LOS CRÍMENES DE ZAOREJAS.
Las maderadas y los gancheros del Tajo
La última maderada que surcó las aguas del
Tajo en busca de los remansos de Aranjuez galopó por tierras de Guadalajara
entre 1941 y 1942. Las obras de pantanos y embalses, entonces en ejecución, a
pesar de que dejaron un aliviadero para que los troncos pasasen, prácticamente
de uno en uno, hicieron inviable lo que hasta entonces había sido el medio más
eficaz de transporte de la madera, desde los pinares del Alto Tajo hasta el
Real Sitio y en ocasiones hasta mucho
más allá.
Mucha ha sido la literatura que ha dado la
vida y obra de los gancheros; y mucha sigue siendo, ya que el recuerdo de aquel
modo de transporte y vida ha sido recuperado para dar a las poblaciones que las
vivieron unos días de fiesta memorando el pasado. Un pasado y modo de vida que
quedó reflejado en aquella novela que es seña de identidad por las altas
tierras: El río que nos lleva.
Un río, el Tajo, que tanto trajo como llevó
y que continúa siendo arma de batalla para unos y otros. Los que lo aman y
sienten queriendo que siga siendo; y los que, quizá por no conocerlo ni lo
viven ni lo sientes, sin importarles su agonía.
Estos días el Tajo baja bravo; es la
consecuencia de un año hidrológico como hacía tiempo no se conocía; pero pronto
llegarán los calores y el agua comenzará a remansarse, como en los malos días
pasados. A pesar de ello nos dejará vivir sus leyendas y siempre habrá quien
recuerde que una vez el Tajo fue el Señor de toda una provincia, pues que lo
traspasa de extremo a extremo.
Los gancheros. Aquella gente dura y de
difícil vida que, aunque los modernos los traten de representar, nada tienen
que ver con aquellos duros hombres, muchos llegados del Levante, que a lo largo
de cuatro o cinco, o seis meses, como si fuesen pastores de un inmenso rebaño
de cabras montunas, pastoreaban por la bravura de las aguas unos cuantos miles
de troncos, en ocasiones más de cien mil, que coronaban el Tajo.
Mucho antes de que San Pedro nos los pintase
en su “río que nos lleva”, lo hizo el
periodista Francisco Goñi, quien además nos los retrató en lo más bravo de su
oficio. Por aquellos tiempos contó la misma aventura el Ingeniero de Montes don
Antonio Lleó; y no faltó, en esto de anotar hilos a esta historia don Pedro
Mantilla, quien con pelos y señales relató la vida de los gancheros y describió
cargos y fastos de una empresa, la gancheril, compuesta por varios cientos de
personas en las que como si de un enorme tablero de ajedrez se tratase, cada
peón tenía su oficio. Oficio que se venía desempeñando desde los lejanos
tiempos en los que al Gran Cardenal, don Pedro González de Mendoza, se le
ocurrió levantar en Toledo un hospital para niños expósitos, y desde las altas
tierras de Guadalajara mandaron los troncos que le servirían de fábrica, a
lomos del río.
También contaron algunos periodistas la bravía
sangre que corría por las venas de estos hombres; pero ninguno contó lo
sucedido en el pueblo de Zaorejas cuando concluía el siglo XIX y comenzaba el
XX, en torno a gentes relacionadas con las maderadas. La provincia se
conmocionó tanto o más que el entorno y durante varios decenios los crímenes de
Zaorejas alumbraron las noches invernales más oscuras. Las noches de nieve y vísperas
navideñas. Ya que fue en ese entorno de nieve invernal y noche navideña cuando
sucedió el que más conmocionó, el crimen de don Luis Moré, un hombre tan temido
como respetado en el entorno. Hombre
que, al decir de la prensa de la época,
un día dispuso a su antojo de todo el pueblo de Zaorejas.
Allí había nacido el 22 de junio de 1866,
hijo del médico de la localidad, don Joaquín, quien llegó a este desde su
natural de Ojos Negros, en Teruel. El hijo, quien durante algún tiempo siguió
estudios de medicina con los que continuar el oficio del padre, terminó
ejerciendo de ministrante por algunas poblaciones del entorno, hasta que
descubrió que como Secretario municipal podía vivir algo mejor. Lo fue de los
ayuntamientos de Zaorejas, Armallones, y algunos pueblos más del partido. Desde
el cargo de Secretario accedió al mundo de las maderadas y desde este al de la
riqueza. Hasta que se cruzó en su vida otro de aquellos hombres bravos que, al
igual que Moré, trataban de dominar una porción de la tierra que pisaban, el
Capataz de Cultivos don Pedro Cortés. Rivalidad que, además del mundo de la
madera se llevó, según cuentas, al de los amores. Amores de sangre que
terminaron con la muerte de don Pedro Cortés un buen día de mediados del mes de
julio de 1898, cuando a don Pedro, montado a lomos de su flamenca mula, unos
escopeteros lo aguardaban en el paraje conocido por la Cerrada del Manco; allí
alguien, parapetado en unos matorrales, le disparó cuatro tiros de escopeta que
terminaron con su vida. Uno de los criados que lo seguía no pudo identificar a
los autores, y a pesar de que todo apuntaba a don Luis Moré, según la
investigación, y don Luis Moré y alguno más de sus hombres fueron detenidos, a
la hora del juicio nada se pudo demostrar. Nadie lo identificó y quedó en
libertad y sin cargos; un poco más dueño del entorno, y mucho más temido. Los
autos judiciales cuentan que incluso se llegó a comprar la voluntad de un pobre hombre a quien, a cambio de sacar
de su pobreza a la familia, cargaría con el muerto.
Fueron tantas sus contradicciones que nadie lo creyó capaz de una ejecución
tan trabajada.
Los pleitos de don Luis Moré con la justicia
en los años sucesivos van más allá de las acusaciones de la muerte de Pedro
Cortés. Desde las talas ilegales a los manejos municipales. Se cuenta, a través de diversos
testimonios, que don Luis se sentía amenazado desde mucho tiempo antes de su
muerte, primero por el fallecido Pedro Cortés y posteriormente por cualquiera
de los muchos enemigos, industriales y políticos que tenía en la zona, ya que
se había decantado políticamente por don Antonio Hernández López, quien sería
diputado conservador por Brihuega. Se cuenta igualmente que don Luis Moré era
un hábil tirador, con carabina y escopeta, a pesar de que no debió de disponer
de licencia de armas hasta pocos días antes de su muerte, ya que, conforme a la
información que se ofreció tras ella se dijo que durante los días de su
estancia en Guadalajara, hospedándose en la Posada de San Gil, como era
habitual en él, mediado el mes de diciembre en que encontró la muerte, acudió
al Gobierno civil a solicitar, que bien pudo ser a renovar, la licencia de
armas. Igualmente se contó que desde Zaorejas hasta su propiedad de “Casas de Vicente”, don Luis ordenó
quemar los montes que circundaban el camino, en evitación de que le sucediese
como al capataz de cultivos Pedro Cortés, que alguien se emboscase entre los
arbustos y de las resultas…
Las vísperas de la Navidad de
1904 don Luis partió de Cifuentes hacía su casa. Había estado arreglando en la
villa condal el transporte fluvial de 8.000 troncos que tenía por tierras de
Zaorejas. La familia lo esperaba para la cena de la Nochebuena. La nieve caía
espesa y, a la medianoche, a la puerta familiar de la casa se presentó la mula
de don Luis, sin don Luis a sus lomos. Lo encontraron al día siguiente, en el
camino que mediaba entre la posesión familiar y el pueblo de Zaorejas, muerto
por dos disparos de escopeta. Se detuvo a uno de los hijos de Pedro Cortes y a
dos de sus criados, pero nada pudo demostrarse contra ellos y uno y otros
fueron puestos en libertad. Con lo que continuó ensanchándose la leyenda un año
más; hasta mediados de julio de 1905 cuando, en circunstancias todavía más
trágicas, halló la muerte uno de los señalados de la de Moré, el pastor Mariano
López. Y todavía, un año después, otro de los señalados por la muerte de Moré,
Prudencio del Cerro, encontró la muerte en el Pontón de San Pedro, ahogado en
las aguas del Tajo cuando trataba de salvar la vida a una mujer que
accidentalmente cayó al río el 21 de mayo de 1906.
No hubo más muertes, ni más
procesamientos, ni más juicios. El crimen de Pedro Cortés quedó sin resolver,
lo mismo que el de Luis Moré y que el del pastor Mariano López. ¿Quién los
mató? La pregunta continúa sin respuesta. La justicia archivó los autos. Las
muertes quedaron sin resolver, y son el germen de un librito que recuerda, a
más de los hechos, la vida y trabajo de los gancheros del Tajo, unidos al río y
la permanente leyenda de una tierra hermosa combinada con las aguas del Tajo.
Puede
ser, si la memoria no se pierde, el guion de una de esas películas que, de
cuando en cuando, surgen de la profunda realidad que vivieron nuestros pueblos.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la Memoria
Semanario
Nueva Alcarria. Guadalajara, 6 de julio de 2018