viernes, 29 de diciembre de 2017

LA MIGAÑA. LA FILA ROMA DE GUADALAJARA

LA MIGAÑA. LA FILA ROMA DE GUADALAJARA
Fue la jerga que emplearon los esquiladores de Milmarcos y Fuentelsaz para comunicarse

   Hay que difundir nuestro lenguaje; hay que hablar en Migaña, recuperarla, que no se pierda; que se mantenga, que se convierta, como se han convertido otras lenguas, no en un signo de distinción que nos separe, sino en una seña de identidad que nos una y alegre…



   Bienvenido Morales, natural de Milmarcos, puede que sea, junto a Miguel Martínez Morales, Fernando Marchán, Alcalde de aquella población y…, muy pocos más, uno de los últimos habitantes de la provincia de Guadalajara que recuerdan, conservan y mantienen, ese lenguaje tan característico, nacido entre Milmarcos y Fuentelsaz, en nuestra provincia, y que se fue extendiendo, a través del oficio de quienes lo llevaron a cuestas, por algunas otras localidades de Guadalajara. Bienvenido Morales, aprendió la jerga de su padre; por ello “le chista amochales chafar la Migaña en el calmarzar”.



   Su padre, Justo Morales, esquilador ocasional, como tantos vecinos de la localidad que salieron a correr mundo de la mano de ese oficio, el de desmelenar ovejas en la primavera a golpe de tijera, dejó escritos en Migaña algunos de sus recuerdos; de las formas de vida que aquellos hombres duros llevaban. Una dureza que empezaba cuando los muchachos comenzaban, poco menos, que a sacar los pies de las alforjas. Mejor dicho, a podérselas ventilar por cuenta propia, como dirían las personas mayores. Esas que al día de hoy se acercan al siglo de edad. Que haberlos, los hay.

   El escrito de Justo Morales que me recuerda su hijo Bienvenido, comienza diciendo: En los siglos que el limes acurbaba delara, en las polizas de amayas de rupe, no falo tutas, pero si amochales, los delaras cuando acurbaban tarín de fajos de siglos, los chafaban de verdes de mitorras con truesgo verde carroño, para chafar de chacurra, que a los puertoricos les chistaba romo el dicar chacurras con las mitorras”.

   El abuelo paterno de quien esto escribe también le dio a la tijera de esquilar y anduvo al oficio por esos mundos de Dios. Algo se le pegó de aquella extraña lengua, de esa fila roma. Solía contar, cuando venía al caso que, efectivamente, a los amos de las ovejas, cuando preñadas, no les gustaba que los perros las alborotasen, se asustaban y del susto podía mal nacer la cría.


   A la “Migaña” se la han dado muchas definiciones. La más exacta es, a juicio de quienes más o menos la hemos echado un ojo, la de Miguel Martínez Morales. Coincide con lo que otros piensan, o pensamos, al decir que “Migaña” quiere decir “me engaña”. Porque de eso se trata, de engañar a quien escucha, dando a las palabras habituales otro sentido, otra interpretación, otro giro. Otra denominación a la cosa conocida. Al año, al siglo, a la silla, a la mesa, al número, al billete, a la fiesta… Es el sentido de las jergas, de las jerigonzas; de las formas de habla gremiales, que únicamente entienden los del gremio, puesto que de eso se trata, de comunicarse entre ellos sin que se enteren los demás.

     La Migaña, en otras partes “Mingaña”, parece una lengua romance, una lengua arrancada a los libros de la historia; sacada de cuajo de los escritos del Arcipreste de Hita o del infante don Juan Manuel, ambos dueños de letra y pluma en lejanos tiempos, y que a través de la Migaña parecen estar presentes detrás de cada una de sus expresiones. Sin embargo nació en los últimos años del siglo XVI o en el XVII, y se fue ajustando en tiempo y forma a los años y siglos que le fue tocando vivir. A pesar de que jergas y jerigonzas viniesen de tiempo atrás.

   Quien escribe recuerda, escuchando la Migaña, el parloteo de los trilleros de Cantalejo, la Gacería o Briquería, que en aquel lugar atribuyen a la época de la guerra de los franceses; o las jerigonzas de los distintos gremios de la que ya se hace eco El Lazarillo de Tormes; o las distintas jergas que utilizaron pastores, tratantes, chalanes o trashumantes; e incluso el Maconeiro o el Donjuan que utilizaban los cesteros en Aragón, Asturias, Vizcaya o La Rioja. A lo largo de la Península Ibérica son decenas las formas de habla, las jergas que se han conocido. Pocas las que se conservan, y donde las hay se las mima como a niño chico.

Milmarcos. Iglesia de San Juan Bautista

   Porque la Migaña es eso, una jerga, una jerigonza, un código de lenguaje que utilizaron los esquiladores, los tratantes, los colchoneros, los cardadores y algunos más de quienes se dedicaron a oficios trashumantes por la zona de Molina de Aragón y fue extendiéndose por la raya de la provincia de Guadalajara con la de Zaragoza y Soria, y que quedó con el paso del tiempo en Fuentelsaz y Milmarcos como últimos reductos.

   Código de lenguaje que no tiene ni tuvo nunca un abierto arraigo local, ya que en ese caso su raíz hubiese terminado por conocerse, haciendo ineficaz un vocabulario creado por quienes, tratando de defender su gremio, buscaban entre ellos una comunicación particular mediante la cual darse a conocer entre sí, avisarse, prevenirse y diferenciarse mediante un lenguaje coloquial que hoy ha traspasado la frontera de aquellos oficios para hacerse más popular, más culturalmente representativo de una comarca, o de unas poblaciones que lo quieren, o lo deben mantener vivo.

   Los esquiladores de Fuentelsaz famosos en toda la región, tanto o más que los de Milmarcos, a la hora de desmelenar ovejas, trabajo duro, sacrificado y hasta cierto punto desagradable lo pasaron también a algún que otro esquilador serrano, como el abuelo del viajero, el tío Soria quien, tijera en mano, dicho está, se desenvolvía mingañeando. Hablando la fila roma. La lengua extraña. Puesto que eso significa: fila, lengua. roma, extraña.

   En Fuentelsaz sus vecinos aseguran que la Migaña nació aquí, y de aquí se extendió a Milmarcos y Maranchón, claro que en Milmarcos y Maranchón afirman justamente lo contrario. Uno piensa que entre ambos debían de ponerse de acuerdo para hacer de ella una bandera con la que salir a presumir, de vocabulario propio, al mundo.

   No han sido pocos los estudios que de un tiempo acá se han llevado a cabo, desde el molinés Sanz y Díaz a Fernando Marchán, o Justo Morales Atienza; desde María Rosa Nuño a Blanca Gotor, quien adaptó a “Migaña” algunos cuentos de los más conocidos. De la Migaña se ocuparon, entre otros, Evilasio Rodríguez García, Áurea Cascajero Garcés y Manuel García Estrada; Nicanor Fraile, Sinforiano García Sanz, López de los Mozos y, seguramente, algunos más quedarán en el tintero; porque no deja de ser un tema digno de estudio. Porque mientras se la estudie, y se la cite y recuerde, estará presente entre nosotros y no se perderá.

   Tiene su apartado, en un rincón de ese magno monumento a la cultura popular que es el Centro de Interpretación de la Posada del Cordón de Atienza, a través de los cuentos de Blanca Gotor, y el reciente libro-estudio-vocabulario aparecido el pasado año: “La Migaña o Mingaña, jerga o jerigonza de tratantes, muleteros y esquiladores de Milmarcos y Fuentelsaz, en Guadalajara”, recorre desde entonces mundo, con su estudio y su diccionario, ampliamente elogiado por quienes le han puesto la vista encima.

   Hay que difundir nuestro lenguaje; hay que hablar en Migaña, recuperarla, que no se pierda; que se mantenga, que se convierta, como se han convertido otras lenguas, no en un signo de distinción que nos separe, sino en una seña de identidad que nos una y alegre.

La MIgaña fue un lenguaje que surgió en torno a la lana


   La Migaña debía de ser, como alguien decía (cierto que eran los Santos Inocentes), el idioma cooficial de la tierra molinesa, de la serrana o, apurando un poco, de Guadalajara. Porque los tiempos han cambiado y ha de dejar de ser la lengua extraña, para que por todos sea conocida. No son los tiempos de que nos hablaba Justo Morales que decía: “cuando yo era chico, en las casas pobres, no digo en todas, pero si en muchas, los muchachos cuando tenían diez años los ponían de pastores de ovejas con otro pastor viejo para que le ayudaran, o sea, para hacer la labor de los perros, que a los dueños no les gustaba ver perros con las ovejas…”. Los perros, en este lenguaje, son los “chacurras”.

   Podría ser un buen propósito para el año naciente, para el 2018 que nos viene: Aprender a hablar en Migaña. Tomar un libro de los que de este lenguaje tratan y echarnos al monte de su fabla. Enorgullecernos y presumir de lo propio. Para poder decir lo de “¡Gallardo siglo!, el venidero; gallardo por bueno, por feliz, por dichoso; siglo, por año.

   Así sea. Y que a todos les chiste a mochales chafar la Migaña en el calmarzar (les guste mucho escribir en Migaña).  Porque, además de edificios monumentales en los que fijarnos, tenemos también en la provincia otras formas de cultura a las que echar el ojo.
  
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 29 de diciembre de 2017