ATIENZA,
GALDÓS Y EL ABUELO CALIXTO.
Atienza
es protagonista en la tercera parte de los “Episodios Nacionales”, de Pérez
Galdós.
El
25 de noviembre de 1902, a pesar de que en Atienza o Guadalajara muy pocas
personas lo conocieron, el nombre de la villa pasaba a formar parte de la
historia de la literatura española. Antes del verano de ese año se puso a la
venta el primer “Episodio Nacional”
de la cuarta serie, que tanto éxito dio a uno de los mayores escritores que ha
dado la tierra patria, Benito Pérez Galdós. El Episodio llevaba por título “Las tormentas del 48”, y en él aparecía,
por vez segunda, el nombre de Atienza. En la ocasión anterior fue al hablar del
Empecinado. En “Las tormentas del 48”
se daba a conocer a los lectores que la familia del protagonista, José Fajardo,
por parte materna, era de Atienza, y comienza a descubrirnos la historia de un
pueblo contada, novelescamente, a su manera.
Las manos de don Benito, hay que decirlo todo, debían de ser por
aquellos años una especie de máquina de escribir. O su vida no se dedicaba a
otra cosa que a eso, entintar folio con sus historias.
Una
parte de la prensa pudo devanarse los sesos tratando de atar cabos del porqué
don Benito se fijó en la villa de Atienza para relanzarla a la fama novelesca.
Ya la habían tomado como protagonista otros novelistas de su tiempo, y
anteriores, como Manuel Fernández y González o José Muñoz Maldonado, y a don
Benito le seguiría, en orden de importancia literaria, al margen de los
naturales de la localidad, Pío Baroja con su ya más que famosa “Nave de los locos”.
El devaneo se centraba en cuándo o cómo había visitado la villa el
insigne escritor; o qué modelo le sirvió de base para entusiasmarse de tal
manera con la población como para hacerla partícipe de sus historias. Una
gloria que no está al alcance de cualquiera.
Según
algunos periódicos provinciales la visita de Pérez Galdós a la villa de Atienza
se anunció para ese verano de 1902; para otros por ese tiempo se anunció la
petición de documentos, historias y descripciones, al Excmo., e Ilmo.,
Ayuntamiento de Atienza por parte del novelista, como reseñó el semanario Flores y Abejas al advertir que solicitó
información municipal sobre el estado de las murallas, conventos,
fortificaciones y situación topográfica. En ninguno de ellos se decía, algo que
ya contamos con extensión en Nueva Alcarria de 10 y 17 de marzo de 1995, que en
el servicio de su casa se encontraban dos muchachuelas naturales de Atienza,
Eusebia y Juana Lázaro de la Fuente.
La vida de ambas, y de la familia, mereció figurar en alguna de las
novelas costumbristas de don Benito ya que su padre, Calixto Lázaro Chicharro,
fue protagonista de alguno de esos episodios que a Pérez Galdós tanto gustaba
reflejar en sus obras.
Era de profesión cedacero, el bueno del señor
Calixto, y tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, Alejo y Remigia, y de su
madre, María, después de que en una de aquellas, de las cosas que ocurrían en la década de 1850, unos facinerosos
asaltasen a su padre cuando regresando de vender cedazos en las ferias de San
Lucas de Guadalajara, le saliesen al camino para robarle los cuatro reales de
la ganancia. Y no sólo eso, sino que le
dieron tal paliza que lo encontraron difunto ocho días después de estar buscándolo.
Tenía Calixto, como ya en Nueva Alcarria contamos, una tía que hizo en
Madrid buen matrimonio, la tía María, quien llamó a su lado a las sobrinas, para
que acompañasen a la prima Tomasa y con ella, en los albores del siglo XX,
iniciaron Juana y Eusebia su “aventura”,
en la puerta de al lado de doña Carmen Pérez Galdós, de donde pasaron a la casa
de don Benito.
Ni
que decir tiene que quien es de pueblo de ello presume y su pueblo muestra,
aunque sea en estampas costumbristas y mal contadas, como debieron de hacerlo
las hermanas Lázaro de la Fuente, hasta el punto de interesar al novelista,
quien ya conocía una parte de la provincia. Se había detenido en Sigüenza
cuando cubrió el viaje triunfal del general Serrano de Madrid a Zaragoza en el
mes de octubre de 1870; y había visitado en más de una ocasión el Jadraque
veraniego de su buen amigo José Ortega Munilla y su no menos admirada poetisa
asturiana Micaela Silva, cuando ambos acudieron a la localidad en busca de
salud.
La maestra entonces de Atienza, Isabel Muñoz Caravaca, despotricó lo
habido y por haber en el diciembre de aquel año de 1902, después de haber leído
y releído la obra de Galdós, aquel “Narváez”
que la consagraba al mundo de la literatura. Doña Isabel, que no solía dejar
títere con cabeza si a ello se ponía y en su particular gesto de “perdonavidas”, tituló su artículo de
forma elocuente: “Pase por una vez”,
y se puso a buscar lo que ella llamó “imperfecciones”,
o defectos de forma entre el original y la copia. Entre la Atienza real y la
retratada en su novela por Galdós.
En
su análisis crítico-literario dio a conocer lo ya sabido de que el autor
solicitó información al consistorio, ignorándose si obtuvo la respuesta
solicitada, y que se anunció la visita para el verano anterior y nadie sabía
con certeza si don Benito estuvo en Atienza o pasó de largo. En su escrito doña
Isabel concluye como comienza: pase por
una vez. Perdonando al gran novelista sus imperfecciones a cambio del
lanzamiento literario urbi et orbi,
de Atienza.
La duda que ella expresaba del ¿por qué no vino?, estando anunciada su
visita, quedaba aclarada, en que, sin ruido ni fanfarrias, don Benito ya había
estado allí. En Atienza.
Lo había hecho en los últimos meses de 1901 y lo repitió en la primavera
de 1902; antes, el viaje lo llevó a cabo en el mes de abril, de que apareciese
en las librerías su “Tormentas del 48”,
y meses antes de su “Narváez”. Y
había estado en Atienza en ocasiones anteriores y lo estuvo después.
Y
sí, en aquellas ocasiones se alojó en la casa de Calixto Lázaro Chicharro. Una
casona a mitad de camino entre las labriegas y la de los artesanos medio
acomodados, en el barrio de Portacaballos. Casas y calles que en aquel tiempo,
y como bien nos dice don Benito, el empedrado reproducía los pavimentos del Purgatorio.
El Purgatorio es un limbo que ya no sabemos certeramente si existe o no,
de tantas interpretaciones como se nos hacen; la casa que fue de Calixto Lázaro
Chicharro todavía se mantiene en pie y hasta no hace mucho tiempo la familia mostró, a los
curiosos por conocer, el cuarto en que
se alojó y la cama en que durmió el novelista que, a la moda de las
capillas, y como si de una más se tratase, lucía como aquellas lucen la
iconografía de su dedicatoria: un retrato a plumilla, dedicado, fechado y
firmado por él, por don Benito Pérez Galdós.
Muchos otros rastros quedan de la Atienza de Pérez Galdós. Hidalga como
pocas se muestra la fachada de la casa del Cabildo de Clérigos de cuyos
balcones Galdós colgó la bandera de la cofradía de los recueros; como la
definió, la carnavalesca procesión del día de Pentecostés, y tantas cosas más
que podían ser un atractivo más de visita turística hacía la villa, de haberlo
sabido utilizar.
Podían haber sido, las cartas cruzadas entre la familia Lázaro y don
Benito, los retratos o los libros que el gran novelista mandó o dejó en
Atienza, un reclamo más. O podían estar expuestos en biblioteca o sala aparente,
que pocas poblaciones pueden presumir de tal legado. Pues unos cuantos
recuerdos se trajeron las hermanas Lázaro, reclamadas por su padre, para
casarse. Eusebia con el tío Guarín, un viudo que no levantaba cuatro palmos de
estatura, y no hizo la mili porque no dio la talla, pero de bondad pareja a la
santidad. Juana con el tío Polvorilla, Benito Sancho de Francisco.
En aquella ocasión no se decía, cuando con mayor extensión tratamos las
estancias de Pérez Galdós en Atienza; digamos en esta que Eusebia Lázaro de la Fuente fue la abuela materna de
quien esto escribe y, por tanto, Calixto Lázaro Chicharro el bisabuelo. En
alguna ocasión, con ese nombre, firmó el escribidor alguno de sus trabajos; e
igualmente, de vez en cuando, hace un repaso por aquellos libros que, con
Atienza al fondo, dejó para la historia de la villa el gran Pérez Galdós.
Doña
Isabel, la maestra cascarrabias, concluyó en que don Benito Pérez Galdós
conocía Atienza, sin duda de ninguna clase, y nadie mejor que ella para
afirmarlo, y bien sabía el por qué. Ningún periódico provincial, o nacional, se
fijó en que Atienza tenía un papel principal en esta y en las obras siguientes
del gran autor merecedor, sin duda, de mejor memoria en la siempre dormilona
villa, como él la describió.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 23 de noviembre de 2018