MEMORIA
DE BOCHONES, FRAY JORGE Y HERNANDO DE MAGALLANES
El
último pueblo de la provincia, en la historia de las Filipinas.
Tomás
Gismera Velasco
Cuando Hernando de Magallanes llegó a lo que con el tiempo serían las
islas Filipinas, en el mes de marzo de 1521, ni a él ni a ninguno de los
hombres de aquella tribulación que se enfrentó a los indios cebuanos de Mactán,
capitaneados por Lapu-Lapu en la batalla que le costó la vida, pudieron
imaginar que el recuerdo de su nombre, de su hazaña y muerte en aquel apartado
rincón del universo quedaría unido a un pequeño y apartado rincón del universo
español llamado Bochones.
Bochones es uno de esos pueblos prácticamente desconocidos de la
provincia de Guadalajara y su Serranía, a nadie se le escapa. Se encuentra al
norte de Atienza, de la que depende como anexionado municipalmente, si bien y a
lo largo del tiempo tuvo su propia autonomía y contó, como todos nuestros
pueblos, con su propia historia. La población fue agregada a Romanillos de
Atienza mediado el siglo XIX, y con Romanillos anduvo hasta la década de 1880,
en que pasó a depender de Atienza. Como tantos otros, también Bochones estuvo
dentro de los señoríos de los Mendoza, que por esta parte de la Guadalajara
rayana con Soria fueron condes de Coruña, y marqueses de Monteagudo, o de
Lanzarote. Dependiendo de los tiempos.
Se encontraba entonces, como lo ha venido haciendo a lo largo de la
historia, en uno de los tradicionales pasos de la Mesta, la Cañada Real
Soriana, con cuyos alcaldes mantuvo el vecindario largos pleitos por el uso, y
en ocasiones abuso, de pastos de los rebaños que por allí pasaban. Siendo,
quizá por ello, tierra de pastores. Apellidos tradicionales del municipio han
quedado unidos al nombre de muchos de los pastores serranos en un oficio que
avanzado el siglo XXI ha pasado a la historia, sin embargo pastores fueron los
padres de uno de los más preclaros hijos del lugar, Fray Jorge Romanillos, y
también lo fueron de quien, en los albores del siglo XX, inscribió su nombre
con sangre en las bodas de Alfonso XIII, como una de las víctimas del atentado,
Isaac, entre otros muchos. Y es que este apellido, Romanillos, ha sido la seña
de identidad del lugar.
Nunca, a pesar de que son muchas las interpretaciones, conoceremos con
certeza el porqué de que a los naturales de Bochones desde los pueblos
limítrofes, se les apode “Monterones”,
quizá sea por la montera característica que usaron para cubrir la cabeza sus
pastores, de piel de conejo y con orejeras. Del mismo modo que tampoco
conoceremos el porqué de la celebración local en torno a la fiesta de la Virgen
de Torralba, con la leyenda a ella añadida, cuando el patrono de la iglesia fue
y sigue siendo San Bartolomé, con fiesta grande, de tradición, el 24 de agosto.
Unido municipalmente a Atienza en 1834 encontramos el curioso anuncio
mediante el que se solicita maestro de niños quien a su vez, y como sucede en
los pueblos limítrofes, ha de desempeñar otro conjunto de obligaciones: la sacristía, maestría de niños y fiel de
fechos del lugar…
Compartía médico-cirujano, por esta época, con la cercana población de
Cincovillas, como anejos que ambos eran de Atienza en cuanto a la medicina se
refiere. E igualmente compartía con la población de Casillas, cura párroco.
Bochones fue segregado del Ayuntamiento de Atienza en el mes de mayo de 1888,
agregándose entonces a Casillas de Atienza, para ser nuevamente agregado al
municipio atencino, dicho está, en los inicios del siglo XX. Desde entonces no
se ha movido, que ya lo hizo con harta holgura a lo largo de los tiempos.
La escuela funcionó con cierta regularidad, al contrario de lo que
ocurriese con otras vecinas ya que, al contrario que aquellas, cuyos maestros
no solían tener el cargo en propiedad, sino que lo ejercían de forma
interina, en este caso el maestro era titular, por lo que
permanecía en el lugar durante varios años. A pesar de que
no se librarían los chicos del pueblo de que la escuela, como otras muchas, se
encontrase en permanente ruina y desde Guadalajara, ante el mal estado del
edificio y riesgo para los alumnos, llegó la orden en 1927 de que se abandonase
el local, se reconstruyese por cuenta del municipio de Atienza, al que
correspondía hacerlo y que, mientras aquello sucediese, el maestro, ante la
falta de local en el que hacerlo, diese las lecciones en la calle.
Algo similar sucedía por entonces en Casillas, cuyos vecinos, antes de
conocer lo sucedido en Bochones, solicitaban de la inspección provincial que
sus hijos pudiesen asistir a la escuela de Bochones, creyéndola en mejor estado.
Así estaba, en el primer tercio del siglo XX, la enseñanza en la comarca de
Atienza.
Era maestro en 1909 don Felipe Illescas Gómez, quien compartió docencia
con don Atanasio Hernández incansable defensor de los derechos de los maestros
desde esta localidad. Don Felipe dejó el pueblo en 1913 para asentarse en su
localidad natal de Fuentes, en la provincia de Toledo.
Por supuesto que también había escuela de niñas, aunque a esta asistían
menor número de alumnas, sobre todo después de 1940. No tenemos los nombres de
las maestras de la población, si bien la memoria de quienes la recuerdan
mantienen el nombre de una de las últimas que dio clase en la localidad,
avanzada la década de 1950, Ángeles Lozano.
Quizá en esa época, primer tercio del siglo XX, uno de los vecinos más
ilustres de Bochones fuese el pedagogo don Luis Coll, quien a pesar de estar
avecindado en Madrid pasaba largas temporadas en el pequeño pueblo de la
serranía atencina, haciendo constantes paradas, y visitas, a Sigüenza, en donde
conservaba gran número de amigos, así como en Atienza. Visitas a la población
de Bochones que dejaron de prodigarse a partir del verano de 1922, cuando su
casa fue asaltada, a don Luis le entraron los temores y las visitas al pueblo
se fueron espaciando, hasta desaparecer del todo. Luis Coll, además de publicar
numerosos escritos en torno a la pedagogía, lo hizo con algún que otro ensayo a
medio camino entre la política y la docencia, como: “Educación y socialismo”. Además de ser uno de los sostenedores de
la Cocina de Caridad fundada por Hilario Yabén en Sigüenza.
De Bochones fue originario, aunque nacido en Atienza, el conocido
maestro y político guadalajareño Teodoro Romanillos, fundador del “Magisterio Arriacense”, colaborador de
innumerables medios de prensa, y uno de los más activos miembros del partido
político Unión Patriótica, con el que llegó a ser concejal en el Ayuntamiento
de Guadalajara, desempeñando la primera tenencia de Alcaldía y, en 1928, y de
manera transitoria, la Alcaldía de la ciudad, al tiempo que desempeñó otros
muchos cargos como el de Inspector de Primera Enseñanza.
Y por supuesto, en Bochones nació Fray Jorge Romanillos. Un lejano 23 de
abril de 1847. Primero se fue al seminario de Sigüenza, donde se hizo cura; y
hechos los votos, fraile de la orden de San Agustín, en Valladolid. Como tal
hizo las maletas y se plantó en Filipinas en 1873, con intención de adoctrinar,
y enseñar algo más que la doctrina, a
los cebuanos del Cebú. Comenzando por aprender el idioma, claro está.
Fue cura
párroco en Argao, Opón y San Nicolás de Pangasinán; además de maestro de
escuela, y de obras. Trazó puentes y carreteras que unieron algunas de las
aldeas de aquellos lejanos territorios, como solían hacer los hombres que
acudían a las misiones, y lucho por la dignidad de los naturales de la isla,
cuando aquello de las tormentas del 92, y del 98, que lo hicieron regresar a
España, para volverse con los suyos, a San Nicolás de Pangasinán, donde le llegó
a muerte hacía 1920, después de dejar inscrito su nombre en la historia de
aquella tierra. Durante los trabajos de apertura de la carretera de Mactán se
encontró, por casualidad, la inscripción que daba cuenta de la llegada al lugar
de Hernando de Magallanes, en el mes de marzo de 1521 y cuya memoria, por
aquello de borrar símbolos imperiales, había caído en el olvido. Y, nuevamente,
se levantó la estatua, y se recobró la memoria del hombre que dio,
oficialmente, la primera vuelta al mundo. Y allí, junto al de Magallanes, se
inscribió el nombre de este buen fraile natural de Bochones, el pequeño lugar
de la serranía de Guadalajara: Esta inscripción fue encontrado accidentalmente por el
padre muy reverendo Fray Jorge Romanillos… Se
dice en el monumento…
Es mucha la historia que queda por escribir en torno a esta población,
más allá de las crónicas del conde de Romanones, habitual cazador de codornices
en su término y los vecinos; o de aquellas aventuras políticas en las que se
contaba a través de la prensa nacional que los electores se veían obligados a
acudir a depositar su voto a la vista de los candidatos que lo ponían en sus
manos, en sobre abierto y custodiados por la Guardia Civil, para que los
caciques provinciales continuasen siéndolo, olvidando las escuelas y el
progreso que debían haber impulsado a estos municipios, a fin de que no
perdiesen el mayor capital del que disponían: sus habitantes.
Y
aun así, sus gentes inscribieron su nombre en las páginas de la historia.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en la
Memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara,
24 de agosto de 2018