EL CONCEJAL DE LOS CHISPEROS DE MADRID
Fulgencio
de Miguel, natural de Imón, murió el mismo día en que Madrid lo iba a
homenajear
Alguien tendría que poner letra a un chotis, o una zarzuela, entre cuyas
estrofas se glosase algo así como que Madrid, sin Guadalajara, no sería nada. O
que por el Ayuntamiento de Madrid pasaron tantos hombres ilustres de
Guadalajara que tiempos hubo en los que la capital del reino, más que capital,
pudo pasar por ser una sucursal alcarreña en el corazón de España. Claro que
tampoco sería mala idea que, en la esquina de las calles con nombre de
personajes se situase una breve mención de quien la da nombre, para que no nos
resulte desconocido. Sobre todo si nació en Guadalajara. También es cierto que,
teniendo en cuenta el número de habitantes de la provincia, fue esta, a la par
que la de Segovia, las que más vecinos entregaron a ese Madrid que todo se lo
lleva. Y que hoy, por tierras madrileñas, el número de naturales y
descendientes de la provincia de Guadalajara es tres o cuatro veces superior al
censo de la provincia. Y unas cuantas calles hay dedicados a ellos.
FULGENCIO DE MIGUEL. EL CONCEJAL DE LOS CHISPEROS DE MADRID |
No tenemos muy claro, de momento, si alguno de los muchos nacidos en la
provincia que asentaron sus reales en Madrid llegó o no a ser su Alcalde o
Corregidor; si tenemos por cierto que gran número de nacidos en la provincia
alcanzaron puestos de relevancia en la Alcaldía a lo largo de los últimos
ciento cincuenta años, desde el mondejano Marcial Rivera de Diego, a los
gualajareños Manuel Medrano Huetos o Enrique Benito Chavarri. Por supuesto, no
contamos, entre los naturales de la provincia, aunque casi lo fuese, a don
Alvaro de Figueroa y Torres de Mendieta, nuestro más que peculiar Conde de
Romanones, que rigió la Alcaldía. Todos ellos entre los años finales del siglo
XIX y los comienzos del XX. Las crónicas nos dicen que administraron sus
concejalías y distritos correspondientes con seriedad, honradez y dedicación a
sus vecinos.
La mayoría de quienes ocuparon cargos en la Alcaldía, como concejales de
distrito o tenientes de Alcalde de la capital, lo hicieron en los distritos de
centro y sus adyacentes de Latina y Justicia, el último conocido fue don
Enrique Núñez Guijarro, con raíces serranas, de Miedes de Atienza, que ocupó el
caserón de la calle Mayor en el que se encuentra la concejalía que,
casualidades del destino, fue levantado por un hijo de Brihuega, don José López
Bermejo.
Don Fulgencio de Miguel Alonso ocupó la concejalía de uno de los
distritos más significativos, por su historia, de la capital de España, el de
Chamberí, de donde fueron los más famosos “chisperos”,
ya que desde que llegó a Madrid aposentó sus reales en la plaza por excelencia
de aquel barrio, la de Olavide; en ella se hizo popular y desde ella extendió
su reputación a lo que hoy llamaríamos, el todo Madrid.
Nació,
Fulgencio de Miguel Alonso, en Imón, pueblo de sal y de muleteros antes de que
la fama se la llevasen los de Maranchón, el 16 de enero de 1863, siendo
bautizado en la iglesia parroquial de la localidad, a pesar de que a los pocos meses de su nacimiento se trasladó la familia a Valdanzo (Soria), desde donde a los
diez años de edad, se trasladó a Madrid para afincarse definitivamente en la
capital, dejando los estudios para comenzar a trabajar a los 17 años de edad en
un importante establecimiento de ultramarinos, donde aprendió el oficio de
comerciante.
En 1887 se estableció por cuenta propia en
un local de los que entonces se llamaban “de
coloniales”, que al cambio resultaban ser una especie de tienda en la que
podían encontrarse todo género de productos, de la calle de Trafalgar,
haciéndose popular en el Madrid de la época y el entorno de la madrileña plaza
junto a la que se encontraba su comercio, plaza que posteriormente ocupó el
mercado de abastos municipal del mismo nombre, ideado y promovido por nuestro
hombre, posteriormente derribado, y en el que se colocó una placa a su memoria
en los días posteriores a su fallecimiento.
Siendo ese año, el de 1887, cuando comienza
su ascenso en la vida social y empresarial de Madrid, también en la de
vecindad, ya que llegará a ser uno de los tipos más populares del barrio. Su
semblanza quedó reflejada en una de las muchas publicaciones de la época:
No
aceptando ayudas retrasó establecerse por su cuenta hasta poder hacerlo por sí
mismo. De su labor activa y destacada en el gremio del comercio da cuenta el
que en el año 1888 fue elegido y nombrado por vez primera Presidente de la
Asociación.
Después, siete veces concejal, socio de honor de los Círculos
del Comercio de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Sevilla…
Fue vocal de la patronal comercial desde los
años finales del siglo XIX, así como presidente del Gremio de Comestibles y de
la Asociación de Industriales de Plaza y Carruajes de la villa de Madrid, asociaciones
desde las que dio el salto a al Ayuntamiento de la capital; consistorio del que
sería primero concejal y posteriormente teniente de Alcalde.
Por supuesto que no escapó a las acusaciones
de caciquismo de su tiempo. Acusaciones vertidas por los opositores al
denunciar que nuestro don Fulgencio en lugar de limitarse a levantar la voz en
los mítines, o contar su programa a través de la prensa, solía acudir a
solicitar el voto de sus vecinos puerta a puerta y comercio a comercio, en ocasiones
en un vehículo municipal.
Afiliado al partido Liberal y amigo personal
del conde de Romanones, figuró por vez primera en la lista de concejales
madrileños en 1903, pasando desde entonces por diversos cargos y
representaciones tanto en el Ayuntamiento de la capital, como en su diputación,
al tiempo que formó y participó en varias organizaciones culturales y castizas
madrileñas que incrementaron su popularidad, hasta hacerlo habitual de la
prensa de la época en fechas próximas a las fiestas de carnaval o San Isidro.
En nuestro tiempo no hubiese salido de las tertulias televisivas.
Tan familiar se hizo para los madrileños de
su barrio que incluso la prensa, tan ácida en tantas ocasiones, perdonaba sus
desvaríos y agradecía sus genialidades, como hizo el diario “La Voz”:
“En este concejal madrileñísimo se fijó La Voz, especialmente. Le gastó
chanzas por su sombrero hongo, su verbenismo, su bastón de nudos, sus cadenas
de oro, sus anillos cuajados de diamantes rosa… Y los madrileños acabaron por
conocer al Sr. De Miguel por el confianzudo denominativo de “Don Fulgen”… Aparte el espectro
pintoresco explotado por el cronista, don Fulgencio de Miguel era todo bondad,
buen deseo, ansia de acertar. El distrito de Chamberí le debe casi en su
totalidad su moderna urbanización de hoy. Él fue quien consiguió que
desapareciera de las calles de Fuencarral y de Hortaleza el bosque de columnas
que sostenían faroles y redes del tranvía. A él le deben los chamberileros la
luminosidad de la glorieta de Bilbao, hasta hace unos años sumida en la sombra
en cuanto se ponía el sol. Don Fulgencio de Miguel ha sido el más resuelto,
constante y ruidoso defensor del ferrocarril directo Madrid-Burgos… Don
Fulgencio de Miguel fue el promotor eficaz y enérgico de la creación de la
Medalla de Madrid, para premiar a los españoles que se preocupen por el
esplendor de la capital de su patria… La Voz solicita con plena conciencia de
lo que hace, que la primera medalla de oro de Madrid sea concedida a D.
Fulgencio de Miguel…”
Falleció, casualmente, el mismo día en el
que Madrid se preparaba para rendirle un sonoro homenaje en el que se
descubriría en el mercado de Olavide la placa a su memoria que, como
anteriormente señalamos, se hizo con posterioridad a sus funerales. También,
casualidades del destino, el mismo día de su entierro el Ayuntamiento de Madrid
aprobaba la creación de la Medalla de Oro de la ciudad, cuya creación y
proposición partió de nuestro paisano.
Cuando falleció, la tarde noche del 6 de
septiembre de 1935, llevaba unos meses retirado. La enfermedad lo tenía
postrado en la cama, y por su domicilio no dejó de pasar gente, a interesarse
por su salud y darle ánimos.
Contaba, cuando lo llevaron a enterrar,
setenta y tres años de edad. El cortejo fúnebre pasó por el mismo lugar en el
que se alzaba el entarimado ya preparado para rendirle aquel gran homenaje que
se preparó en el barrio y trascendió al resto de los distritos de Madrid. El
descubrimiento de la famosa placa con su busto, que no pudo llegar a conocer,
porque no hubo tiempo. Aunque sí que se marchó conociendo que los madrileños no
lo olvidarían fácilmente. Pocos días después de su entierro, y aunque ya estaba
ausente, se inauguró la placa y, por esas cosas que la ordenanza madrileña
tiene de que hasta después de muerto no te ponen de nombre a una calle, dieron
el suyo a una de las de Madrid. La placa a su memoria, desde que derribaron el
mercado, años ah, se pasea por el Parque del Retiro, como los madrileños de
postín.
Y es que los hijos de Guadalajara también
han sido, en la capital de España, piedra angular del edificio municipal.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
6 de septiembre de 2019