AMELIA DE LA TORRE. La actriz
Su figura de dama de la nobleza, con su voz
peculiar y un genio que se hacía destacar por encima de algunos más de los
grandes actores del cine español, se dejó sentir en una de sus últimas películas;
quizá la que más nos la podría recordar: “La
vaquilla”.
Se trataba de ella, de Amelia de la Torre de
la Fuente. La Amelia de la Torre de las películas en blanco y negro de la
España de la postguerra. La de las pantallas de la televisión que la presentaban
en su “Estudio Uno”; la de los
teatros. La que recibió aplausos, pasó por los escenarios de España y América
sin hacer ruido y, en silencio, pasó a la historia de la cinematografía
nacional.
Tenemos que buscarla, de muy chiquilla, en
la escuela pública de su pueblo, de Illana, recitando versos, allá cuando el
siglo XX comenzaba a sacar la cabeza, en 1913, cuando don Manuel Brocas, diputado por el distrito
de Pastrana, acompañado de todas las autoridades del pueblo, y algunas otras de
fuera de él, acudió el 26 de marzo de aquel año para inaugurar las escuelas
públicas del municipio, y allí estaba ella, cuando:
… las
preciosas niñas Gloria Rico y Amelia de la Torre, recitaron con encantadora
simpatía unas composiciones poéticas…
Tenía entonces, Amelia de la Torre, aquella
encantadora niñita que saludaba al Sr. Brocas y al Sr. Gobernador, y a todas
las autoridades, ocho años de edad, y era la primera vez que se ponía ante el
público. Después lo haría en muchas ocasiones más. Pero aquella, en su pueblo,
fue la primera.
Doce años después debutaría, a lo grande, en
Madrid, nada menos que en la compañía de Margarita Xirgu. Porque Amelia tuvo
muy claro desde niña, que quería ser actriz. Y lo hizo con la obra de un premio
Nobel, don Jacinto Benavente, en “Cuando
los hijos de Eva no son los hijos de Adán”, y a continuación, con el teatro
de otro de los grandes de la escena y la poesía española, Federico García Lorca
y su “Doña Rosita la Soltera”.
Eran los años dorados de los actores
españoles, que triunfaban aquí y allá. Los años dorados de los finales de la
década de 1920 y los comienzos de la de 1930, que trajeron aquel disloque entre
los hijos de la madre tierra que se llamó Guerra Civil.
En 1936, dos o tres meses antes del
estallido de la Guerra, la compañía para
la que entonces trabajaba, la de Josefina Díaz de Artigas, se embarcó
hacía Argentina para interpretar entre otras piezas “Bodas de Sangre”; y allá, en Buenos Aires, se tuvo que quedar
durante algún tiempo. Mucho tiempo, pues no regresó a España hasta la década de
1950. Representar obras de algunos autores, entonces llamados malditos, tenía aquellas cosas. Mientras
allá se hacía grande interpretando obras de Rafael Alberti o de Alejandro
Casona.
En Buenos Aires se casó con el actor Enrique
Diosdado que aportaba como hija a la futura actriz Ana Diosdado, fruto de otra
relación; otra grande de nuestros escenarios que en ese momento contaba con
pocos años de edad. De su matrimonio con el gran actor le nacería otro hijo, Enrique,
como el padre.
A su vuelta no le faltó trabajo. Porque era
de esas actrices que llevan el escenario en la sangre.
Se incorporó a su vuelta a España en la
compañía de María Guerrero y trabajó habitualmente al lado de su marido, hasta
la enfermedad y muerte de este.
Debutó en el cine en 1938, en Argentina, con
Bodas de Sangre. Y a pesar de que fue
fundamentalmente actriz de teatro volvió a los platós para grabar algunas otras
películas, ya en España, entre ellas: El
Tren Expreso (1955); Plácido
(1961); La Celestina (1969); La Miel (1979); y, finalmente, La Vaquilla (1984).
Fue habitual en los escenarios teatrales de
televisión, para los que interpretó, entre otras obras, Eloísa está debajo de un almendro; La Malquerida; Ocho Mujeres,
o La Pechuga de la Sardina.
Igualmente intervino en algunas series de
televisión, de las que destacan “El Señor
Villanueva y su gente”; “Anillos de
Oro” y “Segunda Enseñanza”.
Su vida transcurrió, desde entonces, con un
pie sobre los escenarios del teatro y el otro en los platós de cine. Entre la
casa y la familia, ganándose, por su particular forma de ser, la simpatía de
los españoles, que la vieron, a partir de la década de 1960, como la madre de
muchos de quienes descubrían el cine, la televisión o el teatro, por primera
vez; como la abuela después.
Vivió sin hacer ruido. Y sin hacer ruido se
marchó, en Madrid, el 13 de julio de
1987. Atrás quedaba una gran carrera teatral; pocas mujeres habían interpretado
a tantos y grandes autores: Benavente, Lorca, Alberti, Casona, Pemán, Jardiel
Poncela, Lope de Vega, Tennessee Williams, Gala, Chejov, Calvo Sotelo, Ruiz Iriarte, Bertolt Brecht…
Más de dos docenas de otras de teatro
componía su repertorio; en más de dos docenas de películas dejó su sonrisa, y
se llevó todos los premios que entonces se podía llevar un actor: Nacional de
Interpretación, Larra, Latino…
Amelia de la Torre de la Fuente, conocida
como Amelia de la Torre, actriz, nació en Illana (Guadalajara) 12 de junio de
1905; murió en Madrid, el 13 de junio de 1987.
Tomás
Gismera Velasco
Henaresaldía.com