lunes, 11 de febrero de 2019

DAMIÁN SÁEZ SÁNCHEZ. EL OBISPO DEL REY

DAMIÁN SÁEZ SÁNCHEZ.
El Obispo del Rey


   Del Rey Don Fernando VII, el Felón. Natural de Budia, don Víctor Damián Sáez Sánchez. De Budia, ese hermoso lugar de la Alcarria en donde nuestro hombre nació un lejano día del mes de abril de 1776, hijo de don Damián Isidoro Sáez Mayor, nacido en Budia, y de doña María Teresa Sánchez de Oñoro, que fue nacida en el lugar de Iriépal.

   Como era costumbre en familias de cierta hidalguía, como lo era la de don Damián Isidoro Sáez Mayor, Abogado de los Reales Consejos de Su Majestad, algunos de los hijos del matrimonio debía dedicarse a la iglesia; y al seminario de Sigüenza, para continuar la carrera eclesiástica entregaron no a uno, sino a cuatro de los varones de la casa. Cuatro varones del segundo matrimonio de don Damián Isidoro, quien lo contrajo con doña María Teresa luego de que su primera esposa, doña Teresa de Olarte, falleciese. Con Doña Teresa de Olarte le nació a don Damián Isidoro al menos un hijo, de nombre José, que también se graduó en Cánones en Sigüenza.

   Del segundo matrimonio vivieron algunos más, don José Joaquín, quien siguió estudios en el colegio de San Antonio de Portaceli, de Sigüenza, y fue cura párroco de Cantalojas por espacio de casi veinte años; antes de serlo de alguna parroquia de Sigüenza, y de alguna otra del obispado de Tortosa después del nombramiento como obispo de su hermano Damián.

   De Tiburcio, quien se doctoró en Teología en Alcalá de Henares antes de ser párroco de Pareja y luego magistral de Sigüenza, pasando después a ser canónico de Orihuela, y predicador y capellán de honor de S. M. D. Fernando VII.




   De Ambrosio, quien fue cura párroco de Carabias y suplente de su hermano José Joaquín en Cantalojas, antes de acceder al arcedianato de Sigüenza, y que murió siendo Deán de la catedral.

   De doña Juana Antonia María Magdalena de Pacis, a quien se ha definido como “Juana la Hidalga”, por su extraño enterramiento en el trascoro de la nave central, frente al altar de la Virgen de la Mayor, de la catedral de Sigüenza, y que fue a su vez madre de otro obispo de Tortosa, nacido en Cantalojas, y heredero en todo de su tío.

   Y don Víctor Damián, nuestro hombre. Quien ha pasado a la historia como uno de los más poderosos personajes de los últimos años del reinado del torpe rey don Fernando VII. Don Víctor Damián quien fue el salvaguarda de la familia y quien, a falta de hijos, Dios le dio primos y sobrinos a quienes colocar y dejar en el recto camino de la vida para ocupar, desde la Cantalojas natal de la mayoría de ellos, grandes puestos en la industria, la política o la judicatura del reino; y para levantar de la ruina, aunque fuese indirectamente, aquel lugar serrano, a medio camino, según los tiempos, de las provincias de Segovia, Burgos y Guadalajara, llamado Cantalojas.

   Don Víctor Damián Sáez Sánchez, a quien bien puede equipararse, en el ejercicio del poder a la vera del Rey, a nuestros gloriosos Cardenales Mendoza o Cisneros.

Damián Sáez Sánchez fue predicador, confesor, consejero y Secretario de Estado de Fernando VII


   Entró don Víctor Damián en el seminario de Sigüenza en el mes de junio de 1790, con catorce años cumplidos, y de él saldría para ejercer la carrera eclesiástica. Pasó por Alcalá, por Cantalojas, por Carabias y, finalmente, en 1804 tomaba posesión de una canonjía en la catedral de Sigüenza. Allí comenzaba su verdadera carrera, a la sombra de sus hermanos, ante todo de don José Joaquín, el mayor, el cura de Cantalojas, cuñado a su vez de don Pedro Gordo, el cura párroco de Santibáñez de Ayllón quien, al poco de que los franceses invadieran España, se puso al servicio de la Junta de Defensa de Burgos junto a su cura vecino, el de Villacadima. Ambos entraron por distintos caminos en la historia de España. Como en la Junta de Defensa de Guadalajara trató de entrar don Víctor Damián sin lograrlo, pues antes de que diese el paso entraba en Sigüenza el general Hugo y se lo llevaba preso, con algunos rehenes más, a la cárcel de Brihuega. Allí estuvo don Víctor hasta que recuperó la libertad en el mes de agosto de 1812. Cuando la invasión francesa comenzaba a agonizar; las Cortes de Cádiz declaraban “Benemérito de la Patria” a su casi cuñado Pedro Gordo, cura párroco de Santibáñez, y la Junta de Burgos entregaba a su hermana Juana Antonia María Magdalena de Pacis y a su marido, Juan Gordo, 4.000 reales que con otros 4.000, sirvieron para reconstruir el pueblo de Cantalojas; saqueado, destruido hasta los cimientos e incendiado por las tropas francesas la madrugada del 25 de diciembre de 1811 cuando los franceses buscaban a don Pedro Gordo y a don José Joaquín Sáez.

   La llegada a España del Rey don Fernando trajo la reorganización de la corte a partir de 1814. Don Víctor Damián presentó solicitud a la plaza de predicador real, y mientras aguardaba la resolución opositó a una lectoralía en la catedral de Toledo. Obtuvo ambos puestos y fue el encargado del sermón mortuorio de la reina María Luisa de Parma. Sermón que debió de llegar más que a otros al corazón de su hijo, el rey don Fernando, quien después de escucharlo nombró a don Víctor Damián, su confesor.

   Corría el año de 1819, cuando la muerte de la reina; y llegó el de 1820 con todas las novedades que trajo, entre ellas la del “trienio liberal”, con el alzamiento del general Riego, que obligó a nuestro don Víctor a refugiarse en Francia huyendo de los muchos enemigos que en tan poco tiempo se había ganado tras condenar el alzamiento, y de donde tornó con los Cien Mil hijos de San Luis; para entrar, desde entonces, a formar parte del Gobierno interino del reino, presidido por el duque del Infantado, en el que nuestro hombre pasó a ocupar el cargo de Secretario de Estado. Y aquí comenzó otra carrera; de represión, según la historia. Contra los constitucionales, los liberales, los masones y los enemigos políticos, siempre al servicio del Rey. Hasta que el Rey recuperó el trono, lo confirmó en el cargo, creó el Consejo de Ministros y lo nombró a él como su primer Presidente, como primer Secretario de Estado que era. Desde su cargo promovió el decreto que condenaba a muerte a todo aquel que resultase sospechoso de liberal o masón; firmó la condena a muerte del General Riego y comenzó a llenar las cárceles con todo aquel que le pareció desleal a la figura del Rey.


Budia, la localidad alcarreña en la que vino al mundo don Víctor Damián

   A tal grado llegaron sus venganzas, condenas a muerte, y represiones que desde Francia, como cabeza de la Santa Alianza cuyas tropas al mando del duque de Angulema colaboraron a devolver el trono al rey Fernando, pidieron la destitución de su poderoso y sanguinario ministro de Estado, don Víctor Damián Sáez Sánchez, quien nombraba y destituía, y hasta casi reinaba, en el nombre del Rey.

   A cambio de la destitución se le nombró Obispo de Tortosa, de donde tomó posesión en 1824, sin dejar de lado la política, aunque fuese en segunda línea como consejero del Rey.

   El decreto de cese y nombramiento lo firmo S.M. el 2 de diciembre de 1823:

   … Habiendo cesado por Decreto de este día don Víctor Damián Sáez en el Despacho de la primera Secretaría de Estado, he venido en nombrarle para el Obispado de Tortosa, conservándole los honores de mi Consejo de Estado…

   Allí, en Tortosa, continuó hasta la muerte del don Fernando en 1833, con algún que otro viaje a la corte. Regresando al tiempo que estallaba la primera Guerra Carlista en la que, se cuenta, se declaró partidario de la niña reina Isabel, mientras que el resto de la familia, a la que había colocado en lugares claves de la política, la judicatura y la industria, se situaba al lado del pretendiente don Carlos, entre ellos su sobrino Ambrosio, quien desde las Canarias cruzó toda España para ser, entre otros cosas, Asesor General de la Hacienda Carlista. Así nuestro buen obispo, ganase quien ganase la partida guerrera. aseguraba su futuro.

   Eran los tiempos de la primera epidemia de cólera morbo que se vivía en España. El mal del Ganges, que llegó en barco al puerto de Vigo y extendió su reguero de muerte por los cuatro puntos cardinales de España, por lo que nuestro obispo determinó que un Madrid apestado y lleno de enemigos políticos no era el mejor lugar para conservar la vida; por lo que optó por marchar a Sigüenza, en la esperanza de que hasta allí no llegasen la peste ni sus perseguidores; que llegaron.

   A estas alturas no debían de ser muchos los políticos que en Madrid se fiaban de nuestro hombre, quien jugaba con los isabelinos y con los carlistas y a ambos prometía fidelidad, como tampoco nuestro hombre debía de fiarse de quienes gobernaban el reino en medio de la peste y la guerra.

   Reclamado a Madrid por la reina gobernadora, a Madrid, donde tantos eran sus enemigos, simuló el viaje; tomó el coche de caballos y cuando la ocasión fue propicia se bajó de él, regresando a Sigüenza sin ser visto, para permanecer escondido hasta que le llegó la muerte, sin saberse muy bien cuando, aunque se cita, como casi segura, la noche del 3 de febrero de 1839, después de esconderse durante cinco años, y como no se le podía enterrar, porque no convenía anunciar su muerte y dejar al descubierto a quienes lo protegieron, se embalsamó el cuerpo y optaron los suyos por mantenerlo en una tinaja de aguardiente, donde el alcohol lo mantuviese incorrupto.


Damián Gordo, sobrino del obispo, fue su heredero, en el obispado, y  en sus legados familiares.

   Nueve meses lo tuvieron en aquel “espíritu” de vino. Al decir de unos, en una casa particular de la calle de Guadalajara; al de otros, en las bóvedas de la catedral. Hasta que llegó la paz de Vergara; la amnistía a sus amigos y familiares y su cuerpo, con los honores debidos, fue entregado a la tierra en la catedral el 13 de septiembre de 1839.

   Años después, cuando su sobrino y heredero accedió al obispado que dejó vacante el tío, pidió el traslado del cuerpo a aquella catedral, la de Tortosa. Otro de sus sobrinos, el ilustre hombre de ciencias don Francisco Javier García Rodrigo fue el encargado de llevarlo desde la de Sigüenza a aquella catedral, y en ella reposa, a la eternidad de los siglos, desde el año de gracia de 1850.







   Sus sobrinos, hijos de su hermana, de doña Juana, la extraña hidalga que desde Cantalojas fue a morir a Sigüenza para enterrarse en su catedral, continuaron gozando los bienes terrenales de los puestos en los que su tío los colocó:

   Don Damián Canuto lo relevó en el obispado de Tortosa; a don Víctor, a quien casó con su prima doña Juliana Isidra García Rodrigo, lo situó al frente de los negocios mineros junto a otro de sus sobrinos, el insigne don Francisco Javier García Rodrigo, quien a su vez se casaría con la hija del médico de cámara del Rey; a don José lo colocó al frente de la contaduría general del Ejército de Castilla; a don Ambrosio Antonio, en la magistratura de las audiencias de Canarias, Zaragoza y Valladolid. A doña Andrea la casó con el Fiscal de Penas de Cámara; a doña Juana Francisca con don José Antonio de Oriol y Salvador, llegando a ser marquesa madre de Casa Oriol y uno de sus descendientes, don José Luis, fundador de algo con lo que siempre se soñó que llevase la prosperidad a Cantalojas, el tren y la electricidad. Don José Luis de Oriol, descendiente de nuestro serrano pueblo, fue el fundador de las empresas Talgo e Hidroeléctrica Española. Llegando incluso, los sobrinos varones, a aspirar a ocupar cargos de senadores y diputados representando a la provincia de Guadalajara en la que finalmente quedó incluida la Cantalojas natal de casi todos ellos. Pero esa es ya otra historia que forma parte, como la vida de nuestro obispo, de la que podría ser una compleja trama novelesca.

Don Víctor Damián Sáez Sánchez nació en Budia (Guadalajara), el 12 de abril de 1776; falleció en Sigüenza (Guadalajara), el 3 de febrero de 1839. Fue obispo de Tortosa; ministro de Estado, confesor y predicador de Fernando VII.


Tomás Gismera Velasco