SIGÜENZA: VILLANCICOS PARA UNA CATEDRAL.
La catedral de Sigüenza fue cuna de los
grandes compositores musicales de la provincia.
Don Juan Lorenzo Muñoz Sánchez, maestro de
capilla de la Santa Iglesia Catedral de Santa María de Sigüenza, no nació en la
ciudad episcopal, aunque en ella murió próximo a cumplir los ochenta años de
una edad metida en música de villancicos, el 16 de abril de 1838. Era natural
de un entonces pueblecito de Zaragoza, hoy poblachón, llamado Ariza, y llegó a
Sigüenza cuando rondaba los veinte años de edad, hacía 1780, más o menos. En
Ariza había nacido el 15 de diciembre de 1760 con lo que estaríamos celebrando,
de celebrarlo en estos días, su 258 cumpleaños.
Fue discípulo, en asuntos musicales, de don
Acacio Garcilópez de la Peña, a quien se tiene por natural de Argecilla, en
nuestra provincia. En realidad don Juan Lorenzo Muñoz no pasó mucho tiempo con
su maestro, pues don Acacio falleció en Sigüenza el 12 de noviembre de 1781,
siendo, a su vez, discípulo de otro de los grandes músicos que ha dado la
catedral, el soriano don Salvador de Sancho e Iturmendi, natural de Medinaceli
y fallecido, como nuestros anteriores músicos, en Sigüenza; don Salvador el 11
de agosto de 1754.
Son tres de los mejores músicos y
compositores que vivieron la Sigüenza que cabalgó a lomos de dos siglos, el
XVIII y el XIX, que hablaron alto y claro en el tema musical. Los tres dejaron
innumerables composiciones, como maestros de capilla que fueron.
Un oficio como otros muchos, dentro de la
gran ciudad que componía, en aquellos
tiempos, la catedral. Una especie de ciudad dentro de la propia ciudad, de la
que no hay mejor testimonio que el que, referido a la de Toledo, nos dejó
escrito aquel gran novelista que fue don Vicente Blasco Ibáñez en una novela
que no podía llevar otro nombre: La
Catedral.
No hace demasiado tiempo que los tres
nombres de nuestros maestros de música saltaron a las noticias, al programarse
un concierto con lo mejor de su música. Una música, entonces como hoy,
calificada de religiosa, compuesta para engrandecer los oficios litúrgicos.
La Catedral de Sigüenza, cuna de los villancicos en la provincia de Guadalajara |
Pocos han sido los maestros de capilla de la
catedral de Sigüenza que no han dejado alguna de sus composiciones para la
historia. Habiendo sido Sigüenza un referente en siglos pasados en esto de dar
nombres a la composición, desde estos tres a Gregorio Bueno de la Plaza, o Manuel Sardina,
que interpretó parte de la música en la honras fúnebres que tuvieron lugar en
la entonces catedral de Madrid, San Isidro, en honor de los héroes del
alzamiento del 2 de mayo de 1808, Daoiz y Velarde, cuando fueron trasladados
sus restos el 1º de mayo de 1814.
Y es que también la provincia ha dado a la
historia de la música española algún que otro gran nombre; desde el universal
guitarrista Segundo Pastor, a los Barbero de Hita, padre e hijo, pasando por
José Casado –de Cogolludo-; Joaquín García Plaza –de Guadalajara-; Ruiz de
Tejada, de Hiendelaencina; o Román García Sanz, que compuso el Himno de
Guadalajara con letra de Miguel de Castro.
Era habitual, en los tiempos de los que
hacemos memoria que los músicos, como la mayoría de los artesanos, enseñasen el
oficio a sus hijos. Y así Miguel de Sancho fue hijo de otro gran músico,
natural de Morón de Almazán, Lucas de Sancho. Con Miguel de Sancho llegaron a
la catedral algunos de los instrumentos musicales que más tarde formarían parte
de las grandes orquestas, los violines, violas, flautas, trombas y oboes, ya
que hasta entonces la mayor parte de la música se servía mayoritaria y casi
exclusivamente, del órgano.
El seguntino Urbano Aspa, uno de los mayores compositores que ha dado la provincia de Guadalajara |
La mayoría de los músicos que salieron de
Sigüenza a correr los cuatro puntos cardinales de España, y no fueron pocos, se
formaron en el colegio de Infantes, del que salieron nombres como Diego de las
Mulas, Mateo Villavieja, Juan José de Sigüenza, Jerónimo de Yanguas, Juan
Carralero o Manuel de Osete. Y todavía, la nómina de ilustres maestros de
música, y de infantes de coro, se podría ampliar.
Por supuesto que todos, cada uno a su manera, dejó su nombre para la historia; pero
quizá fuese el primero de nuestros mentados, Juan Lorenzo Muñoz Sánchez, quien
más destacó en aquello de dejar señalados algunos que otros villancicos para
ser cantados en la Santa Iglesia Catedral por estos días. Villancicos que, con
letra y música, acompañaron los actos religiosos más solemnes.
Los títulos de todos ellos forman, como sus
composiciones, una larga relación, iniciándose con las pastorelas del
nacimiento y concluyendo con la adoración de los reyes, para ser interpretados
por el coro y con acompañamiento
musical, sin que nos aclare, al contrario de lo que hace su antecesor, don
Acacio Garcilópez, qué clase de instrumentos han de tocarse. Don Acacio
refleja, en los que compone para ser interpretados en 1780, que la música será
de órgano, violines, oboes y trompas.
En 1783 comenzó a componer la música de sus villancicos don Juan Lorenzo Muñoz,
conservándose la mayoría de ellos, hasta
los que se interpretaron en 1801, siendo quizá los que más nos suenen los que
escribió para ser cantados en 1796:
Zagales
festivos, pastores alegres, celebremos el gozo, que de Belén nos viene, tengámosle alegre el día
en que nace, el Rey de los Reyes, suene y resuene, con ruido sonoro, festivo y
decente, castañuela y sonaja, con el panderete…
Por
supuesto que sí. Por supuesto que don Juan Lorenzo Muñoz fue igualmente maestro
de grandes músicos. En este caso no fueron hijos de nuestro hombre quienes lo
siguieron. A pesar de que dos de ellos, quizá por sernos más cercanos, destacan
sobre todos los demás, José Flores Laguna, natural de Las Inviernas, donde
nació el 3 de mayo de 1817 y quien tras recorrer España y Europa con sus
composiciones murió en Madrid el 12 de enero de 1888 después de haber fundado
varias orquestas y dirigido numerosos coros y, por supuesto, don Urbano Aspa y
Arnao.
Todavía vivos, se mantienen los villancicos de Juan Lorenzo Muñoz |
De don Urbano es mucho lo que queda por
decir, puesto que es quizá el músico de mayor renombre que ha dado el siglo XIX
a la provincia. Don Urbano fue discípulo de don Juan Lorenzo, y a su vez,
maestro de Gregorio Bueno de la Plaza, que también nació en Las Inviernas,
entonces Villamayor de las Inviernas, seis o siete meses después que Flores
Laguna, con lo que, al final, nuestra capilla musical termina girando sobre la
misma mano.
Don Urbano dejó al morir más de trescientas
composiciones musicales que administró su hijo Mariano desde el domicilio
familiar en la calle de la Aduana de Madrid, cuando el maestro se fue a morir a
Fuencaliente (Soria), donde entregó su alma el 28 de agosto de 1884 a los 75
años de edad; había nacido en Sigüenza en 1809.
Y, aunque todos los escribieron y
musicalizaron, son sin duda los de nuestro maestro Juan Lorenzo Muñoz los
villancicos que, por estos días, más animan la Navidad:
Buscad esta dicha, que hoy viene a buscaros, Belén es la patria, la casa
un establo, la cuna un pesebre y el traje unos paños…
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
14 de diciembre de 2019