LA
COLMENA, LA TERTULIA QUE NO ADMITÍA ZÁNGANOS.
Fundada
por Francisco Layna en 1947, trató de cambiar la imagen de Guadalajara
Hubo un tiempo, no por lejano totalmente olvidado, en el que los
naturales de Guadalajara, al contrario de lo que sucedía en otros lugares de
España, parecían no sentir algo especial por la provincia que los vio nacer. Presumían
de pueblo, de comarca y castellanía; en cambio, se sentían un tanto alejados de
la provincia en la que sus pueblos o comarcas estaban incluidos. De la
Guadalajara mendocina que se adormecía con demasiadas inquietudes.
Gran número de sus naturales habían hecho las maletas a lo largo del
siglo, asentándose en otros lugares de España, principalmente Madrid, donde
mediado el siglo XX, en primera y segunda generación se contabilizaban más de
cien mil guadalajareños residentes; y comenzaba a nacer una tercera generación
que, de no poner los medios, terminaría por olvidar el origen de su historia.
De Guadalajara había salido, y lo continuaba haciendo, lo mejor y más culto de
su nómina. Médicos, pintores, abogados, escritores, historiadores y todo un
largo etcétera de gentes de la cultura y la universidad buscaban su futuro
lejos de la tierra que los vio nacer y en donde, para desgracia de propios y
tiempos venideros, terminaría echándoselos en falta.
A
pesar de ello, una gran parte de aquella “intelectualidad
expatriada”, se reunió en Madrid para tratar de trabajar en el futuro
progreso de su provincia, con ideas innovadoras que fueron surgiendo de las
mejores mentes pensantes nacidas en la provincia a lo largo del siglo XX.
El 15 de enero de 1947 fue el elegido para fundar, en el salón sótano de
la Cafetería Gran Vía de la capital de España la que estaba destinada a ser, en
el ideal de sus fundadores, la máquina que en adelante moviese la provincia a
través de la cultura, el arte, la historia y un ciento de cosas más. Incluso de
la innovación agraria. Pues a todos los campos de las ciencias, las artes y las
culturas representaban los reunidos.
Los
promotores de aquella llamada “tertulia”,
a la que dieron el nombre de “La Colmena”,
título equivalente a laboriosidad y
dulzura, lema tan genéricamente aplicado a nuestra región, no eran otros
que Francisco Layna Serrano, Sinforiano García Sanz, Claro Abánades, Luis y
José Antonio Ochaíta, Benjamín Arbeteta, Antonio Castillo de Lucas, José
Antonio Ubierna y Eusa, José María Alonso Gamo, Arauz de Robles, Tomás
Camarillo, García Hernández, Cortijo Ayuso, Fermín Santos, Enrique Fluiters,
Cándido Laso, José Sanz y Díaz, y…, dos
o tres docenas de nombres más.
Guadalajara, capital y pueblos, se despoblaba con esa severidad que los
años nos han mostrado. En los pueblos comenzaba a echarse en falta todo lo que
en otras partes parecía sobrar, por ello los fundadores de “La Colmena” idearon su plan de
reestructuración provincial comenzando por una de las asignaturas de la que han
carecido, desde que el mundo es mundo, los naturales de la provincia. Sentido
regionalista. O dicho de otra manera, los fundadores de la tertulia querían que
los hijos de Guadalajara, más allá del entusiasmo sentido por el pueblo en el
que nacieron, se sintiesen orgullosos de la provincia a la que pertenecían. Y
es que Guadalajara, con sus regiones naturales y sus cientos de pueblos, parecía
estar perdida en el mapa de Castilla, sin mayor identidad que la conocida “miel de la Alcarria”.
Mientras en otras provincias se ensalzaba su historia, se alardeaba de
sus castillos, de su poblachones y de las gentes que las hicieron grandes, Guadalajara
se adormilaba, resignada a hacer el equipaje, levantar la casa y acoplarse allá
donde el tren llevase a sus naturales. La historia se perdía; los castillos se
arruinaban y las autoridades locales y provinciales se resignaban a ser
obedientes a sus superiores. De aquella manera, resignados al silencio, se
perdieron muchas oportunidades de forjarse un futuro al calor de la capital de
España.
Guadalajara, su provincia, en el ideal de Francisco Layna y sus
seguidores estaba destinada a ser una especie de desierto cultural, entre otras
cosas, si no se ponía remedio. De aquella idea surgió “La Colmena”, destinada a
llevar a cabo “una intensa labor de
extensión cultural, y de otros órdenes”, según su acta fundacional.
Los reunidos lo hicieron respondiendo al llamamiento de Francisco Layna
Serrano, para trabajar en pro de la
región, con absoluto desinterés político y económico. Dejando claro desde
sus primeros momentos que, respetando la
idea de cada cual, integrados en la llamada “Tertulia”, las ideas personales se
quedarían fuera. Como una forma de no pervertir, con ideas propias o
interesadas, el fin común.
Aquella primera asamblea constitutiva, llevada a cabo el histórico 15 de
enero, por espacio de más de dos horas se discutieron sus principales bases y
se elaboró un plan de desarrollo futuro en el que habían de colaborar los
principales pueblos de la provincia, nunca económicamente, sino a través de la
constitución de subsedes de la tertulia, con el fin de llevar a cabo el
desarrollo cultural y de asesoría que se buscaba, a través de escuelas
nocturnas, conferencias, clases de agricultura o dotación de Bibliotecas.
LA COLMENA, UN IDEAL DE ALTOS VUELOS. El libro, pulsando aquí
LA COLMENA, UN IDEAL DE ALTOS VUELOS. El libro, pulsando aquí
La prensa provincial de aquellos meses recibió innumerables
colaboraciones periodísticas de aquellos hombres, en las que se daba cuenta de
los objetivos e ideas de “La Colmena”. Por espacio de cinco meses no hubo semana en
la que el nombre de la tertulia no se repitiese por las páginas de los
semanarios, dando cuenta de sus iniciativas, y de la necesidad de contar con
colaboradores; que algunos hubo, diseminados por los cuatro puntos cardinales
de la provincia. Las firmas de Sinforiano García Sanz, Tomás Camarillo,
Benjamín Arbeteta, José Antonio Ochaíta, o del propio Layna Serrano se hicieron
habituales para los lectores guadalajareños que conocieron cómo se proyectaba
un gran “Centro de Estudios Alcarreños”; la edición de una gran revista
cultural que sacase a la provincia del anonimato histórico; o la ya dicha
creación de la red de bibliotecas, que se materializaron, porque no se pudo
más, en apenas media docena de poblaciones, con Motos a la cabeza.
El vuelo fue corto, pues a la gran iniciativa le cortaron las alas
mediado el mes de mayo de aquel mismo año. Para entonces, después de cinco
meses de laborioso predicar en el
desierto, como definiría el Sr. Layna a la situación, apenas media docena
de pueblos se había mostrado dispuesto a seguir la idea cultural programada; de
los más significativos únicamente Jadraque secundó a Francisco Layna y José
Antonio Ochaíta, y en Guadalajara, capital, a sus autoridades les entró un
cierto temblor al leer los estatutos elaborados por los tertulianos, y que un
jurista de la talla de Juan Francisco Marina Encabo calificó de “manifiesto o programa de un partido político
en el que se establecen gestiones propias de un Gobierno”.
A pesar de todo algo consiguieron aquellos
colmeneros, además de las bibliotecas que esparcieron por nuestra provincia
pusieron los cimientos al Centro de Estudios Alcarreños, más tarde Instituto
Marqués de Santillana, con sus publicaciones correspondientes; la gran
exposición de Camarillo de 1947; la reapertura, años después, de la Casa de
Guadalajara en Madrid; el lanzamiento de pintores como Fermín Santos… y, quizá
si hubiesen podido, Madrid se hubiese convertido en un pueblo más de la
provincia. Para desgracia de aquellos, casi fue al revés. Y a don Francisco
Layna lo titularon, las autoridades provinciales, no sin cierto carácter
despectivo, “Presidente de la provincia
de Guadalajara en el exilio”.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 30 de mayo de 2019