ALCORLO, Y SUS
MINAS DE PLATA.
Al igual que
Hiendelaencina, Alcorlo también hizo historia por su riqueza minera
El 14 de
junio de 1844, fecha en la que don Pedro Esteban Górriz registró las primeras
pertenencias de sus minas de plata en Hiendelaencina, no sólo cambió la
historia de la población minera por excelencia en la provincia de Guadalajara;
también lo hizo para algunas más, sobre todo de sus vecinas.
Pues si
bien se tiende a generalizar, dando a esta población el protagonismo de unos
años que pudieron cambiar el panorama provincial, y por supuesto el comarcal,
similar importancia, en cuanto a trabajos y prospecciones mineras tuvieron
otros pueblos del entorno, entre los que cabe citarse a Gascueña de Bornoba, La
Bodera, Robledo de Corpes, y, por supuesto, Alcorlo, en cuyo término municipal
se abrieron un número de pozos similar a los que en los primeros años horadaron
las entrañas de Hiendelaencina, en donde quedó centralizada, por decirlo de
alguna manera, la que fue llamada en algunos medios “California Española”.
Para
el mes de noviembre de 1844, apenas
cinco meses después del primer registro llevado a cabo por Górriz de la mina
Santa Cecilia en el Canto Blanco, y de la noticia que alteró el mundo minero,
no sólo español, también europeo, había registradas en los términos municipales
de Hiendelaencina, Robledo, Gascueña, Membrillera, Alcorlo, La Bodera y otros
próximos, cerca de un centenar de explotaciones. Sus registradores pertenecían
a las altas clases sociales de la provincia, y de fuera de ella, desde el
diputado Baltasar Carrillo Manrique, avecindado en Atienza y registrador de las
minas “Santa Catalina”, “La Tirolesa” y “San Faustino” en Robledo, y de “La
Abundante”, “La Infalible”, “Productiva” y “Seguridad”, en Hiendelaencina; al notario Eustaquio Encabo; o don
José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer y diputado a Cortes por el partido.
Siendo la
principal industria que generaría varios cientos de puestos de trabajo, así
como un número indeterminado de pozos, la fábrica titulada “La Atrevida”, explotadora, entre otras,
de las minas “Mala Noche” y “San José”, cuyo envío a la casa de la
Moneda de Madrid de uno de sus primeros cargamentos de plata, en el mes de
abril de 1848, hace que la noticia salte a la prensa madrileña, dando cuenta, a
fin de atraer a nuevos inversores, de la calidad de una gran torta de plata de 550 marcos, procedente
de Alcorlo. Otras noticias hablan de diferentes barras o lingotes.
Hacía
1850, al mismo ritmo que crece Hiendelaencina, se levantan algunas
construcciones en las cercanías de Alcorlo, entre ellas el que en aquellos
tiempos sería llamado “Parador de Justo”,
que se convertirá con el tiempo en un punto clave para los viajeros entre
Jadraque y Hiendelaencina. Y donde tendrá lugar, en el mes de mayo de 1875 uno
de los sucesos más llamativos de su tiempo, el secuestro (exprés que hoy
diríamos) del director de la fábrica La Constante, de Hiendelaencina, puesto en
libertad horas después, tras el pago de 100.000 reales.
De la importancia de “La Atrevida”, da cuenta el estudio que
publica la Revista Minera en el mes
de mayo de 1850, en donde se trazan sus futuras inversiones, informando de lo
que se espera del terreno y, principalmente, del río Bornoba, a fin de utilizar
sus aguas para el lavado del material. Mucha plata, algo de hierro y, quien
sabe, si también aparecerá el deseado oro.
La fábrica instalará talleres
de lavado de mineral, hornos de fundición, amalgamación de minerales, etc.,
siendo quizá, tras la Constante, la principal industria que por aquellos años
tomó estás tierras.
Ello hará que, si bien la mayoría de la población minera se centre en
Hiendelaencina, Alcorlo alcance mediado el siglo XIX los trescientos habitantes,
con anterioridad no llegaban a los doscientos, que continuarán en constante
ascenso hasta llegar a la cifra máxima de los algo más de cuatrocientos mediado
el siglo XX, gracias a la minería.
En el término municipal de
Alcorlo comenzarán a registrarse explotaciones mineras, en busca principalmente
de plata; entre otras: El Germán; La
Micaela Elisa; La Manolita; San Ramón; La Balbina; El Porvenir; La Florentina;
La Asunción; La Victoria; San Gregorio; San Antonio de Padua; Consuelo,
Esperanza, Rosalía, Sorpresa, Maravilla… Y así, hasta más de un centenar.
Todas ellas abiertas con posterioridad a 1850, a las que habrían de sumarse
otras tantas registradas con anterioridad y cuyos rastros resultan en la
actualidad de dudosa comprobación.
Dando lugar, el ir y venir de
los mineros, a no pocos incidentes de todo tipo, que convirtieron la comarca en
un constante patrullaje de las fuerzas del ejército y la Guardia civil ante los
numerosos asaltos, robos o alborotos que comenzaron a tener lugar entre
personas llegadas de los cuatro puntos cardinales de España, a la búsqueda de
ganar un dinero fácil en algunos casos, trabajosos en otros, que también, en no
pocas ocasiones, terminaban gastando en las numerosas tabernas que poblaron por
estos días los pueblos del entorno. Sucesos que llenaron de aventureros los
juzgados de Atienza, a cuya jurisdicción pertenecía Alcorlo; y la cárcel del
partido, del mismo centro comarcal.
La mayoría de aquellas minas dejó
de funcionar pocos meses después de haberse registrado; otro número no menos
importante fueron declaradas nulas, al no hacerse frente a las obligaciones
legales (pago de impuestos, etc.); de algunas más no se aceptarían las
demarcaciones por cercanía con otros pozos y unas cuantas enriquecieron a sus
afortunados poseedores.
De lo que no cabe la menor duda
es que Alcorlo jugó un importante papel en la minería provincial del siglo XIX.
Un papel que, próximo a desaparecer tragado por las aguas del mismo río que le
dio la vida, en el mes de marzo de 1971 le hizo saltar de nuevo a las primeras
páginas de la prensa nacional. En Alcorlo se habían encontrado algunas pepitas
de oro, y se comenzaba a explorar el terreno a la búsqueda del filón principal,
si es que continuaba en el lugar que ya los romanos, doce o catorce siglos
atrás, habían trabajado.
La donosura de un periodista
burgalés arrancaba la sonrisa con la agilidad de su crónica, al contar que
había aparecido oro: … en Alcorlo, un
pueblecito con cincuenta vecinos turulatos que no salen de su asombro…
El gracejo del burgalés daba cuenta de que las pepitas de oro aparecidas
podían ser las cuentas de un collar de la novia de Tiberio Graco y, auguraba,
que de enterarse el Conde de Romanones, volvería.
Los trabajos de prospección los
llevó a cabo el Instituto Geológico y Minero, y por espacio de algunos meses,
cuando el agua comenzaba a amenazar con ahogar y hacer desaparecer el
municipio, se mantuvo la esperanza de que el regreso de la fortuna devolviese a
sus habitantes la esperanza de continuar en el lugar. Por desgracia no sucedió.
Los romanos, al parecer, se lo habían llevado todo, aunque no faltaron los
aventureros que, al estilo californiano, se dedicaron al bateo en el río.
Alcorlo, conocido es,
desapareció tragado por las aguas. Pero la historia, a veces tan olvidadiza, le
reservó un lugar de honor en la minería de la plata, junto a Hiendelaencina, La
Bodera, Robledo, Gascueña… La Ruta Minera, de la plata provincial.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 14 de junio de 2019