MEMORIA DE ANDRÉS ANTÓN.
El Gayarre de Iriépal
Dos noticias, relacionadas con España,
llevaba en portada el más que popular Diario de La Marina, el periódico por
excelencia de Cuba, publicado en La Habana, del lunes 17 de julio de 1933. Una
de ellas hacia relación a la infructuosa búsqueda del avión Cuatro Vientos que,
a prácticamente un mes de su desaparición, se continuaba buscando por las
enriscadas selvas guatemaltecas y mexicanas. La otra daba cuenta del
fallecimiento de un personaje a quien daban el título de “Gran Artista Español”. Se trataba de Andrés Antón Sánchez quien, en
el inicio del ocaso de su vida eligió como lugar de reposo, a la espera del
último adiós, después de haber recorrido el mundo de extremo a extremo, la
capital cubana.
El periódico, en su portada, con la imagen
del personaje, hacía un breve comentario para poner al lector en el
conocimiento del hombre: Don Andrés
Antón, cuya muerte pone un crespón de luto al arte del bel canto, donde cosechó
inmarcesibles laureles como tenor, compitiendo dignamente con el gran Gayarre…
Estaba casado con una de las grandes divas de la ópera italiana,
María Bianchi Fiori, y tenían un hijo, Antonio, a la sazón, presidente de la
Asociación de Comerciantes de La Habana.
Don Andrés Antón había fallecido el día
anterior, 16 de julio, en su domicilio de El Vedado, en la calle del Paseo, y
fue enterrado ese lunes, 17 de julio, en el Cementerio Colón, un acto que se vio concurridísimo, y al que
asistieron desde las primeras autoridades de la ciudad, a un numerosísimo
público representando a todas las clases sociales de la isla. Incluida la no
menos numerosa colonia española con la que don Andrés llevaba colaborando desde
que llegó a la isla. Su enfermedad había sido seguida, a través de la prensa,
por cuantos españoles lo admiraban como a uno de esos ídolos a los que se
respeta y admira, desde Madrid a Moscú.
Su vida, hasta aquel momento, pudiera haber
formado parte del guion de una novela. En aquellos tiempos la vida de los
grandes personajes que surgen de lo más bajo del pueblo se escribía con signos
de admiración; como se escribió la vida y obra de Julián Gayarre. A don Andrés
Antón para entrar en la gloria de las leyendas le faltó morir como Gayarre, en
plenitud de éxito y lleno de juventud. Don Andrés, cuando murió, contaba con la
nada desdeñable edad de 80 años.
Mucha era la distancia que desde su lugar de
nacimiento había hasta La Habana. La noticia de su muerte se conoció en su
pueblo, Iriépal, una semana después de su entierro, al mismo tiempo que la
noticia dio la vuelta por Guadalajara.
Hacía casi veinte años que se despidió de la
provincia, y definitivamente de España, en el mes de febrero de 1916 cuando, en
una de sus visitas, a Guadalajara y Madrid, le fue propuesto un homenaje en el
teatro Campoamor de Oviedo. Un homenaje que estuvo promovido por el ministro
don Nicolás Rivero y en donde, por última vez, interpretó el papel del rey
Fernando de la ópera de Donizetti. La
Favorita. Lejanos, que no olvidados, quedaban los tiempos en los que
solicitó de la Diputación Provincial de Guadalajara una pensión económica que
le ayudase a marchar a Italia para, en Milán, perfeccionarse en el arte del
canto. La Diputación lo pensionó y le concedió dos mil pesetas en tres plazos,
uno de 750 y dos de 625. Corría el año de 1878.
Previamente, don Andrés Antón había dado, en
el teatro de la capital de la provincia, a beneficio de los establecimientos de
la Beneficencia Provincial, un multitudinario concierto el 5 de noviembre, al
que asistieron las llamadas fuerzas vivas
de la provincia y la ciudad.
Había nacido, sí, en Iriépal, al ladito de
Guadalajara, en 1853. Desde Iriépal, porque parece que se le daba bien lo de la
música, lo mandaron sus padres a Guadalajara, a la academia de don Apolinar
Barbero, que tantos músicos de fama dio a la provincia. Desde la academia de
don Apolinar a la de Música y Declamación de Madrid donde, con excelentes
notas, se doctoró en tocar alguno de aquellos instrumentos musicales que podían
conducir a la fama: violín, guitarra, piano… Y como violinista entró a formar
parte, con apenas dieciocho años, en la orquesta del Teatro Real, hasta que le
dio por educar a la voz, y dedicarse al canto. Antes había tratado de ganarse
el pan, mientras estudiaba música; por las noches tocando el violín por los
cafés de Madrid a cambio de unas monedas. Por las mañanas haciendo lo mismo a
la puerta de las iglesias.
El erudito don Juan Diges Antón, ante uno de
los grandes éxitos de nuestro tenor, quizá el que en Madrid lo lanzó a la fama
en la temporada de 1885, escribía en la prensa alcarreña: Recordamos haber visto muchas veces al Sr. Antón venir del inmediato
pueblo de Iriépal a recibir las primeras lecciones musicales. ¿Quién podía
presumir entonces que aquel que con su cartera terciada a guisa de bandolera
pasaba por el ventorro de Tetuán, Barrionuevo alta y entraba en Santa María la
Mayor o en casa de don Marcos Cogolludo, sería el Antón que…?
Que logró uno de los mayores éxitos de aquella temporada en el
teatro Real. Tanto que, como si fuese un torero, fue sacado a hombros del
teatro; paseado a hombros por las calles de Madrid, y a hombros llevado hasta
las puertas de su casa, en la plaza de Isabel II.
Del éxito de aquella noche, la del 10 de
abril de 1885 se hicieron eco, en primera página, la mayoría de los periódicos
de Madrid: El triunfo que alcanzó el
señor Antón será uno de los más gloriosos que tenga en su carrera artística… decían.
Y, para más gloria, a la representación asistió la totalidad de la familia
real, con don Alfonso XII a la cabeza. Llegaba, don Andrés Antón, desde la
Scala de Milán, donde había cantado con Adelina Patti, y comenzaba a ser la
sombra del gran Julián Gayarre.
Arruinado, también llegaba, pues después de
haber hecho una gira de dos años por Italia, media Europa y llegado hasta
Moscú, imprescindible en el mundo de la ópera, y logrado ahorrar un buen
capital, depositado en una banca inglesa, la banca inglesa se marchó al garete
y el capital ahorrado se esfumó, como el humo, en el aire.
Y, cosa de los genios, llegaba: sin renunciar a su origen, sin desmentir su
modesta cuna, antes bien, cifrando glorias en la humildad de su procedencia, lo
primero que hizo al llegar a Madrid fue traerse a su anciana madre y
presentarla a todo el mundo…
Y luego, nuevamente, tras el éxito
madrileño, a recorrer el mundo. A Roma, a Milán, a Venecia, Turín, París,
Moscú; Buenos Aires, Caracas, Nueva York…
Recorrió el mundo; fundó su propia compañía; ganó
una pequeña fortuna y después se retiró, cuando la voz le comenzó a fallar. Se
estableció primero en Caracas, cuando el siglo XX comenzaba a dar sus primeros
pasos; más tarde se afincó en La Habana, donde lo nombraron profesor de la
Escuela Nacional de Música, y allí se quedó, a formar talentos y cantar
habaneras. Mientras pudo. Pocos, muy pocos, conocían en La Habana que don
Andrés Antón había nacido en un pueblecito de Guadalajara llamado Iriépal, que
su padre fue el secretario del Ayuntamiento y, cosa de los tiempos, también fue
sacristán de la iglesia del pueblo, organista y maestro de primeras letras. Y
que, de su oficio de sacristán y de organista, surgió en su hijo Andrés la
afición por la música y, una cosa lleva a la otra, por el canto.
Y pocos, muy pocos, en la provincia de Guadalajara,
recordaban que don Andrés Antón había sido aquel muchacho espigado y soñador
que cantó la misa cuando el Ayuntamiento de Guadalajara nombró patrona de la
ciudad a Nuestra Señora de la Antigua y, en recompensa, el municipio le brindó
un álbum con la firma de todos los concejales. Y pocos conocían que la fama, en
Roma, le llegó cuando tuvo que suplir a Julián Gayarre y la prensa italiana,
tan entendida en lo que a ópera se refería, escribió de él que superaba al
roncalés, sino por la potencia de su voz, si por su acento dramático.
Quizá por todo ello fue uno de los grandes
de su tiempo. De los más grandes cantantes que la ópera de finales del siglo
XIX conoció. Y nació en un pueblecito de la provincia de Guadalajara, llamado
Iriépal.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la Memoria
Semanario
Nueva Alcarria. Guadalajara, 13 de julio de 2018