de los últimos ocho o diez
siglos. En lienzo, talla y orfebrería.
Santo Cristo de Atienza, o del Amparo, en la capilla de su nombre, de la iglesia Museo de San Bartolomé |
También esas imágenes que la gubia de los mejores tallistas fue capaz de
arrancar al madero insignificante y que hoy atraen la admiración de quienes las
contemplan. El Cristo del Perdón; la Majestad de los Cuatro Clavos; del
Amparo…El ayer, el hoy, el siempre. Y esas reliquias, tan atencinas como
universales que componen el Grial de Guadalajara; las Santas Espinas de
Atienza, tan devocionadas y cantadas desde cinco o seis siglos para acá. Los
lienzos, la orfebrería…
Hablaba el poeta de la Alcarria, José Antonio Ochaíta, al concluirse las
obras de la reconstrucción de la iglesia de Jadraque, a finales de la década de
1940, del milagro del cura que lo logró. Milagro es, sin duda, que Atienza
mantenga tres museos. Milagro de don Agustín, su cura, claro está.
Visitarlos, colaborar a su sostenimiento con el óbolo escaso de su cuota
de entrada es deber, casi obligado, de cuantos pasan/pasamos por la histórica
villa. Atienza bien lo merece. Y con Atienza la Serranía, y la provincia, y el
arte, y la cultura e historia de esta provincia que lo es: Guadalajara. De esa
Serranía norteña que tan necesitada está de que se la eche el ojo, y la mano,
para que no decaiga más de lo que decaída está.
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 19 de enero de 2018