MEMORIA DE DON RUFINO BLANCO Y SÁNCHEZ.
Natural de Mantiel, fue mucho más que un
maestro de escuela.
Ciento cincuenta y ocho años se cumplen
desde que un 16 de noviembre naciese en Mantiel, uno de esos pueblecitos de la
Alcarria, don Rufino Blanco y Sánchez. Hombre que, pasado el tiempo, escribiría
alguna de las gloriosas páginas de la pedagogía española y, porque no decirlo,
europea. Su nombre traspasó fronteras y continúa siendo, al dia de hoy,
referente en esa ciencia tan compleja y en ocasiones enredada como es la
enseñanza. La educación en la cultura y la historia de los hombres del mañana.
Don Rufino fue, por encima de todo, un
maestro. También fue un hombre de bien. Me lo recordaba uno de sus nietos, del
mismo nombre, sentados los dos en una biblioteca. Un hijo de Julián, quien
recordaba que aquel domingo, cuando llamaron a la puerta de la casa de su abuelo,
en la calle de Viriato número 65 de Madrid, su padre fue el primero en
levantarse de la mesa. Estaban terminando de comer. Don Rufino, como siempre,
sus verduras, pues era vegetariano, y de ello hacía gala. De ser vegetariano y
de no haberse puesto enfermo nunca. La muchacha del servicio entró en el
comedor a decir que preguntaban por él, por don Rufino.
Fue cuando Julián se levantó, y se le
escuchó hablar con quienes preguntaban por su padre. No pasaba nada. Tan sólo
tenía que acompañarles para hacerle unas preguntas. Le dijeron que regresaría
en un par de horas.
Julián se prestó a acompañarlo. No era
cuestión de dejarlo solo. Don Rufino ya era un hombre mayor. Con los 76 años
cumplidos; el día estaba fresco y el ambiente no era de lo más agradable para
caminar sólo por las calles de Madrid, en medio de aquella orgía de sangre que
se inició con los calores de julio de 1936.
Y los dos, don Rufino y Julián, salieron
entre aquellos, después de que diesen una vuelta por la casa y se llevasen,
requisaron, hasta tres colchones, y bajaron los peldaños de madera de la casa
de la calle de Viriato. Doña María, su mujer, se santiguó antes de cerrar las
puertas y volver a la mesa, con el presentimiento de que Rufino no regresaría.
Su padre, el de don Rufino, dejó Mantiel
cuando el muchacho comenzaba a sacar la cabeza. El padre de Rufino Blanco era
practicante. Se trasladó a Madrid dejando a don Ramón, el señor cura que hasta
entonces se había ocupado de enseñar al joven las cuatro reglas,
cariacontecido. Pero con el convencimiento de que el chiquillo llegaría lejos.
Y lo hizo. Comenzando los estudios en la
Escuela Normal Central. Allí se hizo Bachiller. Las notas no fueron muy
brillantes. Un simple aprobado. Suficiente para continuar su carrera hacía el
Magisterio. En enero de 1883 obtuvo el título de Maestro de Primera Enseñanza,
y comenzó a dar clases, en la Escuela Modelo de Madrid, donde conoció a la que
sería su mujer, toda una dama de la vieja aristocracia cántabra, doña María
Pérez de Camino y Garmendia. Dos meses duró el noviazgo. Se conocieron, se
miraron a los ojos y se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el
otro. Del matrimonio nacerían siete
hijos.
Fundaron su primer hogar en la calle del
Divino Vallés, en el número 24. Allí nacieron los hijos, y de allí comenzaron a
salir las obras literarias que le harían ser un referente en el mundo. El
primer libro, en 1888, llevaba por título “Nociones
de Psiocogenesia aplicada a la Pedagogía”, que fue recibido con buena letra
por la crítica, y por los maestros, sus compañeros de profesión.
Supuso que, al tiempo que escribía y daba
clase podía continuar mejorando. Se licenció primero y doctoró después, en 1889,
en Filosofía y Letras. Para entonces se había convertido en el alumno preferido
de don Marcelino Menéndez y Pelayo. De la misma manera había continuado
ascendiendo en el mundo de la docencia, y en el periodismo. Sus colaboraciones
en prensa, en numerosa prensa, resultaron habituales. En España y
Latinoamérica. A aquellas colaboraciones mayoritariamente en la prensa docente
se unirían las de periódicos de tirada nacional, como el ABC, o revistas
seguidas por un público ávido de conocer, como Blanco y Negro. Curioso, en
Blanco y Negro firmaba con siglas: U.C. de la A. El público que leía aquellos
artículos tardó en conocer el significado: “Un
crítico de la Alcarria”.
En 1910 comenzó su trayectoria como profesor
de Pedagogía Fundamental de la Escuela Superior de Magisterio, que no dejaría
ya hasta su jubilación, en 1931. Salvo cuando, aceptando cargos de mayor grado,
tuvo que dedicarse a ellos. En 1921 fue nombrado Consejero de Instrucción
Pública; poco después concejal del Ayuntamiento de Madrid; y en 1927, por tres
años, Gobernador civil de Segovia.
Entre medias colaboró en la fundación de la
Escuela de Estudios Superiores de Magisterio; fue miembro de la Junta para la
Extinción del Analfabetismo; Vicepresidente de la Asociación de la Prensa de
Madrid; y de una decena más de instituciones, que lo llevaron a ser el
referente que decíamos, en su campo: la docencia, la pedagogía.
Si alguna lacra podían imputarle sus
enemigos estaba en sus creencias religiosas. Era, como alguien dijo, católico a
machamartillo, y sus creencias las
trasladó a la escuela y sus escritos. Porque continuó escribiendo y publicando,
hasta que le llegó la hora de la jubilación forzosa, en aquel 1931 de tantos
cambios para la historia patria.
Es, sin duda, y como se reconoce, el gran
erudito de la Pedagogía Contemporánea. La relación de su bibliografía es
interminable; algo más de medio centenar de obras que fueron, y continúan
siendo, de estudio en el mundo de la escuela y la enseñanza.
Decenas de artículos de prensa, conferencias,
estudios… Y sus reconocimientos, que muchos fueron: Comendador de la Orden
Civil de Alfonso XIII; Medalla de Plata del 1º Centenario de los Sitios de
Zaragoza; Socio de Honor de la Liga Cervantina Universal; Del Círculo de Bellas
Artes de Madrid; Caballero de la Orden Pontificia de San Silvestre… Alcarreño
siempre.
Su último trabajo fue el discurso de ingreso
en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El 27 de febrero de 1935
recibió la carta del Secretario Perpetuo de aquella Real Academia. Traía fecha
del día anterior: Esta Academia, en
sesión de hoy ha nombrado a V.E. Académico de número de la misma…
Honores de anciano, debió de pensar don
Rufino. Las Reales Academias tuvieron tiempo de nombrarlo y admitirlo en su
seno. Pero no lo hicieron, hasta entonces. En alguna que otra ocasión se pidió
su ingreso en la Real de la Lengua pero no llegó a la puerta. Preparó su
discurso de ingreso “Sobre la Educación
Moral, y la Educación Cívica”, que leyó el 29 de marzo de 1936 y, quien
tantos cargos desempeño a lo largo de su vida, ya en el ocaso, sorprendió con
las líneas finales: “Yo no soy más que un
Maestro de Escuela, a lo más, un crítico de la Alcarria”.
Era el 2 de octubre de 1936 cuando lo fueron
a buscar y, efectivamente, como doña María auguró, no regresó. A don Rufino lo
encontraron a la mañana siguiente de su marcha, en una cuneta de la carretera
de Burgos, a la salida de Madrid. Su hijo Julián estaba unos metros más atrás.
Ambos asesinados a tiros de pistola.
La noticia de su muerte, difundida a través
de la embajada de Francia, conmocionó al mundo de la docencia, de España y de
Europa. Fue, como tantas, una de esas muertes sin sentido que producen las
guerras. Las ideas. Las revoluciones. El ciego fanatismo político, que tanto
daño hace.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
16 de noviembre de 2018