viernes, 19 de julio de 2019

LA CLEOPATRA DE ATIENZA. Luisa Bravo, marquesa de Lanzarote, la mujer que ganó todas sus batallas

LA CLEOPATRA DE ATIENZA.
Luisa Bravo, marquesa de Lanzarote, la mujer que ganó todas sus batallas


   Si Guadalajara tiene a los Mendoza, que extendieron el apellido por el mundo; Atienza tiene a los Bravo de Laguna, que hicieron lo propio. Y entre tantos, toca hoy hablar de Luisa Bravo, que alguien definió como “La Cleopatra de aquí” que, como hablasen de la isla de Lanzarote, a ella se referían. Luisa Bravo de Guzmán, hija de Jerónimo de Guzmán y Bravo de Laguna y de Antonia Bravo del Castillo, primos ambos. Nació en Alcalá de Henares, una de las primeras ciudades en las que, fuera de Atienza, se asentó una parte de la familia a mediados del siglo XVI, a pesar de continuar ligada a la villa de Atienza el resto de su vida. Al convento de San Francisco, que continuaron manteniendo desde la distancia, como panteón familiar.

   Jerónimo fue hijo de otra Luisa Bravo de Laguna natural de Atienza, a su vez hija de uno de los Garci Bravo que habitaron la villa en aquel siglo y ocuparon la alcaidía del castillo; nuestra Luisa Bravo de Guzmán fue nieta del Garci Bravo, el que levantó la casa que actualmente ocupa uno de los ángulos de la actual Plaza Mayor de la villa, hacía 1568.



   No está muy clara la fecha de su nacimiento, ocurrido en torno a 1595, lo que sí está claro es que contrajo matrimonio con uno de sus primos, descendiente de los condes de Monteagudo, Antonio de Mendoza, de quien le nació una hija, Ana María, fallecida poco después que su padre, que lo hizo en 1620. Don Antonio era caballero de Alcántara y familiar del duque del Infantado cuando contrajo un matrimonio que se llevó a cabo en 1615, en Alcalá, y que duró apenas cuatro años. Originándose los pleitos consiguientes por la tutoría y por la herencia, que recayeron en doña Luisa, la cual cuando la justicia falló a su favor se encontraba en tratos de contraer nuevo matrimonio, en esta ocasión con don Agustín de Herrera y Rojas, este se llevó a cabo en Madrid en 1622.

   Era don Agustín de Herrera y Rojas hijo de otro Agustín de Herrera y Rojas, I Conde y después I Marqués de Lanzarote. En Madrid se llevó a cabo el enlace y en Madrid continuó el matrimonio, hasta que nacido el que sería primer y único heredero,  en 1626, a quien pusieron de nombre como a su padre y abuelo. El marqués regresó a sus estados, quedando en Madrid doña Luisa con el pequeño vástago.

   No está clara la causa de su muerte, pues se tiene a don Agustín, segundo esposo de doña Luisa, y segundo Marqués de Lanzarote, por persona enfermiza. A pesar de que también se da a entender que pudo contraer alguna enfermedad que a los 37 años, en 1631, lo llevó a la sepultura, dejando por heredero a su menor hijo y por tutora a nuestra Cleopatra atencina.

   Desde Madrid, en nombre de su hijo y por mediación de su apoderado, Juan de Zárate y Mendoza, comenzó doña Luisa Bravo de Guzmán a gobernar el marquesado de las Canarias, que contenía aquellas islas y parte de las hoy portuguesas de Madeira, hasta que sucedió lo inesperado, la muerte del hijo en 1632, cuando el pequeño heredero estaba a punto de cumplir los siete años; entablándose un largo pleito por la sucesión en el marquesado de Lanzarote del que tomaron parte no sólo los familiares de don Agustín de Herrera, sino que también metieron mano los de doña Luisa Bravo; desde los condes de Saldaña, a los duques del Infantado o Uceda, alegando ser descendientes de doña Inés de Peraza, mujer que fue de don Diego de Herrera cuando se conquistaron las Canarias en el siglo XV. En contra de todo pronóstico ganó doña Luisa, convirtiéndose de por vida en Marquesa de Lanzarote y Condesa de Fuerteventura. Un triunfo para quien como mujer, estaba condenada al olvido y la viudez.

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   No eran buenos tiempos para que una mujer, además viuda, gobernase en solitario aquella  especie de imperio que suponían las Canarias, por lo que no tardó en ajustar un nuevo matrimonio, el tercero de la cuenta, en esta ocasión con don Juan de Castilla, cordobés de nacimiento y descendiente por línea paterna del rey Pedro I. El matrimonio se llevó a cabo en 1634, procediendo doña Luisa, a otorgar poderes a su marido para que se trasladase a las islas y las gobernase en su nombre. El gobierno no fue todo lo ortodoxo que aquellos estados requerían, ganándose no pocos enemigos. Regresó a Madrid en 1640, y con nuevos poderes retornó a las islas cuatro años después, retornando en 1650, para morir.

   La historia de las Canarias apunta algo más en torno a doña Luisa Bravo de Guzmán: Pero ansiosa doña Luisa de tener algún hijo a quien poder transmitir la copiosa herencia que le había adquirido un matrimonio, no acomodándose a estar viuda, se casó  por cuarta vez…

   El nuevo matrimonio lo llevó a cabo con don Pedro de Paniagua Loaisa y Zúñiga, natural de Plasencia, veinte o veinticinco años más joven que nuestra marquesa, quien rondaba los sesenta de edad. El matrimonio se llevó a cabo en 1654, falleciendo el marqués consorte cinco años después. Doña Luisa Bravo de Guzmán, Marquesa de Lanzarote y Condesa de Fuerteventura viviría todavía hasta el 24 de noviembre de 1661. A su muerte, y conforme a su testamento, heredó sus estados un sobrino, don Fulgencio Bravo de Guzmán y de Laguna.

   Fundó en sus últimas disposiciones dos capellanías perpetuas, una en el convento de San Francisco de Atienza, y otra en el de Nuestra Señora de los Ángeles de Madrid, donde se supone que recibió sepultura, pues en Madrid pasó la mayor parte de su vida, con visitas al convento de San Francisco de Atienza, y sin haber pisado sus estados canarios.

   El sobrino, don Fulgencio, falleció poco después, sin sucesión, pasando títulos y estados a otro de los sobrinos de doña Luisa, Juan Francisco Duque de Estrada y Bravo de Laguna bisnieto del atencino Garci Bravo, y de su mujer, Ana Sarmiento, los abuelos de doña Luisa.

   No es de extrañar pues, que al dar a la imprenta la “Historia General de las Islas Canarias” el presbítero José de Viera y Clavijo en 1859, escribiera: Se pudo calificar de verdadera conquista la victoria que la marquesa Doña Luisa Bravo de Guzmán (la Cleopatra de nuestras islas) obtuvo contra sus ilustres rivales ganando la instancia en el proceso de Lanzarote. Era el destino de estas islas ser dominado por mujeres…

   No quedó únicamente en eso la vida de doña Luisa; en sus matrimonios y decisiones, a veces alborotadas, sino que en las cláusulas testamentarias dejó disposiciones mediante las cuales los frailes conventuales de San Francisco de Atienza quedaron representados en el gobierno de las islas hasta su exclaustración, obteniendo del marquesado de Lanzarote no pocos beneficios a cuenta de la dote que doña Luisa les dejó sobre las salinas de aquella isla. Las idas y venidas de los frailes de Atienza o los síndicos del convento a las islas, para cobrar sus rentas, desde entonces hasta los años finales del siglo XVIII, fueron incontables. Ni qué decir tiene que la leyenda en torno a la llegada de las Santas Espinas al convento, llevadas a él por un supuesto marqués de Lanzarote, que para nada intervino en la reliquia, está relacionada con esta historia. Del mismo modo que de esta historia arranca el establecimiento en las islas de un apellido tan atencino, y tan soriano, como Bravo de Laguna.

   Sin duda, una mujer de bandera que se enfrentó a la difícil sociedad masculina del siglo XVII, y triunfó. ¡Bravo por ella! Por doña Luisa Bravo.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 19 de julio de 2019

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