miércoles, 13 de febrero de 2019

ATIENZA: LA NAVE DE LOS LOCOS. Memoria de Pío Baroja en Atienza

ATIENZA: LA NAVE DE LOS LOCOS.
Memoria de Pío Baroja en Atienza



   Don Pío Baroja imaginó que el castillo de Atienza formaba parte del escenario de aquel famoso cuadro de El Bosco que puso título a una de sus más logradas novelas; la nave en la que los locos navegaban con su torre del homenaje como vela, a través de los campos de Castilla. 


   A estas alturas del tiempo a pocos se les escapaba la rivalidad que hubo entre Baroja y Galdós, en Atienza también, y después de leer y comparar la obra de ambos, no me cabe duda de que a Pío Baroja le hubiese gustado en algunos momentos de su vida literaria trocarse por Pérez Galdós. Ambos fueron testimonio de una época que legó a la literatura española un buen puñado de obras narrativas en las que la historia cercana es parte importante.

    Parte importante de la historia del siglo XIX fue también Atienza. El siglo XX terminó por darle la puntilla, después del último tercio de maltrato del siglo anterior. A pesar de ello no pasó desapercibida para los grandes intelectos que en algún pasaje de sus obras de historia novelada quisieron incluir el nombre de Atienza. 



   Centró Pérez Galdós una parte de sus Episodios Nacionales en tierra de Atienza. Para los recelosos siempre quedará la duda de si don Benito llegó a hospedarse en Atienza.

   Algunos testimonios señalan el lugar de su cobijo, y cierto es que se cruzaron cartas entre el consistorio de Atienza y Pérez Galdós cuando este, previo paso a su visita, trató de cerciorarse de algunos aspectos de la historia. Curioso sería al día de hoy conocerlas. Existir, existieron. Del mismo modo que se conserva la casa de Calixto Lázaro Chicharro, cedacero del barrio de Portacaballos, donde residió don Benito por espacio de unos días.

   Galdós y Baroja fueron dos, hubo muchos más. La villa, cuando Galdós y Baroja la introdujeron en sus obras formaba parte de la novela creada a la carrerilla por el conde de Fabraquer. Y formaba parte de la obra del “Dumas” español, Manuel Fernández y González.


   Baroja, quien también pateó Guadalajara, y recorrió las calles de Atienza en varias ocasiones, alojándose en la Posada del Cordón, sacó la villa a pasear al hilo de las guerras carlistas, tan presentes en su obra, y en “La Nave de los Locos”, con la figura del general Gómez por bandera. A Gómez y sus cañones, cuenta la tradición, se deben algunos agujeros horadados en las murallas atencinas, verídico o no es cosa que habrá de ponerse en cuarentena.

   Tampoco Baroja nos lo desvela, ni en su obra, escrita por 1924/25, ni en aquel otro viaje que le llevó a recorrer los caminos del General, por el otoño de 1934. No preguntemos, su paso no quedó registrado en los anales de la villa, aunque él nos lo cuente y retrate con esa severidad que únicamente don Pío sabía reflejar. Y tan escrupulosamente retrató la villa y su sociedad que no podemos dudar de que, efectivamente, estuvo allí y se sentó ante los veladores del Casino de Sociedad.

   Nos presenta Baroja a nuestro pueblo a través de un curioso personaje de doble oficio, procurador de los tribunales, y anticuario. Un personaje que, a pesar del tiempo transcurrido, pudiera ser cualquiera, al día de hoy:



   Comieron en la mesa redonda, y en la comida apareció un procurador y anticuario de Atienza, llamado don Matías Raposo, que venía a tratar de negocios…

   El señor Raposo, hombre de unos cincuenta años, pequeño, gordito, ya cano, afeitado, con anteojos, un poco barrigudo y con la sonrisa maliciosa, hablaba con ingenio…

   La silueta de Atienza en la obra de Baroja en poco difiere de la que conocemos a través de otros autores, no olvidemos que nos encontramos en el primer tercio del siglo XX:

   Al día siguiente domingo, fueron los cuatro a Atienza y comenzaron a ver al mediodía la silueta grave de aquella ciudad, asentada sobre un cerro, bajo una aguda peña coronada por el castillo. El día estaba frío y el sol pálido iluminaba los tejados grises del pueblo.

   Al llegar, el señor Raposo se marchó a su casa, García de Dios se despidió y el Mantero y Alvarito fueron a hospedarse a la posada llamada del Cordón, por ostentar en su portada un gran cordón de relieve tallado en la piedra sillar y varias inscripciones góticas.

   El Mantero preguntó maliciosamente al dueño de la posada por el señor Raposo, y el dueño les dijo que el procurador era de una roña y de una avaricia increíbles”.

   Y continúa:

   Al parecer, el señor Raposo resultaba hermano espiritual del licenciado Cabra, y el posadero contó detalles de la sordidez del procurador, que más que de avaro parecían de loco.

   Después de comer, el señor Raposo se presentó en la posada para ofrecerse a acompañar a Alvarito por si quería ver el pueblo y el castillo. Sin duda, el procurador deseaba lucir sus conocimientos arqueológicos.

   Salieron de la posada. La tarde estaba desapacible, fría; corría un viento helado. Cruzaron varias calles, y al subir hacia el castillo, en la cuesta, vieron a un cura sentado en el repecho con un bastón en la mano, en actitud pensativa. Era un hombre de cara sombría y desesperada.

   Tras el encuentro con el cura, accedieron al castillo:

   Subieron al antiguo castillo, levantado en el cerro, sobre una roca caliza, y Alvaro escuchó las disertaciones del procurador. Le mostró los muros, las puertas, la plaza de armas, los arcos y los torreones.

   Desde lo alto del castillo explicó el señor Raposo la extensión antigua del pueblo, hasta dónde llegaban los distintos barrios y dónde caía la judería. Como hacía frío allá arriba, Alvarito no preguntó nada, y a la menor insinuación del señor Raposo de bajar al pueblo, aceptó, y fueron los dos a refugiarse en el casino de la plaza. Más de lo que contó el procurador, le impresionó a Álvaro aquella figura trágica del cura sentado sobre una peña en la tarde helada. ¡Qué estampa para La nave de los locos! 



   Entraron en el casino del pueblo, que ocupaba el piso principal de un viejo caserón de la plaza. Para el señor Raposo regía la costumbre inveterada por principios de no tomar nada más que cuando le convidaban, y Alvarito le convidó”.

   Algo muy habitual en aquella alta sociedad atencina de hidalgos venidos a menos y funcionarios de visera y anteojo, y que continuó a lo largo del tiempo. La alta sociedad, los funcionarios y chupatintas de su tiempo siempre fue muy mirada en aquello de pagar los convites.

   El Casino se abrió a finales del siglo XIX. Allí pasó don Pío ratos agradables en su última visita a la población, en 1934.

   No nos faltan el mercado, la lluvia, aquellos personajes envueltos en humo de los viejos cafés, algún que otro dicho, y el embrujo de saber que Atienza también vive en la obra de aquel gran escritor que fue Pío Baroja, por cuyas venas corría sangre alcarreña, por Tendilla.

Tomás Gismera Velasco
Periódico Nueva Alcarria, Guadalajara, Viernes, 14 de julio de 2017