Natural
de Condemios, la provincia tiene una deuda de reconocimiento con uno de los más
grandes escultores del siglo XX que ha dado Guadalajara
El 15 de enero de 2006, a los 92 años de edad, pasaba a la historia
quien en vida fue uno de los grandes artistas que ha dado la provincia de
Guadalajara al siglo XX, Restituto Martín Gamo. Había nacido en Condemios de
Arriba el 24 de septiembre de 1914 y, a pesar de que pasaba a la historia como escultor,
su obra iba mucho más allá, puesto que también se significó con el dibujo, la
pintura o la cerámica.
Llevaba, a la hora de su fallecimiento, quince años de silencio. El
público en general no había sabido de él desde que en febrero de 1992 se le
hiciese entrega, en Madrid también, en una sesión extraordinaria de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, del premio José González de la Peña
“Barón de Forma”, correspondiente a 1991, reconociendo la labor de toda una
vida dedicado al arte. Guadalajara, su provincia, no tenía noticia de su
nombre, ni de su obra, desde que mediada la década de 1960 se dejó de hablar de
él. Entonces, en esa época, había pasado al mundo de la prensa mediática como
el autor de la obra más grande jamás tallada, la del “Coloso de Rodas”.
Podía tener una explicación. Restituto era hijo de la emigración.
Aquella dura emigración de los inicios del siglo XX que se fue agravando con el
paso de los años. A pesar de que ni olvidó su localidad natal, ni su provincia.
Marchó a Madrid en la década de 1920 con su familia, para forjarse un
horizonte. Y no tardaría en descubrir su pasión, por el arte en general. Sus
comienzos son dignos de los grandes autores de aquellos tiempos. Del mundo de
la épica novelesca. De la trayectoria que recorren los genios. Tanto que,
nuestro paisano, ya iniciado en los estudios de arte, con algunos amigos más, a
la sana edad de 19 años, emprendió lo que podría llamarse “camino iniciático”,
entre Madrid y Valladolid, a pie, para conocer el arte entre ambos puntos, con
destino final en el flamante Museo de Escultura de Valladolid. Una épica que
recogió la prensa del momento. Corría el año 1933, cuando solicitó, y obtuvo,
una beca de la Diputación Provincial de Guadalajara, que le fue concedida a partir
de 1934, para llevar a cabo estudios de pintura. Quinientas pesetas anuales, de
aquellos entonces.
Y
llevó a cabo sus estudios, con aprovechamiento. No había más remedio. Obtuvo un
Premio Extraordinario en la Escuela de Artes y Oficios, y completó su formación
en la Real Academia de San Fernando y en el Círculo de Bellas Artes,
significándose en el dibujo al natural. Esto le llevaría a formar parte de la
élite de autores y artistas que participaron en 1937 en la gran Exposición
Universal de París que nos ha dejado un nombre, por encima de todos los demás,
el de Picasso y su Guernica; pero al lado de aquel también estaba parte de la
obra de nuestro paisano, en forma de nueve dibujos con un título significativo
para el momento: “Composición sobre la muerte y la guerra”, que en la
actualidad pueden contemplarse en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
En la década de 1940 colaboró con Víctor Macho, de quien fue uno de sus
más aventajados alumnos; y creó estudio propio en la calle de Mendizábal de Madrid
junto a otro de los grandes pintores del momento, el palentino Pedro Mozos; y
recibió, en 1943, el Premio Nacional de Escultura, por una de las obras que
forjarían su futuro: “Constancia y Fe”. Ya que fue entonces cuando conoció a
Juan Ruiz de Luna, uno de los mejores ceramistas de la reciente historia del
arte nacional, con quien pasó a colaborar. La obra cerámica de Restituto Martín
puede observarse en la actualidad en el museo de cerámica de Talavera, dedicado
a la familia Ruiz de Luna. Para los poco doctos en cerámica digamos que a los
talleres de Ruiz de Luna, y de su hijo Alfredo, pertenece la azulejería que
rotula las calles del centro de Madrid, y fue la portada cerámica de la
desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid.
Casa de Guadalajara en Madrid en la que Restituto Martín también estuvo
involucrado. Fue uno de sus refundadores en los primeros años de la década de
1960, y miembro de su Junta Directiva durante aquellos, como lo fue
anteriormente de la tertulia “La Colmena”, liderada por Francisco Layna, que
trató de cambiar el ser y sentir de la provincia de Guadalajara.
(Accedes a los libros pulsando sobre su título)
Entonces, en esta década, Restituto Martín había pasado a ser el autor
de la obra escultórica más grande jamás tallada. Se trataba del “Coloso de
Rodas”. Una escultura de cincuenta metros de altura, elaborada para la película
de aquel título, dirigida por Sergio Leone, que forjada en un solar del pueblo
de Barajas tuvo, por desacuerdos de las productoras, una vida breve. Montada en
el puerto de Laredo tan sólo vivió los quince días que se utilizaron en el
rodaje, después fue desmontada, a pesar de que hubo intentos de que
permaneciese en el lugar e, incluso, ocupase el lugar de la primitiva, en
tierras griegas. No fue la única colaboración con el cine. Para Samuel Bronston,
tallaría otras muchas obras. Destacan, entre todas, las que figuraron en “La
Caída del Imperio Romano”.
Corría la década de 1960. Cuando nuestro paisano, además de tallar
grandes obras para las producciones cinematográficas producía, en su taller de
la madrileña calle del Doctor Ferrán, tallas de arte religioso, para reponerse
en iglesias de las que desaparecieron durante la Guerra Civil, o para otras
nuevas. Tallas en madera. De las que destacan las de la capilla de San José, en
la iglesia de Santa Rita, de Madrid; o las de la también iglesia madrileña de
Cristo Rey, en el barrio de Usera. Su obra, incontable, se desparrama por media
España. También sus bronces, incontables: desde el Pío Baroja de la calle
Okendo de San Sebastián –sobre la obra en piedra de Víctor Macho-, a la Isabel
la Católica o Pedro de Estopiñán que presiden las principales plazas de
Melilla.
En el Museo de Cera de Madrid dejó para la posteridad la talla de quien
fuera presidente de los EE.UU., Jimmy Carter. Escultura que le fue encargada
cuando Restituto Martín, en la década de 1970, había pasado a engrosar la
escasa nómina de restauradores del Museo del Prado. Época en la que, a pesar de
su nombre y popularidad, no dejó de trabajar, ni de estudiar. En 1974 todavía
le fue concedida una de las prestigiosas becas de estudios, de Artes Plásticas
en Italia, por la Fundación March.
Nada, prácticamente de su obra, se conserva en Guadalajara. Quizá porque
nadie se interesó en ella. A pesar de que diseñó los rótulos de lo que estaba
llamado a ser “Museo Tomás Camarillo”, de la Diputación Provincial. Ya que
llevó a cabo también numerosas tallas, y frisos, para la industria. Destacan
los de Myrurgia y los del Banco de Aragón, estos diseñados en su Condemios
natal. Como dejó su nombre inscrito en los “Festivales Medievales de Hita”, ya
que fue el autor de numerosos decorados en la década de 1960.
TRES LIBROS PARA CONOCER ATIENZA A FONDO.
Su obra es digna de estudio y reconocimiento; figura entre los grandes
de la escultura del siglo XX. A pesar de que prácticamente nada lo recuerde en
su provincia o localidad natal, cuyo nombre le acompaña. Tan sólo una talla, la
de la Virgen de la Antigua, que presidió la Casa de Guadalajara en Madrid,
puede verse en la capital de la provincia; en la iglesia de las Carmelitas, a
ella trasladada cuando desapareció la Casa de Guadalajara madrileña.
Sin duda merece algo más. Porque todavía, lo más importante de su obra,
la que hizo para él, esa que se conserva con devoción y nunca ha sido expuesta,
está por descubrirse.
Guadalajara, y Condemios de Arriba, están en deuda con quien ha paseado
su nombre por la historia del arte del siglo XX. Porque Guadalajara también es
arte, además de monumentos y literatura. A pesar de que, el próximo 15 de
enero, aniversario de su fallecimiento, tal vez una de las pocas personas que
lo recuerden sea su hija María. Esperemos que, tras leer esto, lo recuerden
muchas personas más. Y su nombre ocupe el lugar que merece.
Tomás
Gismera Velasco
Nueva
Alcarria, Guadalajara, 12 de enero 2018