MEMORIA DE ISABEL MUÑOZ CARAVACA.
La
maestra que se enfrentó al mundo
Ha
pasado a la historia provincial como Isabel Muñoz Caravaca (su nombre real es
algo más complejo y largo: Isabel María Magdalena Josefa Muñoz-Caravaca y López
de Acebedo). Nacida en Madrid, el 3 de
agosto de 1848.
En
Madrid aprendió sus primeras letras y lo que era algo más extraño en una mujer
de aquella época, estudió Bachillerato, música, francés y algunas cosas más, e
incluso obtuvo el título de maestra, un título al que podían aspirar las
mujeres de su tiempo, siempre y cuando tuviesen capital suficiente con el que
costear sus estudios.
Su
vida, al menos a partir de la segunda mitad, transcurrió entre Atienza y
Guadalajara. En Atienza dio los primeros pasos provinciales y en Guadalajara los
últimos; aquí falleció, fue enterrada, y le pusieron calle en homenaje a su
persona.
Memoria de Isabel Muñoz Caravaca, en Guadalajara en la Memoria. Nueva Alcarria, Guadalajara.
Probablemente
se hizo maestra sin intención de ejercer la profesión, ya que por aquel tiempo
el futuro de la mujer se centraba, por designios de la sociedad de aquellos
siglos en el matrimonio. Ella se casó el 7 de diciembre de 1874, en Madrid, con
Ambrosio Moya de la Torre, catedrático de matemáticas, física y química, también
de delineación.
Doña
Isabel, a la muerte de su esposo veinte años después de contraer matrimonio, decidió
que tenía que vivir de su trabajo, por lo que solicitó una plaza de maestra,
obteniendo la de Atienza que en aquellos momentos quedaba vacante. Allí llegó,
a la villa serrana, en el verano de 1895.
No
era una maestra como las que la villa había conocido hasta el momento,
limitadas a enseñar a sus alumnas las nociones básicas de letras, números y
algo de costura, sino que llegando mucho más allá trataba de que entendiesen
que, en una sociedad dominada por los hombres las mujeres, aunque no se les
reconociesen, tenían los mismos derechos y semejantes obligaciones que ellos.
Lo que la llevó a constantes enfrentamientos con la sociedad atencina de aquel
tiempo; con la iglesia o con el Ayuntamiento. Hasta que presionada por esa
sociedad que trataba de combatir e igualar, dejó su cargo de maestra a sueldo
del municipio en el mes de septiembre de 1902, apenas aguantó siete años las
presiones municipales; no obstante continuó dando clases particulares, al
tiempo que instauró lo que se llamó escuela
de adultos en su domicilio particular, en la calle de la Zapatería, frente
a la capilla de San Roque.
A
raíz de dejar de dar clases, doña Isabel comenzó una nueva labor, la
periodística, que ya había esbozado en
la revista que, en 1898, vio la luz en Atienza, la llamada Atienza Ilustrada.
Pero aunque doña Isabel había dejado el magisterio oficial, continuaba
siendo una luchadora social que la llevó a combatir la pena de muerte, o abogar
por la igualdad social de la mujer.
De su trabajo literario quedan decenas de artículos, la mayoría de ellos
publicados en la prensa de Guadalajara, el semanario Flores y Abejas
principalmente, así como en las revistas que se publicaron en Atienza y
Jadraque, “Atienza ilustrada” y “La Alcarria ilustrada”, también publicó
algún que otro artículo en “El Briocense”,
así como en otros de más calado político. Su escritura es crítica y combativa.
No hay aspecto de la sociedad que, imaginándolo discriminatorio o injusto
contra algún sector, no combata. Al tiempo que se aventura a ofrecer soluciones
para una tierra que ya, en aquella época, comenzaba a experimentar una
creciente emigración por falta de iniciativas que renovasen la vida rural. Fue,
sin lugar a dudas, una adelantada a su tiempo, como la definió su principal
biógrafo, el profesor Calero Delso.
Cuando
lo hizo, doña Isabel llegaba a una población en la que había de dejar una
profunda huella: “las personas se gastan
rápidamente, yo cuando menos pertenezco a la historia local. Pero desde la
historia podré aun ver a las que fueron mis alumnas aprovecharse de lo que fue
el más firme empeño por mi parte”, escribió años después, y así debió de suceder.
La escuela de niñas se encontraba entonces en un viejo edificio junto a
la muralla, justo encima de la que hoy
todavía se denomina “puerta de las
escuelas viejas”, paralela al arco de la Virgen; antes de dedicarse a
escuela de niñas fue un antiguo telar al que se denominó la “fábrica”, y anteriormente fue la casa
palacio de los Bravo de Laguna, edificio ya prácticamente ruinoso: “Era una construcción tan rara que no tenía
edad; había en ella tornapuntas y entarimados de hace cincuenta años, y
sillarejos sentados hace siete siglos; un caserón de varias épocas, apoyado en
un lienzo de murallas que tuvo un metro y setenta y cinco centímetros largos de
espesor. Se alzaba en el lienzo superior de murallas, porque la inferior sirve
para contener el terreno, y debió ser construido hace trescientos años. El
interior era casi todo un salón destartalado”.
No tardó en incorporarse a uno de los grupos atencinos que trataban de
cambiar la población, para bien, el capitaneado por el entonces político,
abogado y notario, Bruno Pascual Ruilópez, con quien compartía ideas uno de los
médicos del pueblo, el doctor Solís y Greppi, el farmacéutico, algún que otro
funcionario y poco más.
Desde su llegada centraría su lucha para que se edificase un nuevo
colegio para las niñas, e incluso, asomada, como ella cuenta, al balcón que se
cuelga sobre la muralla, ideará el edificio, con un amplio jardín y mucha
luminosidad: “Desde el único balcón de mi
labor, en lugar elevado y dominante yo me dedicaba por las tardes, concluida la
sesión, a investigar los alrededores, buscando un local nuevo para escuela o un
solar para construirla”. Claro que sus peticiones primeras serán desoídas
por la primera autoridad municipal que no tardará en recriminarla con aquello
que ella misma apunta de “está usted
llena de caprichitos señá Isabel”.
Aquel primer edificio en el que da clases no tardará en verse desocupado
por su ruina, pasando entonces la escuela de niñas, durante un breve periodo de
tiempo al antiguo hospital de San Julián, bajo la muralla, mientras se habilita
otro edificio, para el que el Ayuntamiento adquiere la financiación de la
Diputación provincial, y que no se llegará a edificar porque el Ayuntamiento
destinará aquel dinero a otros menesteres, entendiendo que la educación de las mujeres niñas de la villa
no es asunto prioritario.
A
lo largo del tiempo se la acusará de muchas cosas. De pertenencia a algunos
partidos políticos o cofradías o hermandades prohibidas, entre otras cosas;
ella conforme contó, tan solo pertenecerá, a lo largo de su vida, a una
hermandad, la Sociedad Astronómica de París, siendo una de las primeras
españolas en serlo, y también de las primeras estudiosas de los eclipses de sol
y luna.
A
lo largo de su vida se mostrará como una persona escéptica, con creencias
propias. Isabel cree en la realidad, en lo que puede verse o palparse, en lo
que tiene una explicación razonada y razonable, lejos de interpretaciones más o
menos místicas o supersticiosas.
Luchará por lo que cree justo, desde la ya dicha igualdad de la mujer, al
respeto a los animales, la abolición de la pena de muerte, la enseñanza y vida digna
de los maestros, e incluso abogará porque se prohíba el uso de armas de fuego, en
aquella época algo habitual, pues como ella misma escribirá en alguna ocasión “parece que todo hombre que se precie
necesita llevar una pistola”.
Y, por supuesto, aunque acepte críticas a su labor u opiniones, no
guardará silencio fácilmente. Hará contrarréplica a quienes la critican,
argumentando sus razones, en ocasiones, con un deje de sarcasmo: “Verán ustedes, a mí, que me han llamado
tonta, por traslación, quiero decir, calificando mis actos de tonterías, no me
enfado. Si eso de que soy tonta ya me lo sabía yo. Yo interpreto la palabra
tontería como si me dijeran: ¡que mona, qué graciosa, qué bonita! Yo no tiro
chinitas, suelo hacer observaciones diciendo con franqueza lo que pienso o lo
que siento”.
En 1914, residiendo en Guadalajara, a donde se trasladó hacía 1910, la
enfermedad comenzó a apoderarse de ella, aunque trató en todo momento de
sobreponerse al mal. Detestaba, por encima de todo, que la compadeciesen, y así
lo hizo saber al director de Flores y Abejas cuando el semanario dio cuenta del
mal que la aquejaba. Murió en la madrugada del 28 de marzo de 1915, y siguiendo
sus instrucciones, Flores y Abejas, el semanario para el que más escribió, se
limitó a publicar la esquela dando cuenta de su fallecimiento.
Por supuesto, no conoció la mayoría de las conquistas igualitarias que
lograron las mujeres; ni mucho menos, el nuevo edificio que para escuela de
niñas adquirió, y donó al municipio de Atienza, uno de aquellos bienhechores,
que en todos los tiempos suele haber, don Miguel Sánchez Dalp. Pero sí, dejó en
la provincia, aunque no lo desease, su nombre, de mujer luchadora.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 2 de agosto de 2019