viernes, 26 de julio de 2019

LA CAUSA DEL DOCTOR ALEGRE. Con motivo de la defensa del Médico de El Pobo, saltó a la prensa nacional Francisco Layna Serrano

LA CAUSA DEL DOCTOR ALEGRE.
Con motivo de la defensa del Médico de El Pobo, saltó a la prensa nacional Francisco Layna Serrano


   Una emisora de radio valenciana rescataba estos días la Causa del Doctor Alegre, a través del libro que cuenta su caso. Una caso de mala suerte. Y es que un mal día lo tiene cualquiera. Y si la mala suerte en ocasiones pasa con el siguiente, en otras se agarra para acompañar al sujeto hasta la muerte. Le sucedió a don Alfredo Alegre Jarque quien, desde que llegó a El Pobo como médico municipal, hasta el día de su muerte pasó del mal día a los peores quince años de una vida que se lo acabó llevando.

   Todo comenzó el 6 de julio de 1915. O quizá un poco antes, cuando don Alfredo fue contratado como médico del hermoso pueblo molinés que entonces no tenía apellido.



   Era natural de la Val de Uxó, en la provincia de Castellón donde su padre, cuando él nació, ejercía de maestro. Allí nació el 27 de mayo de 1869, para estudiar Medicina y doctorarse en la Facultad de la Universidad de Valencia en 1893. Tras ello comenzó el recorrido por los pueblos como entonces sucedía, buscando afianzarse en el mundo de la medicina rural. Hasta que el Alcalde de El Pobo entabló conversaciones para que ocupase el puesto en este pueblo. Se encontraba entonces atendiendo a los pacientes de la localidad de Bronchales en la provincia de Teruel. En El Pobo se le aumentaban los ingresos anuales.

   Entonces los médicos en la mayoría de los casos contratados por el Ayuntamiento recibían de este los emolumentos en función al número de vecinos a los que atender. Los médicos rurales nada tenían que ver con lo que hoy conocemos. Sus salarios, por lo general, los recibían en especie; en grano, leña, patatas…, a veces también unas pocas pesetas.

   Llegó a El Pobo con su familia, compuesta por mujer y tres hijos de corta edad en los inicios de 1915 con la promesa de que sus oficios serían pagaderos por trimestres vencidos. Algo que, pasado el primero y el segundo, no sucedió, comenzando a recibir largas por parte del Ayuntamiento; sospechando nuestro protagonista que se le había tomado el pelo. Y, sin ahorros con los que mantener a la familia, la necesidad comenzó a entrar en la casa, hasta el punto de que, conforme se dijo por aquellos tiempos, empezó a vivir poco menos que  de la caridad de los vecinos. Después de gastar lo poco que se trajo en las enfermedades que aquejaban a su mujer y a su hija las cuales, fruto de su mala suerte, comenzaron a padecer diversas enfermedades apenas asentado en el lugar.



   La desesperación lo llevó aquel día de comienzos de julio de 1915, a acudir al Ayuntamiento para exigir del señor Alcalde el cumplimiento de su contrato. No estaba el Alcalde, quien lo fue a visitar aquella misma tarde a su casa, y enzarzados en agria discusión, don Alfredo y el primer edil, sacó el Médico un pequeño revólver, después de que el señor Alcalde blandiese una navaja, según se declaró en el juicio y… Tres de las balas disparadas alcanzaron al Alcalde, causándole tres heridas. Una le hirió en la pantorrilla; otra le rozó el hombro y la tercera la espalda. Ninguna de las tres pareció ser de gravedad, de manera que el Alcalde marchó a su casa, donde su mujer le limpió y curó hasta que comenzó a subirle la fiebre y como la cosa empeorase, se avisó al médico de Setiles, quien llegó a El Pobo para atenderlo, limpiarle nuevamente las heridas, anunciar que ninguna de ellas revestía gravedad y que como mucho en doce o quince días todo lo sucedido habría quedado en un mal recuerdo. Don Alfredo se fue a entregar a la Guardia civil, que lo trasladó a la cárcel de Molina, donde quedó a la espera de la decisión judicial.

   La desgracia quiso que una de las heridas, a juicio del médico de Setiles, se infectase, lo que provocó un empeoramiento en la salud de nuestro Alcalde, quien terminó falleciendo en la mañana del día 22 de aquel nefasto mes de julio. Desde que recibió los disparos hasta que fue atendido por el médico pasaron prácticamente 48 horas.

   Recibió sepultura al día siguiente, sin que se le hiciese autopsia. Hubo de ser desenterrado el cadáver días después del funeral para que a petición del Juez de Molina se dictaminase la causa de la muerte, que el forense atribuyó a la gangrena. Una segunda autopsia, ordenada días después de la primera por los abogados defensores del doctor Alegre dictaminó una muerte muy distinta, provocada por una especie de cirrosis que se concretó en un fallo multiorgánico que le paró el corazón. Esta segunda autopsia fue llevada a cabo por media docena de doctores pertenecientes a la Real Academia de Medicina, trasladados con semejante motivo al lugar.

   En medio de la discusión, por cual fue en definitiva la causa del óbito, y a la espera del juicio que lo condenase o absolviese, falleció en El Pobo la mujer de don Alfredo, quedando tan desamparados los tres hijos que hubo de hacerse cargo de ellos la caridad local, provincial y nacional. A través de la prensa comenzó un movimiento sin precedentes para recaudar fondos con los que atender a sus necesidades más vitales. De ellos se hicieron cargo diversas personalidades, hasta que la familia acudió al socorro. Pues el padre, finalmente, fue condenado a toda una vida de prisión. Catorce años, en un juicio cargado de irregularidades, en el que no se admitieron pruebas y declaraciones que de una u otra manera testimoniaban que don Alfredo Alegre actuó en defensa propia, y que la causa de la muerte del señor Alcalde no la provocaron los disparos.

   Madrid se puso a la cabeza de las peticiones de indulto para el médico, y en sus calles se vivieron las más sonadas manifestaciones estudiantiles pidiendo la revisión de la causa, o el indulto Las universidades llegaron a cerrarse y las facultades de medicina y farmacia salieron a la calle para llegar hasta los despachos de los ministros, en solicitud de audiencia. También la provincia de Guadalajara, a una, se levantó contra lo que consideró era una injusticia de la ley, mientras el tiempo fue pasando. Primero los meses y después los años, y nuestro doctor penaba en la cárcel de Guadalajara primero, y en la San Miguel de los Reyes, de Valencia, después. Fue puesto en libertad tras cumplir más de dos terceras partes de la pena, el 10 de junio de 1924.


   Marchó a vivir a casa de su hija, casada con el médico de Alacuás (Valencia); y quiso la mala fortuna que otro de sus hijos, en uno de aquellos entonces llamados arrebatos, asesinase a su mujer y posteriormente se quitase la vida. Lo que causó mayor pesar del que ya tenía encima nuestro don Alfredo, quien terminó ingresando, el 14 de diciembre de 1927, en lo que hoy llamaríamos una casa de salud, donde falleció poco después. Había perdido, como dijeron los periódicos, la cabeza.

   Curiosamente el caso hizo popular a uno de los doctores provinciales más conocidos de nuestra historia reciente, don Francisco Layna quien fue uno de los jóvenes que encabezó las movilizaciones madrileñas en favor del Médico de El Pobo; dirigiendo a los estudiantes como presidente de un creado Sindicato Estudiantil, siendo, junto al defensor del doctor Alegre, don José María Albiñana, uno de los principales oradores allá donde los manifestantes hacían oír su voz. Firmando, para la prensa nacional, sus primeros artículos periodísticos, que vieron la luz en los diarios “La Acción”, y “La Correspondencia de España”. Era, lo que Layna llamó, su primera cruzada por la justicia social.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la  memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 26 de julio de 2019