sábado, 7 de julio de 2018

LOS CRÍMENES DE ZAOREJAS. Las maderadas y los gancheros del Tajo


LOS CRÍMENES DE ZAOREJAS.
Las maderadas y los gancheros del Tajo


   La última maderada que surcó las aguas del Tajo en busca de los remansos de Aranjuez galopó por tierras de Guadalajara entre 1941 y 1942. Las obras de pantanos y embalses, entonces en ejecución, a pesar de que dejaron un aliviadero para que los troncos pasasen, prácticamente de uno en uno, hicieron inviable lo que hasta entonces había sido el medio más eficaz de transporte de la madera, desde los pinares del Alto Tajo hasta el Real Sitio y  en ocasiones hasta mucho más allá.

   Mucha ha sido la literatura que ha dado la vida y obra de los gancheros; y mucha sigue siendo, ya que el recuerdo de aquel modo de transporte y vida ha sido recuperado para dar a las poblaciones que las vivieron unos días de fiesta memorando el pasado. Un pasado y modo de vida que quedó reflejado en aquella novela que es seña de identidad por las altas tierras: El río que nos lleva.


   Un río, el Tajo, que tanto trajo como llevó y que continúa siendo arma de batalla para unos y otros. Los que lo aman y sienten queriendo que siga siendo; y los que, quizá por no conocerlo ni lo viven ni lo sientes, sin importarles su agonía.

   Estos días el Tajo baja bravo; es la consecuencia de un año hidrológico como hacía tiempo no se conocía; pero pronto llegarán los calores y el agua comenzará a remansarse, como en los malos días pasados. A pesar de ello nos dejará vivir sus leyendas y siempre habrá quien recuerde que una vez el Tajo fue el Señor de toda una provincia, pues que lo traspasa de extremo a extremo.

   Los gancheros. Aquella gente dura y de difícil vida que, aunque los modernos los traten de representar, nada tienen que ver con aquellos duros hombres, muchos llegados del Levante, que a lo largo de cuatro o cinco, o seis meses, como si fuesen pastores de un inmenso rebaño de cabras montunas, pastoreaban por la bravura de las aguas unos cuantos miles de troncos, en ocasiones más de cien mil, que coronaban el Tajo.

   Mucho antes de que San Pedro nos los pintase en su “río que nos lleva”, lo hizo el periodista Francisco Goñi, quien además nos los retrató en lo más bravo de su oficio. Por aquellos tiempos contó la misma aventura el Ingeniero de Montes don Antonio Lleó; y no faltó, en esto de anotar hilos a esta historia don Pedro Mantilla, quien con pelos y señales relató la vida de los gancheros y describió cargos y fastos de una empresa, la gancheril, compuesta por varios cientos de personas en las que como si de un enorme tablero de ajedrez se tratase, cada peón tenía su oficio. Oficio que se venía desempeñando desde los lejanos tiempos en los que al Gran Cardenal, don Pedro González de Mendoza, se le ocurrió levantar en Toledo un hospital para niños expósitos, y desde las altas tierras de Guadalajara mandaron los troncos que le servirían de fábrica, a lomos del río.


   También contaron algunos periodistas la bravía sangre que corría por las venas de estos hombres; pero ninguno contó lo sucedido en el pueblo de Zaorejas cuando concluía el siglo XIX y comenzaba el XX, en torno a gentes relacionadas con las maderadas. La provincia se conmocionó tanto o más que el entorno y durante varios decenios los crímenes de Zaorejas alumbraron las noches invernales más oscuras. Las noches de nieve y vísperas navideñas. Ya que fue en ese entorno de nieve invernal y noche navideña cuando sucedió el que más conmocionó, el crimen de don Luis Moré, un hombre tan temido como  respetado en el entorno. Hombre que, al decir de la prensa de la época, un día dispuso a su antojo de todo el pueblo de Zaorejas.

   Allí había nacido el 22 de junio de 1866, hijo del médico de la localidad, don Joaquín, quien llegó a este desde su natural de Ojos Negros, en Teruel. El hijo, quien durante algún tiempo siguió estudios de medicina con los que continuar el oficio del padre, terminó ejerciendo de ministrante por algunas poblaciones del entorno, hasta que descubrió que como Secretario municipal podía vivir algo mejor. Lo fue de los ayuntamientos de Zaorejas, Armallones, y algunos pueblos más del partido. Desde el cargo de Secretario accedió al mundo de las maderadas y desde este al de la riqueza. Hasta que se cruzó en su vida otro de aquellos hombres bravos que, al igual que Moré, trataban de dominar una porción de la tierra que pisaban, el Capataz de Cultivos don Pedro Cortés. Rivalidad que, además del mundo de la madera se llevó, según cuentas, al de los amores. Amores de sangre que terminaron con la muerte de don Pedro Cortés un buen día de mediados del mes de julio de 1898, cuando a don Pedro, montado a lomos de su flamenca mula, unos escopeteros lo aguardaban en el paraje conocido por la Cerrada del Manco; allí alguien, parapetado en unos matorrales, le disparó cuatro tiros de escopeta que terminaron con su vida. Uno de los criados que lo seguía no pudo identificar a los autores, y a pesar de que todo apuntaba a don Luis Moré, según la investigación, y don Luis Moré y alguno más de sus hombres fueron detenidos, a la hora del juicio nada se pudo demostrar. Nadie lo identificó y quedó en libertad y sin cargos; un poco más dueño del entorno, y mucho más temido. Los autos judiciales cuentan que incluso se llegó a comprar la voluntad de un pobre hombre a quien, a cambio de sacar de su pobreza a la familia, cargaría con el muerto. Fueron tantas sus contradicciones que nadie lo creyó capaz de una ejecución tan trabajada.

   Los pleitos de don Luis Moré con la justicia en los años sucesivos van más allá de las acusaciones de la muerte de Pedro Cortés. Desde las talas ilegales a los manejos municipales. Se cuenta, a través de diversos testimonios, que don Luis se sentía amenazado desde mucho tiempo antes de su muerte, primero por el fallecido Pedro Cortés y posteriormente por cualquiera de los muchos enemigos, industriales y políticos que tenía en la zona, ya que se había decantado políticamente por don Antonio Hernández López, quien sería diputado conservador por Brihuega. Se cuenta igualmente que don Luis Moré era un hábil tirador, con carabina y escopeta, a pesar de que no debió de disponer de licencia de armas hasta pocos días antes de su muerte, ya que, conforme a la información que se ofreció tras ella se dijo que durante los días de su estancia en Guadalajara, hospedándose en la Posada de San Gil, como era habitual en él, mediado el mes de diciembre en que encontró la muerte, acudió al Gobierno civil a solicitar, que bien pudo ser a renovar, la licencia de armas. Igualmente se contó que desde Zaorejas hasta su propiedad de “Casas de Vicente”, don Luis ordenó quemar los montes que circundaban el camino, en evitación de que le sucediese como al capataz de cultivos Pedro Cortés, que alguien se emboscase entre los arbustos y de las resultas…


   Las vísperas de la Navidad de 1904 don Luis partió de Cifuentes hacía su casa. Había estado arreglando en la villa condal el transporte fluvial de 8.000 troncos que tenía por tierras de Zaorejas. La familia lo esperaba para la cena de la Nochebuena. La nieve caía espesa y, a la medianoche, a la puerta familiar de la casa se presentó la mula de don Luis, sin don Luis a sus lomos. Lo encontraron al día siguiente, en el camino que mediaba entre la posesión familiar y el pueblo de Zaorejas, muerto por dos disparos de escopeta. Se detuvo a uno de los hijos de Pedro Cortes y a dos de sus criados, pero nada pudo demostrarse contra ellos y uno y otros fueron puestos en libertad. Con lo que continuó ensanchándose la leyenda un año más; hasta mediados de julio de 1905 cuando, en circunstancias todavía más trágicas, halló la muerte uno de los señalados de la de Moré, el pastor Mariano López. Y todavía, un año después, otro de los señalados por la muerte de Moré, Prudencio del Cerro, encontró la muerte en el Pontón de San Pedro, ahogado en las aguas del Tajo cuando trataba de salvar la vida a una mujer que accidentalmente cayó al río el 21 de mayo de 1906.

   No hubo más muertes, ni más procesamientos, ni más juicios. El crimen de Pedro Cortés quedó sin resolver, lo mismo que el de Luis Moré y que el del pastor Mariano López. ¿Quién los mató? La pregunta continúa sin respuesta. La justicia archivó los autos. Las muertes quedaron sin resolver, y son el germen de un librito que recuerda, a más de los hechos, la vida y trabajo de los gancheros del Tajo, unidos al río y la permanente leyenda de una tierra hermosa combinada con las aguas del Tajo.

   Puede ser, si la memoria no se pierde, el guion de una de esas películas que, de cuando en cuando, surgen de la profunda realidad que vivieron nuestros pueblos.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Semanario Nueva Alcarria. Guadalajara, 6 de julio de 2018