viernes, 28 de junio de 2019

MEMORIA DE UN SABIO DE MONDÉJAR. Gabriel de la Puerta y Ródenas

MEMORIA DE UN SABIO DE MONDÉJAR.
Gabriel de la Puerta y Ródenas


   El primero de junio se cumplieron, justamente, 110 años desde que don Gabriel de la Puerta y Ródenas se despidiese del mundo, en Madrid, donde recibió sepultura, pasando a ocupar un lugar de honor en el universo de la ciencia, de los sabios, y de los hijos ilustres de una provincia de Guadalajara que, por aquellos años, inicios del siglo XX, se parecía apagar, pues sus genios tenían que labrarse el futuro lejos de su tierra a la que entregaban, a pesar de ello, el fruto de sus sueños; además de dejar el nombre, y la honra de haber nacido en cualquiera de los más de cuatrocientos pueblos que formaban la provincia. Don Gabriel de la Puerta nació en Mondéjar, y desde muy joven dejó claro que había nacido para hacer historia. Dejando escritos más de una docena de volúmenes que continúan siendo, al día de hoy, páginas de estudio y ciencia. Uno  de sus primeros trabajos lo dedicó a la viticultura. 



   Que un señor de Mondéjar escriba un tratado sobre el vino, a estas alturas y conociendo la tradición vinícola de la localidad, a nadie extrañaría. La obra, que llevó por título “Instrucción teórica práctica sobre la elaboración de los vinos” vio la luz en 1875, y supuso para la población una especie de revolución, puesto que ponía al día una de las industrias más destacadas de la comarca.

   Don Gabriel, todo un caballero de aquellos del siglo XIX que se nos pintan en series televisivas, dejó unido su nombre a un balneario, el de Carabaña y a sus aguas, del que fue impulsor y propietario en parte. A él llegó después de su tratado y estudios sobre el vino.

   Fue hijo, don Gabriel, de doña Práxedes y de don Francisco notario que ejercía su profesión en el Mondéjar de los comienzos del siglo XIX. Allá estaba establecido después de la francesada y de la famosa década a la que nos condenó aquel rey que, de deseado, pasó a ser, quizá el más odiado de la historia: Fernando VII.

   La escuela de Mondéjar fue la primera que nuestro personaje pisó, y donde aprendió las primeras letras, antes de pasar al Instituto de San Isidro, de Madrid, de donde saldría Bachiller, para continuar estudios en la Universidad madrileña, de la que saldría doctorado en Farmacia, en 1862. Sus aptitudes las demostró ya en los comienzos de la carrera, colaborando con los profesores y más tarde con el Colegio de Farmacéuticos. Dedicándose, en lugar de establecerse detrás de un mostrador para despachar fórmulas magistrales, a la docencia, llegando a ser Catedrático numerario de la Facultad de Farmacia, en la Universidad madrileña. El primero, cuenta la historia universitaria, en utilizar el microscopio para el reconocimiento de la estructura de los vegetales.

   Su nombre fue creciendo al compás que su trabajo y estudios, alcanzando en la década de 1870 un renombre que lo llevaría a emparejarse con quien más tarde sería Premio Nobel, don Santiago Ramón y Cajal. Junto a Ramón y Cajal, entre otros, fundó la que más tarde se conocería como Real Sociedad Española de Física y Química.

   Aparte de las comisiones gubernamentales y reales en las que participó, la Real Academia de Medicina lo nombró Académico de número en 1878, formalizando su ingreso dos años más tarde, en 1880, versando su discurso de ingreso sobre la “Influencia de las Plantas en la Salud Pública”. La respuesta al discurso se la dio el erudito doctor don Rafael Sáez Palacios. Ocupó el sillón número 24.

   También ocupó silla en la Real Academia de Ciencias, en la que ingresó en el mes de junio de 1881; y en la de Farmacia, de la que fue nombrado Vicepresidente y más tarde elegido Presidente de la misma, cuando desempeñaba la Cátedra de Química Inorgánica en la Facultad. Con anterioridad había sido nombrado por el regente del reino, General Serrano, en 1874, Consejero de Sanidad; y con posterioridad, durante la epidemia de cólera que asoló Madrid en 1885, fue uno de los profesionales que más la combatieron, ordenando la adopción de medidas higiénicas y sanitarias con las que pudo el mal ser atajado.

   Para entonces la provincia de Guadalajara lo había designado Diputado a Cortes por el partido de Pastrana, en las filas ideológicas de don Práxedes Mateo Sagasta; y la Real Academia de Medicina, en uso de sus facultades, lo nombró Senador por la Real Institución. A más de ser Consejero de Instrucción Pública y… decenas de cargos más que compaginó con el estudio y la edición de algunas grandes obras que han llegado a nuestro tiempo y son, todavía, como anteriormente se apuntaba, objeto de estudio y culto. Entre ellas el “Tratado de Química Orgánica General y aplicada a la Farmacia, industria y agricultura”, de 1879, o “Botánica descriptiva y determinación de las plantas indígenas y cultivadas en España de uso medicinal, alimenticio e industrial”, que vio la luz en 1891. Además, dicho queda, de comercializar la famosa “agua de Carabaña”, a partir de 1883.

   A pesar de su vinculación política, y del renombre por el que fue conocido dentro y fuera de España, pasó por la provincia de Guadalajara prácticamente de puntillas, pues no comenzó a reconocerse su nombre, como suele suceder en tantas ocasiones, hasta después de su muerte.

   Días después de su entierro, uno de tantos periódicos que entonces se publicaban en la capital, nos decía: logró para algunos pueblos de nuestra provincia de Guadalajara algunas cantidades de propios, e hizo incluir en el plan general de carreteras las que sus paisanos y amigos le pidieron. Dotó de bibliotecas populares a varios pueblos, y siempre tuvo la puerta abierta a sus paisanos…

   También logró, desde las gradas del Congreso de los Diputados, algo que causó una especie de revolución en su tiempo, al defender que fuese el Estado quien se hiciese cargo del salario de los maestros que, hasta entonces, 1900, corría a cargo de los Ayuntamientos; que como es sabido no se distinguían precisamente por cumplir con la escrupulosidad que correspondía a la hora de hacer efectivos los honorarios correspondientes a los docentes; creándose entonces, en iniciativa de la que tomó parte, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.





   Fundó y dirigió media docena de revistas de estudios químicos y farmacéuticos, y colaboró con la práctica totalidad de las que se editaban en la España de finales del XIX y comienzos del XX, en torno a la medicina o la farmacia, reuniendo una de las mayores bibliotecas de temas médicos conocida en Madrid, ampliada con los volúmenes que él mismo escribió.

   Su muerte, de forma inesperada en aquel Madrid en el que dejó su ciencia, causó una gran impresión en las reales academias, así como en la Universidad. Su entierro, al día siguiente, fue motivo de una gran manifestación de duelo de la que tomaron parte la inmensa mayoría de alumnos de las facultades de Farmacia y Medicina. Desde cualquier foro se coincidía en advertir que había muerto “una gloria de las ciencias españolas”.

   En el mes de febrero de 1910 rindieron tributo a su memoria las reales academias en Madrid, un tributo a su memoria del que participaron los alumnos de la Universidad, y en el que se sucedieron los discursos, leyéndose parte de sus trabajos, por espacio de casi dos días con sus noches.

   Guadalajara, capital y provincia, y su localidad natal, Mondéjar, todavía tardarían unos cuantos años más en incluir al sabio entre sus hijos predilectos. Hasta el mes de septiembre de 1926 cuando, con motivo de las fiestas de la localidad, de Mondéjar, el día 15 fue descubierta una placa dando su nombre a una de las calles de la villa en la que había nacido el 16 de marzo de 1839.

   ¡Gloria y honor a su memoria!, concluía la reseña fúnebre quien fuese su biógrafo, el académico de Medicina don Juan Ramón Gómez Pamo. ¡Gloria y honor a su memoria!

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 28 de junio de 2019