ALMIRUETE: LA
ERMITA DE JUAN DE DIOS.
Juan de Dios Blas Martín
fue uno de los personajes más populares del Madrid de finales del siglo XIX
Todavía puede leerse en una placa de mármol ya algo gastada por el
tiempo, sobre la arruinada ermita de la Soledad, de Almiruete, la dedicatoria
que sobre ella colocó quien llevó a cabo su última obra: “Realizada a la memoria de Claudia Manada Vera por su esposo don Juan de
Dios Blas y Martín, naturales de Almiruete, vecinos de Madrid”.
Claudia Manada Vera, cuando se descubrió la placa e inauguraron las obras
de restauración de la ermita ya no se encontraba en este mundo, puesto que
descansaba a la eternidad de los siglos en la sacramental de San Lorenzo, de
Madrid, desde el año anterior; sin embargo, a la inauguración de todo aquello
sí que asistió el pueblo entero de Almiruete, y muchos vecinos de los pueblos
aledaños, incluidas las autoridades de Tamajón, con los curas de las parroquias
de la comarca y, por supuesto, con la presencia de quien financió las obras,
don Juan de Dios Blas y Martín, como entonces se decía: “del comercio”; además de escritor y periodista por afición; junto a
su único hijo, Macario, licenciado en Derecho y farmacéutico en ejercicio, así
como sus tres nietos, a los que don Juan de Dios adoraba, Fernando, Antonio y Luis, a los que trataba de transmitir
el mismo amor a aquella población que él sintió a lo largo de su vida. Ocurrió
el 22 de agosto de 1899.
Pero vayamos por partes, y comencemos por el principio; diciendo que
Juan de Dios Blas hijo del pueblo de Almiruete lo fue también de quien, en el
momento de su nacimiento, era secretario del Ayuntamiento de la población.
Cargo, el de secretario municipal que pasado el tiempo heredó nuestro
protagonista.
No está muy clara la fecha de su nacimiento, pues mientras por algunas
partes se habla de 1835, por otras se le añaden diez años más a su vida,
situándolo en 1825. De cualquier manera comenzó a destacar mediada la década de
1860, cuando accedió al cargo de secretario municipal, al tiempo que comenzó a
hacer sus pinitos literarios a raíz de un suceso que le marcaría la existencia:
un robo ocurrido en la iglesia del pueblo en el mes de octubre de 1868, y su
inesperada resolución, ya que fue Juan de Dios quien, tras sospechar de quién
se trataba, descubrió al autor quien terminó quitándose la vida. Según la voz
popular, roído por la mala conciencia.
Aquel hecho lo contó Blas Martín en cuartillas y verso que repartió por
los pueblos vecinos siguiendo el estilo de los romanceros de cordel. Lo que le
dio cierta fama en la comarca y animó sus deseos de dedicarse a la literatura.
Cosa difícil, puesto que una son los sueños y otra muy diferente los hechos. Y
Juan de Dios, aunque los tiempos fuesen muy distintos a los actuales, no estaba
preparado para la pluma tal y como lo entendían los literatos del siglo XIX.
Por
ensanchar fronteras y mejorar de estado y fortuna tomó el camino de Madrid
dejando atrás los cargos de responsabilidad en el municipio, para ponerse a
trabajar de dependiente en un comercio de ropa. Un bazar conocido en aquel
Madrid entonces pueblerino, el de San Antonio, en la calle de la Corredera
Baja, que no tardaría nuestro protagonista en regentar, haciéndose con el
traspaso del local y ampliando el negocio a toda clase de vestimentas, telas y
objetos para la casa.
Al
tiempo que regentaba su comercio se dedicó a
publicar numerosos poemas, y lo que él definió como pensamientos, en la prensa. Del mismo modo que pensamientos y
pasquines regalaba a sus clientes, en los que daba a conocer sus poemas morales.
Siendo de alguna manera tomado a chanza por los ilustres periodistas y
escritores de su tiempo, que decían de él: …
puede decirse, como dijo Zorrilla y con mayor razón, que brotó al borde de la
tumba de un malvado. Inescrutables misterios de la providencia, que saca un
poeta de un crimen, y otras veces permite que suceda lo contrario. Haciendo
memoria del modo que nuestro personaje llegó al mundo literario.
La
buena marcha del Bazar de San Antonio de la calle de la Corredera le permitió
abrir un segundo y más amplio local, el Bazar de La Latina, en la calle del
Humilladero que, si hacemos caso a las crónicas de su tiempo, le hizo rico,
dedicando parte de su fortuna a la
edición de sus obras en verso, así como de algún que otro libro de
cuentos. El más famoso sus “Cuentos de
Viejo”, en el que dejó reseña de cómo era el Almiruete que él conoció y lo
lanzó al mundo de la literatura.
Llegó a escribir y publicar más de 1.500 poemas distribuidos entre su
clientela y dados a conocer a través de la prensa que, a finales del siglo XIX,
cuando la salud le comenzaba a faltar, reconocía su ingente labor. Junto a sus
poemas editó sus consejos, al Gobierno del reino y al Ayuntamiento de Madrid,
al que se permitió aconsejar la manera de cómo convertir la capital del reino
en una ciudad industriosa.
Al
fallecimiento de su esposa, en 1897, fue cuando ideó la manera de que el pueblo
la recordase y su memoria se mantuviese a través del tiempo. Fue cuando imaginó
que reconstruyendo la ermita de su pueblo todos los vecinos los recordarían.
Reconstruyendo la ermita y restaurando las imágenes que se encontraban
abandonadas en ella. Ya que comenzaba a ser un conjunto informe de ruinas tras
el desplome del tejado. Sin que el municipio tuviese medios de llevar a cabo
unas obras imposibles.
Las
obras concluyeron y se inauguró la ermita,
el ya dicho 22 de agosto de 1899.
El propio Juan de Dios se encargó de redactar el acta de inauguración, que es
una especie de resumen de su vida y obra: En
el pueblo de Almiruete, a 22 de agosto de 1899, siendo las ocho de la mañana y
reunidos bajo la presidencia del Sr. D. José García Bayllo, cura ecónomo de
esta parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, los Sres. D. Luis Díaz,
párroco de la villa de Mochales y antes de Palancares, y cura ecónomo de
Almiruete; D. Desiderio Morena, cura párroco de Palancares…
Todavía, tras dejar en orden la ermita y dotar al pueblo con toda una
colección literaria de sus obras principales, para obsequio de la juventud
futura, continuó escribiendo sus “pensamientos”.
Un
año antes de fallecer dio a la imprenta lo que sería su último trabajo “Herencia que va a dejar esta guerra a la
Europa y al Mundo entero”, editado con ocasión del final de la Primera
Guerra Mundial, ya que corría el año de 1918; y con anterioridad a esto había
dejado escrito un curioso artículo mediante el que desmadejaba los impuestos
que pagaban los españoles por provincias y regiones, con un apartado sobre lo
que se pagaba en Madrid y en Barcelona, al hilo de uno de los muchos intentos
de separatismo que, tras dar cuenta de que los madrileños pagaban a la hacienda
pública prácticamente el doble que los catalanes, concluía diciendo, al hilo
del coste de los productos, que se dispararía tras una eventual independencia,
o anexión a la república francesa, que era lo que entonces pedían los
catalanes: “Estamos seguros de que no
habrá un fabricante que esté en su cabal juicio que pida la separación de
Cataluña de la madre patria”. La obra “El
debe y haber de la Nación”, es un conjunto de sumas y restas que a él le
funcionaron en sus negocios.
Murió en Madrid, el 28 de julio de 1919. La prensa se hizo eco de su
fallecimiento: Juan de Dios Blas. Otro
amigo que desaparece, después de haber consagrado su larga vida a un trabajo
honrado y constante, merced al que consiguió reunir una fortuna que unida a su
nombre honorable lega a su desconsolado hijo. A más de un comerciante
inteligentísimo, versificaba con gran facilidad y no pocos trabajos suyos
vieron la luz en las columnas de los periódicos.
También por los periódicos provinciales quedaron su firma, pensamientos
y cuentos; y sus libros son, al día de hoy, pequeños tesoros que nos hablan de
un tiempo pasado en el que en nuestros pueblos, a pesar de su aparente
insignificancia, había mucha vida.
A
pesar de todo lo que dejó escrito su obra más conocida, como indicado queda,
fue la titulada “Cuentos de Viejo”,
publicados en 1887, haciendo memoria de lo que, una noche lejana de 1843, le
contó un supuesto viajante llegado a Almiruete y a quien, una noche de
invierno, sus padres le abrieron la puerta de su casa. Pareja a ella, “Las maravillas de la creación”. Relatos
con moraleja, a la moda de la mitad del siglo XIX, que nada tienen que ver, sin
embargo, con la provincia de Guadalajara ni mucho menos con la serranía
guadalajareña de la que nunca se olvidó, como lo prueba aquella reconstrucción
de una ermita que, al día de hoy, se encuentra perdida en el tiempo, y
enmarañada en la ruina. Aunque conserve esa placa que mantiene su memoria en el
lugar de Almiruete cuyo nombre árabe
indica que fue fundado… Claro está que nunca pudo imaginar que la sierra,
su sierra, se despoblase en la forma en que lo ha ido haciendo. Y que de su
pueblo fuesen marchando, poco a poco, la mayoría de quienes conservaron su
memoria.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Nueva Alcarria, Guadalajara, 22 de agosto de 2018