viernes, 16 de agosto de 2019

POR DECIR ¡VIVA SAN ROQUE! San Roque es, quizá, el Santo más celebrado en la provincia

POR DECIR ¡VIVA SAN ROQUE!
San Roque es, quizá, el Santo más celebrado en la provincia

   
   Me llevaron prisionero, y ahora que estoy en prisiones… ¡Vivan San Roque y su perro!
   Lo cantaban los mozos de Atienza hace cincuenta o más años cuando la noche víspera de la celebración, a lo largo de las calles principales de la villa, en inagotable procesión, subían y bajaban, desde el Rollo a la capilla y desde la capilla al Rollo, con los pellejos de vino que quedaron inservibles, y con todo aquello que  podía arder, y permanecer ardiendo ocho o diez o quince minutos, desde el Rollo a la capilla y desde la capilla al Rollo.

 Por decir ¡Viva San Roque!. Guadalajara en la Memoria. Nueva Alcarria, Guadalajara

   El Rollo, que no picota, se situó en tiempos, señalando la real jurisdicción de la villa, junto a la Puerta de Antequera, al lado del antiguo Hospital de Santa Ana. La capilla continúa en su lugar de siempre, embutida en uno de los numerosos caserones de la calle de Cervantes desde que allí se situase por el siglo XVIII.

   Es, quizá, una de las más sencillas de Atienza, a pesar de estar dedicada a Santo de tanto tronío. Lo último que se conoce de ella es que fue reformada por la familia de quien fuese el primer piloto aéreo de Atienza, la de Vicente Redondo. Su hermano Abundio, que se dedicaba a la construcción la enlosó por la década de 1940, y uno de los mejores artesanos de la madera que conoció el pueblo, Ladislao Ruilópez, labró su altarcito. Y allí sigue el Santo, mirando a quien pasa por delante, suplicando una limosna.

   Es, quizá, San Roque, el Santo más seguido de la provincia, o lo fue, cuando las pestes hacían de las suyas y no había más remedio que encomendarse, como cuando truena a Santa Bárbara, en aquellas a San Roque para librarse del mal.


   La última gran peste conocida por esta parte norteña de la provincia de Guadalajara fue la de la fiebre tifoidea, seguida del sarampión, que se metió de lleno por algunos pueblos del entorno de La Bodera allá por la década de 1920, peste de la que libró al pueblo, más que San Roque, uno de los médicos de Atienza, don Carmelo Martínez Aldaz a quien, en recompensa, se le impuso la Gran Cruz de la Beneficencia, el 16 de julio de 1930.

   Antes, en el siglo XIX, Guadalajara, como media España, se vio zarandeada por aquel mal que dieron en llamar, porque de por allá venía, el mal del Ganges, que no era otra cosa que el cólera. Enfermedad de pobres, a juicio de los ricos; y que se llevó a la sepultura, quién sabe por qué, a más ricos que pobres. A pesar de que los pobres quedaron registrados y los ricos, porque no los señalasen, morían de cualquier cosa menos de la enfermedad reinante, que así lo anotaban los clérigos en los libros de defunciones. En muchos pueblos de Guadalajara todavía se recuerda el año del cólera, refiriéndose al de 1885, a pesar de que el más mortífero fue el de 1855, cuando la provincia perdió, en apenas dos meses, a cerca de 10.000 personas.

   Por aquellos tiempos no le faltaron a San Roque devociones, ni procesiones; a pesar de que su patronazgo sobre la peste venía de antiguo, de los siglos XIV, o XV o XVI, cuando las pestes entraban por una punta de las poblaciones y salían por la otra, como diría nuestro Académico de la Real de Medicina, Doctor Sanz Serrulla, con la guadaña chorreando sangre.

   De aquellos siglos son las numerosas ermitas que se distribuyen a lo largo y ancho de la provincia dedicados al santo patrono de los apestados, de los perros, de los peregrinos, de los inválidos, de los cirujanos… En una palabra, de quienes fían en él.

   Si nos ponemos a echar cuentas de ermitas dedicadas al Santo, no paramos. La tenemos en Trillo; en Albendiego; Villacadima; en Sigüenza; en Guadalajara; Budia; Henche; Luzón; Horche; Alcolea del Pinar; dos o tres docenas de municipios más y, por supuesto, en Palazuelos.

   Y no contemos ya los pueblos que, por estos días, lo celebraban como patrón, principal o secundario, desde Copernal a Codes, pasando por Castilblanco, Hijes, Sigüenza…, y dos o tres docenas más. Otros, como sucedió con Atienza, lo tenían como fiesta señalada; en la que se llegaban a lidiar, incluso, ¡las vacas del pueblo! Las más rebeldes, claro está.

   En Palazuelos, que es villa señorial donde las haya, se juramentaron para ponerse sus propios bajo la protección del Santo cuando los tiempos de las pestes bubónicas, que aquellas asolaban las poblaciones, cuando corrían, según las cuentas, los últimos años de la Alta Edad Media, a punto de entrar en la Edad Moderna. De aquellos días, finales del siglo XVI, a juzgar por lo que la historia cuenta, arranca lo que allí llaman “el voto de San Roque”, que fue la promesa de ponerse bajo la advocación del Santo a cambio de que este los librase del mal. Que lo debió de hacer, pues desde entonces lo hicieron figurar como titular de una de las puertas de la villa y en ella situaron una estampa, o lienzo con su estampa, para tenerlo presente, al entrar y salir del lugar. De ahí que, con el tiempo, también le dedicasen la correspondiente tonadilla:

La entrada de Palazuelos
es una entrada bonita,
al entrar está San Roque,
y al salir está la ermita.

   Santo de tanta devoción no podía pasar inadvertido para los sencillos lugareños que imaginaban que encendiendo luminarias la noche del titular, el fuego y el humo se llevarían los males.

   Cuando aquello del año del cólera se paseaban las ovejas por las calles de muchos pueblos de España, en la creencia de que el mal se enredaría en la lana, y con ellas saldría; y la lumbre siempre estuvo presente en cualquier celebración que se precie.

   Y, en ocasiones, para darle mayor gloria, para la festividad se contrataba a un buen predicador para que en la función mayor lo citase, cuantas más veces, mejor. En Copernal, para ser más, llegaron a ofrecer al cura un real, de ¡sabe Dios qué tiempos!, por cada vez que citase al Santo. Eran tiempos en los que se hacían esas y ofertas semejantes. En Hijes se pagaba un cuartillo de vino al primero que por San Blas divisase una cigüeña, o sea que…

   Doña Isabel, la maestra más cascarrabias que conoció Atienza, describió en los lejanos inicios del siglo XX la fiesta de Roque como una especie de juerga colectiva: “El día 15 de agosto por la noche todo el pueblo se congrega en esta calle, hombres y muchachos provistos de palos, mejor cuanto más largos y gruesos, en un extremo de los cuales ponen un boto, esto es, un cuero viejo de vino, los prenden fuego y los pasean a todo lo largo de la calle llena de gente, ardiendo, chorreando pez hirviente en gruesas gotas que caen donde caen, yo no sé cómo no se abrasan diez o doce personas todos los años. Un humo irrespirable de pellejos y pez quemados llena la calle y el lugar”.

   En Palazuelos, el día del voto, ha pasado a ser el día del “boto”;  en homenaje al Santo patrón se renueva la promesa, “del voto al santo convirtiéndose en la quema de un “boto” por parte de quienes almacenaban líquidos”.

   Dicho sea, aunque ya quedó aclarado, que el boto es el hermano mayor del botillo, de la bota; primo y descendiente de los pellejos, de aquellos pellejos contra los que acometió don Quijote.

   Palazuelos es ya, tal vez, la última población de la provincia de Guadalajara que celebra la fiesta de San Roque quemando un boto. Por Budia también queman pellejos, pero por la Sampedrada, que como se deduce, cae por San Pedro. De Atienza desapareció la costumbre cuando el siglo XX alcanzó la edad de la jubilación.


   La de Palazuelos es una fiesta hermosa, con un entorno que nos lleva a los tiempos en los que la población se encomendó a San Roque; cuando el señor de la villa ya debía de ser don Diego Hurtado de Mendoza, nieto del Cardenal don Pedro, a quien llegó de puritica casualidad, después de que con su padre no se quisiera casar su prima doña Catalina, que optó por meterse a monja. Y como doña Guiomar, la hermana de doña Catalina, no tuvo descendencia con el conde de Priego, don Diego padre hizo valer sus derechos de primo despechado y...
   Y, como diría nuestro admirado Sinforiano García Sanz:

A cada Santo, su padrenuestro,
y San Roque, solo medio,
que para santo francés,
bastante es…

   Aunque haya quien continúe la copla que cantaban por Atienza cuando el siglo XX era mozo, con sus botillos ardiendo, correándoles la pez: Por decir ¡Viva San Roque!, me llevaron prisionero; y ahora que estoy en prisiones, ¡Vivan San Roque, y su perro!
   Y es que San Roque significa, por esta parte de la provincia, con Palazuelos y Sigüenza al frente, fiesta.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 16 de agosto de 2019