MEMORIA DE UN
SABIO DE MONDÉJAR.
Gabriel de la
Puerta y Ródenas
El primero
de junio se cumplieron, justamente, 110 años desde que don Gabriel de la Puerta
y Ródenas se despidiese del mundo, en Madrid, donde recibió sepultura, pasando
a ocupar un lugar de honor en el universo de la ciencia, de los sabios, y de
los hijos ilustres de una provincia de Guadalajara que, por aquellos años,
inicios del siglo XX, se parecía apagar, pues sus genios tenían que labrarse el
futuro lejos de su tierra a la que entregaban, a pesar de ello, el fruto de sus
sueños; además de dejar el nombre, y la honra de haber nacido en cualquiera de
los más de cuatrocientos pueblos que formaban la provincia. Don Gabriel de la
Puerta nació en Mondéjar, y desde muy joven dejó claro que había nacido para
hacer historia. Dejando escritos más de una docena de volúmenes que continúan
siendo, al día de hoy, páginas de estudio y ciencia. Uno de sus primeros trabajos lo dedicó a la
viticultura.
Que
un señor de Mondéjar escriba un tratado sobre el vino, a estas alturas y
conociendo la tradición vinícola de la localidad, a nadie extrañaría. La obra,
que llevó por título “Instrucción teórica
práctica sobre la elaboración de los vinos” vio la luz en 1875, y supuso
para la población una especie de revolución,
puesto que ponía al día una de las industrias más destacadas de la comarca.
Don
Gabriel, todo un caballero de aquellos del siglo XIX que se nos pintan en
series televisivas, dejó unido su nombre a un balneario, el de Carabaña y a sus
aguas, del que fue impulsor y propietario en parte. A él llegó después de su
tratado y estudios sobre el vino.
Fue
hijo, don Gabriel, de doña Práxedes y de don Francisco notario que ejercía su
profesión en el Mondéjar de los comienzos del siglo XIX. Allá estaba
establecido después de la francesada y de la famosa década a la que nos condenó
aquel rey que, de deseado, pasó a ser, quizá el más odiado de la historia:
Fernando VII.
La
escuela de Mondéjar fue la primera que nuestro personaje pisó, y donde aprendió
las primeras letras, antes de pasar al Instituto de San Isidro, de Madrid, de
donde saldría Bachiller, para continuar estudios en la Universidad madrileña,
de la que saldría doctorado en Farmacia, en 1862. Sus aptitudes las demostró ya
en los comienzos de la carrera, colaborando con los profesores y más tarde con
el Colegio de Farmacéuticos. Dedicándose, en lugar de establecerse detrás de un
mostrador para despachar fórmulas magistrales, a la docencia, llegando a ser
Catedrático numerario de la Facultad de Farmacia, en la Universidad madrileña.
El primero, cuenta la historia universitaria, en utilizar el microscopio para
el reconocimiento de la estructura de los vegetales.
Su
nombre fue creciendo al compás que su trabajo y estudios, alcanzando en la década
de 1870 un renombre que lo llevaría a emparejarse con quien más tarde sería
Premio Nobel, don Santiago Ramón y Cajal. Junto a Ramón y Cajal, entre otros,
fundó la que más tarde se conocería como Real Sociedad Española de Física y
Química.
Aparte de las comisiones gubernamentales y reales en las que participó,
la Real Academia de Medicina lo nombró Académico de número en 1878,
formalizando su ingreso dos años más tarde, en 1880, versando su discurso de
ingreso sobre la “Influencia de las
Plantas en la Salud Pública”. La respuesta al discurso se la dio el erudito
doctor don Rafael Sáez Palacios. Ocupó el sillón número 24.
También ocupó silla en la Real Academia de Ciencias, en la que ingresó
en el mes de junio de 1881; y en la de Farmacia, de la que fue nombrado
Vicepresidente y más tarde elegido Presidente de la misma, cuando desempeñaba
la Cátedra de Química Inorgánica en la Facultad. Con anterioridad había sido
nombrado por el regente del reino, General Serrano, en 1874, Consejero de
Sanidad; y con posterioridad, durante la epidemia de cólera que asoló Madrid en
1885, fue uno de los profesionales que más la combatieron, ordenando la
adopción de medidas higiénicas y sanitarias con las que pudo el mal ser
atajado.
Para
entonces la provincia de Guadalajara lo había designado Diputado a Cortes por
el partido de Pastrana, en las filas ideológicas de don Práxedes Mateo Sagasta;
y la Real Academia de Medicina, en uso de sus facultades, lo nombró Senador por
la Real Institución. A más de ser Consejero de Instrucción Pública y… decenas
de cargos más que compaginó con el estudio y la edición de algunas grandes
obras que han llegado a nuestro tiempo y son, todavía, como anteriormente se
apuntaba, objeto de estudio y culto. Entre ellas el “Tratado de Química Orgánica General y aplicada a la Farmacia, industria
y agricultura”, de 1879, o “Botánica
descriptiva y determinación de las plantas indígenas y cultivadas en España de
uso medicinal, alimenticio e industrial”, que vio la luz en 1891. Además,
dicho queda, de comercializar la famosa “agua
de Carabaña”, a partir de 1883.
A pesar de su vinculación política, y del
renombre por el que fue conocido dentro y fuera de España, pasó por la
provincia de Guadalajara prácticamente de puntillas, pues no comenzó a reconocerse
su nombre, como suele suceder en tantas ocasiones, hasta después de su muerte.
Días después de su entierro, uno de tantos
periódicos que entonces se publicaban en la capital, nos decía: logró para algunos pueblos de nuestra
provincia de Guadalajara algunas cantidades de propios, e hizo incluir en el
plan general de carreteras las que sus paisanos y amigos le pidieron. Dotó de
bibliotecas populares a varios pueblos, y siempre tuvo la puerta abierta a sus
paisanos…
También logró, desde las gradas del Congreso
de los Diputados, algo que causó una especie de revolución en su tiempo, al
defender que fuese el Estado quien se hiciese cargo del salario de los maestros
que, hasta entonces, 1900, corría a cargo de los Ayuntamientos; que como es
sabido no se distinguían precisamente por cumplir con la escrupulosidad que
correspondía a la hora de hacer efectivos los honorarios correspondientes a los
docentes; creándose entonces, en iniciativa de la que tomó parte, el Ministerio
de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Fundó y dirigió media docena de revistas de
estudios químicos y farmacéuticos, y colaboró con la práctica totalidad de las
que se editaban en la España de finales del XIX y comienzos del XX, en torno a
la medicina o la farmacia, reuniendo una de las mayores bibliotecas de temas
médicos conocida en Madrid, ampliada con los volúmenes que él mismo escribió.
Su muerte, de forma inesperada en aquel
Madrid en el que dejó su ciencia, causó una gran impresión en las reales
academias, así como en la Universidad. Su entierro, al día siguiente, fue
motivo de una gran manifestación de duelo de la que tomaron parte la inmensa
mayoría de alumnos de las facultades de Farmacia y Medicina. Desde cualquier
foro se coincidía en advertir que había muerto “una gloria de las ciencias españolas”.
En el mes de febrero de 1910 rindieron
tributo a su memoria las reales academias en Madrid, un tributo a su memoria
del que participaron los alumnos de la Universidad, y en el que se sucedieron
los discursos, leyéndose parte de sus trabajos, por espacio de casi dos días
con sus noches.
Guadalajara, capital y provincia, y su
localidad natal, Mondéjar, todavía tardarían unos cuantos años más en incluir
al sabio entre sus hijos predilectos. Hasta el mes de septiembre de 1926
cuando, con motivo de las fiestas de la localidad, de Mondéjar, el día 15 fue
descubierta una placa dando su nombre a una de las calles de la villa en la que
había nacido el 16 de marzo de 1839.
¡Gloria y honor a su memoria!, concluía la
reseña fúnebre quien fuese su biógrafo, el académico de Medicina don Juan Ramón
Gómez Pamo. ¡Gloria y honor a su memoria!
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en
la memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara, 28
de junio de 2019