viernes, 30 de marzo de 2018

MIEDES DE ATIENZA. La tierra que el Cid cabalgó

MIEDES DE ATIENZA
La tierra que el Cid cabalgó


      Tiene, Miedes de Atienza, un cierto aire de ciudad en miniatura. De pueblo grande con historia escondida tras cada una de las grandes casonas que orlan la gran plaza en la que ahora se sitúa su Ayuntamiento, y en torno a la cual, actualmente, se desarrolla gran parte de su vida. A don José de Veladíez y Ortega de Castro le hubiese gustado verlo. Ver cómo todo gira, en Miedes de Atienza, en torno a su gran casa; como cuando él se encontraba entre los vivos y se asomaba a sus balcones para dirigirlo todo desde ellos; lo de acá, y lo de allá.




      Lo que tenía que ver con lo humano, y lo que tenía que ver con lo divino; puesto que en vida, cuando aquella ciudadela serrana que pugnaba por hacerse un sitio de privilegio en el mapa provincial se quedó sin iglesia, cuando la torre de Villaramiel, en la lejana Tierra de Campos palentina, aplastó bajo sus piedras el día de las Candelas a la mitad del vecindario, y por si acaso, se paralizaron las obras de la de Miedes, metió en la sala de su casa al Santísimo; y a todo el vecindario para escuchar las misas; que tamaña era que en ella cabían todos. Hasta que el señor cura se hartó de sus caprichos y se llevó al Santísimo a la ermita; con el disgusto de los vecinos, que no cabían en ella y tenían que escuchar la misa al raso. En justa correspondencia, cuando se bendijo el nuevo templo, el 21 de diciembre de 1794, don José no asistió al evento y las crónicas tuvieron que decir que asistió “casi” todo el vecindario. Por no decir que nuestro mandamás tomó las de Villadiego y se metió en su palacete de Atienza. Que en Atienza también se había edificado caserón acorde a su posición social, en calle principal.

   La de don José de Veladíez era quizá una de las más grandes de la villa, y puede que de la comarca; sin que quedasen atrás las de sus hijos, que custodian la primitiva; la de don Francisco, por la izquierda y la de don Roque, por la derecha. La de don Francisco con sus dos escudones oteando la fachada desde lo alto; la de don Roque con su mirador sobre el tejado, a la moda de la Corte. Fue la última en levantarse, en 1818, y su presupuesto fue tan elevado que los encargados de tasar la obra se echaron las manos a la cabeza por el derroche. Sucedía que don Roque María Veladíez se lo podía permitir. Desempeñaba el cargo, cuando empleó los 135.000 reales que le costó una casa que casi nunca habitó, de Tesorero Principal de Rentas de la Provincia. De aquí pasó a la Tesorería Real; a Córdoba, a Jaén, a Tarragona… Allá donde le mandó su cuñado, que fuese uno de los más conocidos ministros de Hacienda del siglo XIX, don José Canga Argüelles.


La elegante casona de don Francisco de Veladíez, con sus escudones en la fachada


   Puede que sea, a la par que ciudad en miniatura, Miedes de Atienza, una de las poblaciones que más glorias, a través de sus gentes, ha dado a los reinos de España en comparación con su número de vecinos. Pocos son, de quienes llevaron el apellido Veladíez desde la mitad del siglo XVIII, hasta los finales del XIX, los que no han dejado de inscribir su nombre en los anales de la historia. Desde aquel don José, el mayor ganadero de tierras de Atienza y parte de las provincias vecinas, pasando por todos sus hijos; José María, que representó a la provincia en las Cortes de Cádiz de 1812; Joaquín María, que fue Tesorero de la provincia y presidente de la Junta Superior de armamento; Roque, del que ya sabemos que estuvo ligado a la Hacienda Pública…; sin que faltan militares, sacerdotes o escritores.

   Y es que los tiempos de estos personajes coinciden con el del auge del precio de la lana, que fue el sostén de su fortuna. Don José, que paralizó las obras de la iglesia cuando se reconstruyó de nueva planta en el último tercio del siglo XVIII, para mayor gloria de su apellido se hizo construir una capilla, en pugna con otro de los potentados del lugar, don Juan Recacha. Y con el dolor de cabeza del arquitecto Machuca. Al final cada uno tuvo la suya propia, con la desgracia de que, pocos años después de que nuestro don José pasase a mejor vida, un terremoto, según cuentas, que se dejó sentir en nuestra villa en 1834, derrumbó la torre y arruinó la capilla. Parece que sólo se sintió aquí.
   Nada que ver,  estos prohombres de apellido ilustre en la serranía, con don Lucas González, otro de los nacidos en la villa con anhelo de capital serrana. Don Lucas, que se hizo sacerdote en Sigüenza y fue racionero de la catedral de Sevilla, poco antes de morir ordenó sus bienes, contó sus dineros y encargó a sus testamentarios la fundación de un colegio en Alcalá de Henares para que estudiasen sus paisanos. Sin pretenderlo, don Lucas está en el origen de que muchos vecinos de Miedes marchasen a estudiar, y lo hiciesen con tanto aplicamiento, que en lugar de regresar a la tierra madre marcharon a Madrid a desempeñar altos cargos en todos los estamentos de la sociedad, desde el siglo XVIII en adelante. No sólo de Miedes, también de Hijes, Ujados, Campisábalos, Galve, o los Condemios, entre otros serranos, tuvieron cabida en él.

   Quizá por ello, porque Miedes se estaba quedando sin gente, cuando don José María Veladíez regresó a su tierra y la representó como diputado en Madrid y Guadalajara, se empeñó, y logró, quitarle títulos  Atienza para dárselos a su pueblo; y por espacio de poco más de un año, porque no podía ser, Miedes se convirtió en capital de la Serranía, y cabeza del partido judicial. Si por aquellos entonces las comunicaciones hubiesen estado a otro nivel, sin duda hoy estaría Miedes por encima de Atienza. Y es que, en su apartado rincón, las carreteras no empezaron a facilitar el tránsito hasta bien avanzado el siglo XX. Que parece que nuestros mandamases provinciales tenían fijación con que las carreteras no se trazasen por aquí, sin duda para que los nativos de estos pueblos no los abandonasen. Que fue ponerlas en marcha y comenzar estos pueblos a verse ausentes de los suyos.

La plaza de Miedes, convertida en eje de la villa, con la casa de don José a la derecha, convertida en Ayuntamiento, y la de don Roque al frente con su mirador sobre el tejado


   También ha dado personajes de novela negra este Miedes que hoy es sombra de lo que fue, pues de aquí salió uno de los personajes más curiosos, y novelescos, que ha dado el siglo XX español, Laureano Cerrada, que murió como los grandes espías de novela policiaca; acribillado a tiros a las puertas de un café de París el día de su cumpleaños, y con un cigarro en la mano. Antes había llevado a cabo el más rocambolesco intento de terminar con la vida del Jefe del Estado Español en unas regatas en San Sebastián; y falsificado decenas de miles de billetes de 50 y 100 pesetas que repartió por media España después de que, en una de esas aventuras que sólo salen en las teleseries americanas, se colase en la fábrica de la moneda de Milán, donde se imprimía la moneda española, y se hiciese con las planchas de impresión. La película sobre su vida parece ser que está en marcha, y seguro que tiene tanto éxito como la corrida de toros que se celebró en Nimes mediada la década de 1950, cuando ningún aficionado de la ciudad, ni de los alrededores, se quedó sin entrada, ya que las falsificó por cientos de miles, y luego las regaló. La causa de la muerte: ajuste de cuentas.

   Aunque sin duda el gran personaje que ha marcado para los restos este entorno no es otro que Rodrigo de Vivar, a quien nadie, con anterioridad a la primavera de 1903 conocía por estos pagos. Fue el 23 de mayo cuando don Ramón Menéndez Pidal, y su esposa doña María Goyri, cayeron por aquí, en unión del señor Gobernador civil de la provincia, su hermano don Juan. Llegó para buscar el paso del Cid por estas tierras. Aquel día hubo fiesta grande y, como si acabase de suceder, pocos en Miedes eran los que no recordaron algún pasaje del medieval caballero recién descubierto. Hasta los niños de la escuela lo salieron a recibir y lo siguieron con los ojos, hasta que se perdió camino de la sierra, en busca de “las peñas del Cid”, que dicen que fue donde don Rodrigo hizo noche…

   Son, qué duda cabe, memoria, historias, recuerdos de un pueblo. Páginas de un libro que traza su vida pasada y rememora la de quienes lo habitaron. Y es que, como tantos otros, Miedes de Atienza, que también existe, tiene ya el trazo de su vida recogida en papel de libro, con ese sugestivo subtítulo: “La tierra que el Cid cabalgó”. Donde caben el ayer y el hoy, la villa y su tierra, y hacen presente, para quienes no lo conocieron, el pasado de una tierra hermosa. De una solemne villa que, un día no tan lejano, soñó con ser ciudad.
  
   Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria de Guadalajara, 6 de abril, 2018