Memoria de una dama
Es lo que dice la leyenda de su sepultura, en el cementerio de
Guadalajara, con una aclaración para su tiempo: laborando por enaltecer la Alcarria, halló esta dama la muerte. Entonces, cuando se gravaron aquellas
líneas, hacía escasamente un par de meses que Carmen Bueno Paz había emprendido
el último viaje, a las puertas de Guadalajara. Carmen Bueno, que nació a medio
camino entre Madrid y Maranchón, el 19
de enero de 1894, hija de un prestigioso médico don Leonardo Bueno. Cuando dio
el paso para entrar en nuestra historia don Leonardo había fallecido, y su
madre también. Se encontraba, junto a sus hermanos, bajo la tutoría de sus
tíos, don Manuel y doña Francisca Bueno, viviendo en un caserón de la calle de
la Salud, de Madrid.
Hasta aquella casa se dirigió don Francisco
Layna Serrano en compañía de su cuñado José Brihuega. Tocaron a la puerta,
salió a recibirles la muchacha del
servicio que los hizo pasar a una sala. Al momento, don Manuel Bueno recibió
en su gabinete a don José. Luego se sucedieron los hechos como en esas
películas que nos retrata la España de los años veinte. Hasta que don Manuel
Bueno llamó a los novios y dirigiéndose a la novia primero y al novio después,
les dijo aquello de:
-Don José Brihuega ha pedido tu mano, querida
sobrina, para usted, don Francisco Layna –y la pregunta-. ¿Señor Layna, quiere en efecto contraer matrimonio con mi sobrina
Carmen?
Se conocían de toda la vida y llevaban cosa
de ocho o diez años de noviazgo. Porque entonces los noviazgos comenzaban y
terminaban cuando el cura, dando su bendición,
lo quería. La tía Paca, Francisca Bueno, era la madrina de nuestro
doctor Layna Serrano, por ella llevaba el nombre de Francisco; y Laureano Bueno
fue compañero de estudios de su padre, Félix Layna, con lo que el noviazgo
estaba bendecido. La boda se fijó para el sábado 19 de enero de 1918, 24 cumpleaños
de la novia, en la iglesia del Carmen, de Madrid. Antes hubo que alquilar
vivienda, en la calle de Lagasca número 10, entresuelo principal. Y la boda…,
en un Madrid helado, todavía con la nieve de los últimos días apretándose sobre
las aceras…
Tras
los síes marcharon, en un landó descubierto
tirado por dos caballos, alquilado para el caso, seguido del acompañamiento, al
gabinete fotográfico de Christian Franzen –el mismo a quien pintó Sorolla- para
la foto oficial; a cambiar el traje nupcial por el de calle, y a celebrar la
boda con un convite en el restaurante Molinero de Caballero de Gracia esquina a
Gran Vía para, después del baile, salir corriendo a tomar el tren de las siete
dirección Toledo, y allí pasar la noche nupcial en el Hotel Imperial. A la
mañana siguiente vuelta a Madrid. El viaje de novios quedaba para más adelante.
Para cuando llegasen unas pesetas que Carmen había de heredar de su parienta
doña Raimunda, la marquesa de Linares –la del palacio embrujado de la plaza de
La Cibeles de Madrid.
No eran tiempos en los que las mujeres
fuesen a la Universidad, o a las academias, salvo casos muy excepcionales. La
mujer estaba destinada a casarse y llevar vida de hogar. María del Carmen Bueno
Paz se salía, en ese sentido, de la norma. De la mano de tía Francisca aprendió
historia y algunas más que interesantes nociones de gramática. Sin dejar de
lado, por supuesto, las labores del hogar. También, Carmen Bueno, por tradición
familiar, adquirió conocimientos de enfermería, con lo que no es difícil
imaginarnos que en aquella primera clínica que Layna Serrano abrió en la calle
de Lagasca, él era el médico y ella, por supuesto, la auxiliar de enfermería.
No quedó en ello todo. Carmen Bueno,
adelantándose a un tiempo que todavía tardaría en sernos generoso, o habitual,
fue una de las primeras mujeres que en España se atrevió a ponerse al volante
de un vehículo, y ser titular de un carnet de conducir a su nombre.
Tiempos en los que nuestro Francisco Layna
no soñaba con ser el historiador provincial en el que se terminaría
convirtiendo, pero que soñaba con ser un ágil escritor… ¡¡¡de novelas amorosas!!!
Novelas que escribía a ratos perdidos y Carmen le pasaba a máquina, también en
perdidos ratos. Porque a nuestro Layna Serrano eso de escribir a máquina se le
daba mal. Del tecleo de Carmen salieron algunas de aquellas aventuras a la moda
del siglo XIX: Rosita Clavería… Amelia de Castellar… aventuras con mal
principio y feliz final que Carmen corregía y revestía de veracidad.
También algún que otro estudio médico pasó
por los dedos de Carmen. Porque Layna comenzó escribiendo sobre Medicina.
Escribía en cuartillas, a mano y mala letra, o letra de médico, que Carmen
transcribía al lenguaje correcto de la máquina, para que todo el mundo lo
entendiera.
La clínica de la calle de Lagasca no
prosperó, porque entonces ese barrio, el de Salamanca, se encontraba muy lejos
del centro; así que para estar más a mano alquilaron un nuevo piso-clínica en
la calle de la Concepción Jerónima número 17, donde comenzaron a prosperar.
También es cierto que en ese prosperar tenían mucho que ver los viajes
manchegos que Paco llevaba a cabo para pasar consulta en Manzanares, Tembleque,
Tomelloso, Madridejos, Santa Cruz de Mudela, Moral de Calatrava, Valdepeñas…
Lugares a los que Carmen, por supuesto, no lo acompañaba. Pero a la que
escribía noche a noche, día a día:
…
Mi queridísima Carmen…
La salud económica del matrimonio no
comenzaría a mejorar hasta mediada la década de 1920, entonces nuestro médico
comenzó a inmiscuirse en la historia provincial de la mano de su tío Manuel
Serrano Sanz. Acompañándole unas veces, en solitario otras, recorriendo la
provincia de Guadalajara, blog de notas y cámara fotográfica en mano. Notas que
tomar Francisco Layna. Fotografías que hacer Carmen Bueno, pues muchas de las
fotografías del tan conocido fondo fotográfico de nuestro historiador fueron
tomadas… sí, por Carmen Bueno.
Con Carmen recorrió las márgenes del Tajo, y
Carmen le pasó a máquina las cuartillas con aquella primera historia que le
haría saltar al conocimiento provincial: “El
Monasterio de Óvila”. Después, junto a Carmen, recorrería los castillos
provinciales, y las iglesias románicas… y de la mano de ambos, y algún que otro
amigo fotógrafo, surgirían “Los Castillos
de Guadalajara”, y “La Arquitectura
Románica en Guadalajara”.
Entre ambas murió el tío Manuel. Como Cronista
Oficial de la Provincia de Guadalajara, dimisionario. Y en aquello de ordenar
libros, notas del tío Manuel y alentar a su Paco; allí, estaba Carmen. Que no
quiso que su nombre figurase en el libro de los castillos, ni en los de antes
ni en los de después. Pero cuando Layna
publicó su “Arquitectura Románica”,
escribió alguna de las líneas más tristes que escribir pudo: Con el mismo fervor que si vivieras te
dedico este libro… con el mismo fervor que siempre sentí por ti… Tu Paco.
Escribía
esas líneas con fecha 12 de octubre de 1934. Un año después de la gran tragedia
que marcó su vida. Sí. En aquellos tiempos también había accidentes de
circulación. Y los Layna habían adquirido un par de años atrás un vehículo
propio. Un Nash azulado con matrícula de Madrid, 30.290. Aquel 12 de octubre de
1933, el del accidente, los Layna habían quedado en Guadalajara con los
Camarillo para pasar el día por Cogolludo.
Y salieron de Madrid a eso de las nueve de
la mañana. Paco Layna condujo el vehículo hasta San Fernando. Allí cedió el
volante a Carmen. Con Guadalajara a la vista adelantaron a un camión y
sintieron un ruido extraño. Detuvieron el vehículo en el arcén, por ver si algo
iba mal. Llegó el camión y… Carmen Falleció en la clínica Sanz Vázquez a eso de
las dos de la tarde de aquel 12 de octubre. Recibió sepultura un día después,
en el cementerio de Guadalajara. Su amado Paco no pudo asistir al entierro. Se
encontraba, herido de cierta gravedad, en la misma clínica donde ella murió.
Tardó unos días en reponerse. Diez años en
volver a publicar un libro. A pesar de que, fallecida Carmen, confesó, ya no le
quedaba más que una dama a la que servir: La Alcarria. Guadalajara.
Carmen Bueno Paz. La mujer que vivió a la
sombra del gran historiador. Ejemplo de mujer en la sombra. En tiempos en los
que la mujer trataba de alargar su sombra.
Y fue toda una dama.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en
la memoria
Semanario Nueva
Alcarria, 9 de marzo de 2018